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Endogamia catalana

Antón Costas

La 'conversación' entre Alberto Ruiz-Gallardón y Pasqual Maragall que publicó este periódico el domingo pasado es muy sugestiva. Ruiz-Gallardón sostiene, y Maragall no niega, un cierto retraso económico de Cataluña respecto de la comunidad de Madrid, y lo atribuye al 'ensimismamiento cultural' catalán frente a la cultura abierta y compartida que habría sabido practicar Madrid. El tema es polémico, y no gusta nada a nuestras autoridades. Yo mismo recibí hace poco una reprimenda de mi buen amigo el consejero de Economía, Francesc Homs, por plantear la cuestión de la escasa implantación en Cataluña de actividades empresariales relacionadas con las nuevas tecnologías. Pero el debate está ahí, y conviene plantearlo.

Para que nuestros políticos no se sientan aludidos planteemos esta cuestión en el terreno de la cultura empresarial. Hagámonos la siguiente pregunta: ¿de dónde procede la mayoría de los altos directivos de las empresas catalanas? He interrogado a varios amigos empresarios y cazaejecutivos. La respuesta es perturbadora. En la inmensa mayoría de los casos proceden del entorno familiar del empresario. Y cuando se sale de este endogámico círculo, lo normal es recurrir al tantán tribal de los amigos y conocidos. La endogamia es la conducta normal en la cultura empresarial catalana, lo mismo que en la Universidad, la política o la curia.

Lo que no es normal es ir a buscar a los mejores allí donde estén, aunque sea más allá del Ebro. En otros lugares, las empresas recurren a mercados más amplios y a mecanismos más transparentes. Eso es lo adecuado cuando quieres estar permanentemente en cabeza. Cojamos el ejemplo del Barça, aunque no sea este el mejor momento para tomar al Barça como ejemplo de casi nada. Está muy bien que mantenga una escuela de futbolistas y cuide a los equipos inferiores. Hace una buena labor deportiva y social. Pero si el primer equipo quiere estar entre los primeros del mundo tiene que ir a buscar los mejores jugadores y entrenadores allí donde estén, sea Brasil, Holanda o Navalmoral de la Mata. Por cierto, puestos a recomendar, también diría lo mismo de los directivos, porque a la vista de las macrodirectivas, a este paso la población catalana se dividirá en dos clases: los que han sido directivos del Barça y los que aspiran a serlo.

Pero, ¿por qué es mala la endogamia? Probablemente porque con la genética cultural sucede lo mismo que con la genética humana. El matrimonio endogámico tiene una alta probabilidad de reproducir las enfermedades recesivas y degenerativas de los indivíduos. La reproducción por endogamia da lugar a una herencia débil y al envejecimiento de la especie. Por el contrario, la reproducción por mestizaje da lugar a un cóctel explosivo, del que surgen la innovación y la adaptación al cambio. Fíjense en que hasta las más viejas monarquías europeas lo han entendido, y se renuevan con sangre plebeya y burguesa.

Este país ha sido más innovador y ha crecido más cuando se ha renovado con sangre de fuera. En el siglo XIX, los inmigrantes fueron los segundos hijos de las familias rurales catalanas -expulsados del núcleo familiar por la figura del hereu-, a quienes la necesidad de ganarse la vida llevó a las ciudades. Fue su dinamismo el que hizo de Barcelona y Cataluña la primera fábrica de España, la adelantada de la industrialización. En el siglo XX, fue la inmigración española, especialmente andaluza y murciana, la que dio nuevo impulso a la economía y al espíritu empresarial catalán. Sirvan de ejemplos José Manuel Lara y la creación de lo que es hoy el Grupo Planeta, y los hermanos Laos con la empresa Cirsa. De la misma forma, la llegada en las décadas de 1950 y 1960 de intelectuales, escritores y profesionales contribuyó a hacer de Barcelona un centro de irradiación cultural de proyección internacional. Cataluña ha sido tierra de acogida, como decía hace unos días en Madrid el presidente Jordi Pujol, y le ha ido bien.

Y tiene que seguir siéndolo. No sólo por solidaridad, sino por egoísmo propio. Los que se mueven son generalmente los más innovadores y los que están dispuestos a asumir mayores riesgos para triunfar. Nos interesa que vengan los mejores trabajadores, los mejores ejecutivos, los mejores profesores e investigadores, los mejores creadores y diseñadores, y para eso hemos de evitar la endogamia.

Pero, ¿qué podemos hacer para lograrlo? Podríamos prohibir la endogamia en las empresas y en las organizaciones. Dicho de otra forma, prohibir nombrar a familiares o amigos para dirigir los negocios o la política. Pero me temo que no nos harían ningún caso. Recuerden lo que dijo el vicepresidente de Economía, Rodrigo Rato, cuando le acusaron de nombrar a amigos para dirigir las empresas privatizadas. Otro mecanismo podría ser el establecer cuotas; es decir, la discriminación positiva, ahora tan de moda. He escuchado decir en alguna ocasión a Emilio Cuatrecasas, buen conocedor del asunto, que habría que obligar a las empresas a tener al menos un número mínimo de directivos no catalanes en su organización. Pero, a ver quién le pone este cascabel a este gato. Posiblemente, de momento, es suficiente con plantear abiertamente el debate. Sólo con airearlo ya conseguiríamos evitar algunos excesos. Por eso me gustó la conversación entre Ruiz-Gallardón y Pasqual Maragall.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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