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Pobreza conceptual en torno al ALCA

La reciente reunión de la III Cumbre de las Américas en Quebec ha provocado un sinnúmero de reacciones acerca de las bondades o a las maldades, por no decir miserias y perversiones, del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), presentada como un nuevo ejemplo de los efectos nocivos de la globalización sobre la independencia de los pueblos subdesarrollados. Como en numerosas oportunidades de la historia reciente de América Latina, muchos amantes de las teorías conspirativas creyeron ver en este ensayo, una vez más, la larga mano del imperialismo norteamericano. Es verdad que para la Administración Bush América Latina recupera un protagonismo inexistente durante la era Clinton. Pero no es menos cierto que, al igual que en la larga y conflictiva relación entre los distintos países del hemisferio y los Estados Unidos, no estamos ante una sola vía plagada de imposiciones unidireccionales. Como de costumbre, las cosas suelen ser más complejas y el resultado final depende de las aspiraciones y las presiones de todas las partes en juego, y de la capacidad de los distintos protagonistas de imponer sus puntos de vista o de resistir los embates de los restantes competidores.

Lo que la experiencia demuestra es que el margen de maniobra de los diferentes gobiernos de la región es mayor del que generalmente se asume, especialmente en sus relaciones con los Estados Unidos o con los organismos internacionales. Esto se observa en el juego, ora perverso, ora peligroso, que algunos desarrollan en sus relaciones con el Fondo Monetario Internacional cuando incumplen parte de los acuerdos alcanzados. La claridad de posiciones y la firmeza en sostener los puntos de vista son vitales en cualquier negociación internacional, y por eso es importante observar la actuación de Brasil en este tema. El tono firme y nada complaciente del presidente Fernando Henrique Cardoso en el discurso pronunciado en la apertura de la Cumbre hizo comprender a las más altas autoridades norteamericanas que estaban frente a una verdadera potencia regional.

Según el brasileño O Globo (24.4.01), uno de los consejeros de Bush señaló que 'es hora de reconocer al Brasil como un actor importante en el escenario mundial e intentar tratarlo como un socio estratégico de la mayor importancia'. El valor de la afirmación es mayor si se tiene en cuenta la crisis que actualmente atraviesa el Mercosur (una crisis que responde básicamente a problemas internos) y las dificultades consecuentes para que sus miembros negocien conjuntamente con los Estados Unidos. Es curioso que la misma fuente reconociera que el antagonismo existente entre Brasil y Estados Unidos en varios puntos de la agenda comercial daría lugar a una 'colaboración pragmática' entre ambos en vez de a un enfrentamiento estéril.

El surgimiento del ALCA, como generalmente ocurre, ha sido analizado desde la óptica simplista de ganadores y perdedores, aunque partiendo no de una perspectiva dinámica, sino de una foto fija que, paradójicamente, presenta numerosas distorsiones. Por eso, uno de los temas centrales en la discusión es el de los beneficios a obtener por unos y otros en el supuesto caso de que el proyecto prospere. Según los numerosos detractores del ALCA, habría un único ganador, los Estados Unidos, y numerosos perdedores, las economías pobres y paupérrimas de la región. Sin embargo, si acudimos a la intrahistoria de las cumbres de las Américas, vemos que importantes sectores de la sociedad y el mundo económico estadounidense, como los sindicatos y los ecologistas, se han opuesto rotunda y repetidamente al proyecto. Por eso, ni Bush padre ni Clinton lograron del Congreso de su país el tan anhelado fast-track, la llave que haría creíble ante sus pares latinoamericanos la voluntad negociadora de Washington. De modo que habrá que ver si en esta oportunidad Bush Jr., tal como prometió en Quebec, logra doblegar la resistencia de los parlamentarios estadounidenses y convence a América Latina de que efectivamente ha llegado la hora del ALCA. El compromiso es mayor porque los latinoamericanos han logrado excluir del Plan de Acción del ALCA algunas medidas que consideraban inaceptables, como la posibilidad de que les aplicaran sanciones comerciales por cuestiones ambientales o laborales, un tema que no será bien recibido por los lobbies norteamericanos opuestos al ALCA.

