_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No al juego del arte

En artículo reciente comentábamos que el año 2000 sería para algunos el año de la venida de George Steiner a Madrid (El PAÍS, 25-1). Por de pronto, ha sido el año de su reconocimiento institucional en España con la concesión del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Premio justísimo pero anacrónico si lo consideramos a la luz -o a la sombra- de la posmodernidad.

Aunque Steiner es moderno sólo entre comillas, porque ha recusado nociones esenciales de la modernidad, desde luego lo que no es en ningún caso es posmoderno. Lo separa de la posmodernidad uno de los dogmas o principios que definen a ésta : la consideración del arte como juego, como ingenio. Steiner cree en la trascendencia del arte, en su naturaleza de pregunta que el hombre hace a los dioses, o a Dios, de signo y huella de lo sagrado y de afirmación de las fronteras mismas de lo humano. Agnóstico lúcido, Steiner dista de ser ese nostálgico beato que algunos se han atrevido a sugerir con motivo de su conferencia en Madrid. Pertenece a la esencia del pensamiento posmoderno la negación de toda trascendencia, sin que ésta tenga que ser religiosa, que ya sería cosa de mal gusto. Pero Steiner ve en el arte un fenómeno trascendente en el que el hombre hace algo más que jugar con las palabras o con los colores o con los sonidos.

Supongo que el jurado del premio se ha pronunciado como lo ha hecho, movido sobre todo por el prestigio de Steiner, pero me gustaría pensar que alguien en ese jurado ha reflexionado en la condición trascendente que el gran ensayista atribuye al arte. Nadie como Steiner para combatir los espantos de la modernidad. Con qué rigor ha descubierto la máscara religiosa -seudorreligiosa- de los discursos totalitarios, tan del siglo XX, y ha mostrado la falacia del humanismo tradicional en un siglo como el pasado, que vio a una de las naciones más cultas del mundo, Alemania, precipitarse en las fosas subterrestres del fanatismo y el odio a la razón. Pero los horrores de la condición humana no sirven para desacreditarla absolutamente. Como Albert Camus, cree Steiner que en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio.

Y si Camus consideraba que debía juzgarse al cristianismo por san Agustín o Pascal y no por las beatas de aldea, Steiner ha juzgado la condición humana por Dante, Shakespeare o Mozart. Que ni escribieron ni compusieron para pasar el rato, sino para otro fin: armonía y pecados de la vida humana, poderosas pasiones de amor, de ruido y de furia, conjuro de sonidos contra el dolor y las sombras. Y esa búsqueda es lo que preocupa a nuestro gran crítico. Y ella es la que lo vuelve anacrónico y presa de la crítica fácil de algunos, empeñados en juzgar el mundo por sus propias medidas, que no desbordan un universo cultural liliputiense o deliberamente frívolo, obstinados como están en romper con 28 siglos de alta especulación, como si quienes nos precedieron hubieran sido, todos, tontos o ignorantes. Como si el terror de los abismos interestelares que apresaba a Pascal fuera sentimiento de demente.

Ya Jaime Gil de Biedma le daba vueltas a la cuestión cuando hablaba del juego del arte 'que no es juego'. No le hizo falta decir nada más. Era poeta. Steiner estaba para decir más. Y lo ha dicho.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_