McVeigh invita a Gore Vidal a su ejecución
El escritor confiesa su simpatía por el autor del atentado de Oklahoma
Timothy McVeigh tiene asignadas tres butacas en el patíbulo para invitar a familiares o amigos a su propia ejecución el lunes próximo. En dos de los tres asientos estarán sus abogados; el tercero será ocupado por el novelista Gore Vidal.
No ha extrañado a nadie que un escritor acepte la invitación del terrorista para convertirse en testigo de una ejecución convertida en acontecimiento sociológico, todo un hito para un país cuyos periódicos ni siquiera reseñan ya las muertes casi diarias por inyección letal. Al fin y al cabo, Gore Vidal planea relatar la experiencia en un artículo que publicará la revista Vanity Fair.
Lo que aquí sorprende y hasta cierto punto escandaliza es que Vidal haya mostrado simpatía por McVeigh y afinidad hacia algunos de sus planteamientos, los mismos que le llevaron a poner una bomba en un edificio de Oklahoma en 1995. Dejó 168 muertos en aquel atentado, el peor de la historia de EE UU.
Vidal cree que McVeigh sería un héroe nacional si hubiera puesto la bomba en el edificio cuando no había nadie
Al invitar a Vidal, McVeigh ha desvelado que en los últimos meses ha mantenido una correspondencia fluida con el escritor. Todo empezó a raíz de un artículo de Vidal donde expresaba su certeza en que los mecanismos gubernamentales acaban poco a poco con los derechos fundamentales del ciudadano. McVeigh leyó ese texto y encontró rápidamente un paralelismo con sus propios convencimientos: él justifica su atentado como una venganza necesaria contra el Gobierno de EE UU por la manera en la que se resolvió el asedio a los miembros de una secta encerrados en una finca de Waco (Texas). El comportamiento drástico del FBI en aquella operación fue, según McVeigh, una demostración del desprecio que muestran los poderes públicos hacia los ciudadanos, y en su mente compleja decidió equilibrarlo con una bomba devastadora en un edificio público.
Por cuestionable que sea este planteamiento, Vidal lo comparte. 'McVeigh es inteligente, no está loco', dice el escritor en el diario. 'Sus razones para el atentado se basan en un sentido de la justicia. Su argumento es válido: no se puede enviar al FBI a matar mujeres y niños', dice el escritor en referencia al asalto de los agentes federales a la sede de los davidianos en Waco.
Vidal completa este razonamiento con una hipótesis igual de polémica. En una de las cartas que envió a McVeigh llegó a decirle que sería 'un héroe nacional' si hubiera puesto la bomba en el cuartel general del FBI cuando no hubiera nadie dentro. De hecho, Vidal no sólo medita ya su artículo en Vanity Fair con estos planteamientos, sino que pretende hacer también una película sobre McVeigh 'y sobre todos los que nos oponemos a la tiranía del Gobierno contra sus ciudadanos'. En sus declaraciones desde Italia, donde el escritor de 77 años reside por temporadas, Vidal matiza que no aprueba el atentado y que siente horror 'al ver a mi gente asesinada: eran inocentes escogidos al azar'. El escritor es nieto de uno de los primeros senadores por el Estado de Oklahoma.
Las afinidades entre el terrorista y el escritor añaden un elemento más a un espectáculo de morbosidad que va a crecer sin pausa hasta la ejecución. El circo mediático desplegado en torno a la prisión de Indiana y en la ciudad del atentado (en ambos lugares se venden ya camisetas sobre la ejecución) ha destapado también un tímido debate sobre la pena de muerte, más por una necesidad de llenar huecos en los medios que por una corriente auténtica en contra.
Al frente de ese grupúsculo genuinamente contrario a las ejecuciones está la monja Helen Prejean, inmortalizada por Susan Sarandon en la película Pena de muerte. Prejean está ya en la localidad de Terra Haute, donde se llevará a cabo la ejecución de McVeigh, la primera de un preso federal en casi 40 años. La monja no tiene ninguna duda de que todas las ejecuciones deberían ser públicas y retransmitidas por televisión: 'Mientras se proteja al público de la visión de una ejecución será más complicado conseguir la abolición de la pena de muerte', declaró en una conferencia.
De los 10 familiares o víctimas escogidos por sorteo para asistir a la ejecución, sólo uno ha declinado la invitación. John Taylor, de 70 años, ha confirmado que no asistirá al momento en el que una inyección letal acabe con la vida del preso, pero no porque se oponga a la pena de muerte, sino por su interés en no dedicar 'ni un segundo más' de su vida a pensar en McVeigh.
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