Pese a lo que generalmente se cree, es en América Latina donde el ALCA levanta mayores expectativas, especialmente por la posibilidad que tienen sus economías más pobres de vender sus productos en el mercado norteamericano. Para que esto ocurra es necesario tener una negociación exitosa que no sólo acabe con los aranceles que frenan las importaciones latinoamericanas, sino también elimine las normas antidumping, como los subsidios y las tarifas paraarancelarias, especialmente las fitosanitarias, que protegen la producción agrícola y ganadera local de la competencia del Sur. Para algunos, esta cuestión evoca a la PAC (Política Agrícola Común), que, entre otras cosas, es el gran obstáculo para la firma de un acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur. Por eso, no es de extrañar que algunos gañanes como José Bové, firmes partidarios de lo nuestro, de lo telúrico y de la PAC, viajen a Quebec para manifestarse y oponerse al ALCA. Lo decía recientemente Guillermo de la Dehesa (EL PAÍS, 21.4.01) cuando afirmaba sentir 'vergüenza al ver que un proteccionista agrícola a ultranza como es José Bové, sabiendo que la protección agrícola de Europa, EE UU y Japón es quizá el principal obstáculo para la convergencia de los países en desarrollo, se convierta en un héroe en la reunión alternativa a Davos celebrada en Porto Alegre'.

Ahora bien, sí causa extrañeza que hicieran lo propio personas tan sensatas como Fidel Castro, portadoras de las banderas del internacionalismo revolucionario. Durante muchos años, Castro se empeñó en exportar su revolución, por la fuerza y contra la opinión de los propios interesados si era necesario, al resto de América Latina y a otras partes del mundo subdesarrollado. Si bien su reacción es comprensible por haber sido excluido de la Cumbre y por la reciente condena de las Naciones Unidas por la situación de los derechos humanos en Cuba, el mensaje castrista de comprensión y apoyo a los manifestantes de Quebec supone una quiebra con los viejos principios marxistas que veían en el capitalismo más desarrollado la principal palanca para liquidar al antiguo régimen. Se ve que el muro de Berlín ha caído para todos.

La prensa internacional ha puesto el acento en las manifestaciones antiglobalización más que en la marcha de las negociaciones. Pese a todo, es difícil saber, aunque al final dé igual, dónde ubicar a los miles de estudiantes del mundo desarrollado y críticos bienpensantes que se manifiestan con la piedra o con la pluma en contra del desarrollo latinoamericano. Queriendo librar a los latinoamericanos de la globalización y del imperialismo norteamericano, terminan haciéndoles un flaco favor. ¿De verdad puede pensar alguien que Satán necesita del ALCA 'para institucionalizar la dependencia de Latinoamérica y constituirla definitivamente en su hinterland, primero económico, después cultural y político'? (José Vidal-Beneyto, EL PAÍS, 21.4.01). ¿En qué quedamos? ¿No era que Estados Unidos podía imponer el ALCA a América Latina porque los diversos países que la componen ya estaban sometidos? ¿O es que en su intrínseca maldad quieren todavía más?

Desde mi punto de vista, uno de los elementos más positivos de la cumbre de Quebec es haber incluido la cláusula democrática, lo que supone toda una garantía para contener futuras aventuras golpistas o populistas, de cuyos ecos empezamos nuevamente a tener noticia. Por eso no es de extrañar que el comandante Chávez se negara a apoyar una propuesta semejante, dadas las enormes limitaciones que tiene la democracia representativa (nuevamente denostada y vilipendiada por formal y burguesa) frente a los grandes logros de su democracia participativa y bolivariana.

Una última cuestión. ¿Qué hace Europa ante el desafío americano? Me temo que una vez más estemos viéndolas venir. Es verdad que ya se firmó el Tratado de México con la Unión Europea, pero con el Mercosur todavía se sigue negociando, y precisamente es el tema de la protección agrícola una de las cuestiones más conflictivas. Hay muchas quejas sobre la no publicación de los documentos de la negociación del ALCA, que tampoco en el caso europeo (y más por desinterés que por secretismo) se hicieron públicas. El futuro del ALCA depende en buena medida de la capacidad y de la coherencia de los negociadores latinoamericanos. Vender de antemano la ruina que su entrada en vigor supondría en todo el continente, como se hizo en su momento con México y el TLC, puede conducir a un rotundo disparate.

Carlos Malamud es especialista en América Latina y profesor de la UNED.

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