Nueva York latino
EE UU vive una euforia sin precedentes de energía creativa marcada por la presencia hispana
Algo está ocurriendo en Nueva York. Como si la Administración republicana de Bush en Was-hington -que no está mostrando ninguna pretensión de liderazgo cultural- la hubiera galvanizado, la Gran Manzana, junto con los otros cuatro boroughs y los distritos periféricos, está experimentando una explosión sin precedentes de energía creativa. Nueva York siempre se ha caracterizado por su enorme energía, pero nunca como en el momento actual. No es energía literaria, no es propiamente una energía intelectual. Es lo que yo llamo New York hot. Algo muy visual, muy latino, sumamente espontáneo.
Esta primavera, la temporada de danza ha tenido una inauguración imponente gracias al innovador ballet de Merce Cuningham, que celebra la tecnología moderna. En Interscape, que hizo su debut en Nueva York esta temporada, el telón de foro y el vestuario son obra del artista Robert Rauschenberg y se interpreta One / 8, del compositor John Cage. Aparte de Rauschenberg, diseñador de la compañía entre 1954 y 1964, Cuningham siempre ha colaborado con muchos artistas plásticos, entre otros Frank Stella, Andy Warhol y Jasper Johns. Biped es el más excitante de los ballet. En él, la fascinación de Cuningham por la realidad virtual es palpable. En su estudio de la Calle 52, situado sobre un club de jazz, la brillante fotógrafa Lotte Jacobi, emigrada de Berlín, experimentaba en los años cuarenta con cristal, celofán y papel fotográfico para capturar el movimiento y el espacio sin necesidad de cámara. Naturalmente, la fotografía que tomó en 1937 a la bailarina Pauline Koner se anticipa a Biped, como también a los elásticos movimientos de la película Tigre y dragón. La compañía de ballet de Nueva York también proyecta una enérgica temporada primaveral con tres estrenos mundiales: dos de Martins y uno de Wheeldon.
'No es una explosión literaria, no es propiamente intelectual. Es algo muy visual y sumamente espontáneo'
Otra antigua tradición de Manhattan es convertir sus escaparates en obras de arte. Aún conservo la carta que mi madre -una artista de talento a quien tocó vivir en una época nada receptiva a las mujeres artistas- escribió a su hermana desde Londres en los años treinta. 'Las británicas pinchan tanto como alfileres de diamantes en el pecho, sus vajillas de plata son aparatosas y no tienen sentido del diseño. En América les aventajamos con creces en el montaje de escaparates de los grandes almacenes...'. Los más innovadores son los de Lord & Taylor's.
En las pasadas semanas, esta firma prestó su cadena de escaparates a la increíble muestra artística de Larry Rivers y a beneficio de los flâneurs de la Quinta Avenida. Rivers, posiblemente el mejor artista americano vivo en el campo de la pintura figurativa, hace mucho que está fascinado por el significado profundo del estilo y por lo que dice sobre una época dada, sobre una sociedad determinada; parece decidido -y lo logra- a captar esa alusiva energía transformándola en arte. Así, en estos tiempos en que ha fracasado esa triada de idearios tremendos que encerraban una idea del futuro igualmente tremenda -me refiero al idealismo inherente a la religión, al socialismo y al modernismo-, Rivers parece decir: 'Centrémonos ahora en el estilo. Es lo que hemos dejado atrás, lo que todos hemos dejado atrás, pues no se puede construir una catedral como la de Chartres sin creer en Dios. Así somos ahora, y me propongo captarlo en mi arte'. Sus personajes son asombrosos: esas muchachas serpenteantes de largas piernas, ese hombre inclinado y pensativo, ese maravilloso joven tocado con un turbante de Alí Babá, esa espléndida mulata... Pero donde más destaca su capacidad de representación es en los zapatos: el calzado femenino, al que da forma arrugando la piel de un modo que hace que el espectador se imagine los pies que oculta, las piernas torneadas a que pertenece. Uno de los mejores ejemplos es lo que yo considero como una especie de zapato cubano, un modelo amarillo entrecruzado de tacón cubano y correa en el tobillo, con líneas de vivos colores en las tiras de piel que envuelven los dedos y la parte delantera. Es de la clase de zapatos que me imagino puestos en Carmen Miranda en un musical de principios de los años cuarenta, y que ahora vuelve a verse. También evoca la imagen bíblica de la prenda multicolor de José.
El II Festival de Cine de La Habana ha contribuido igualmente al New York hot. Elíades Ochoa está actuando en el local de B. B. King, Chucho Valdés lo ha hecho en el Village Vanguard e Isaac Delgado estuvo en S.O.B.'s. Aunque la densa invasión de películas hispanas es mayor de lo habitual (por citar sólo unas pocas: Tinta roja, de Perú; Calle 54, de España; Hacerse el sueco, de Cuba, y Amnesia, de Chile), no ocurre lo mismo con la latinización de Nueva York. Parte del éxito de este boom estriba en la antigüedad de sus raíces, que se remontan a los años cincuenta, a la música de Tito Puente y Dorival Caymmi y al jazz de Dizzy Gilespie, muy influido por el uso cubano de la percusión africana. Al igual que el multicolor zapato cubano de Larry Rivers, en los años cuarenta (la época de Xavier Cugat) y cincuenta los clubes nocturnos de Nueva York tenían sabor latino; al tiempo que avanza, esta ciudad bucea zigzagueando en su pasado. El Clay Art Center de Port Chester acogió a una mujer única, una artista muy prometedora: Gloria Nixon-Crouch. Gloria, en cuyo patrimonio cultural se mezcla lo negro, lo escocés y lo irlandés con una parte semínola, se retrotrae a su complejo pasado para crear sus poderosas formas cerámicas. A través de la fragmentación de cuerpos, da origen a una anarquía visual que expresa la destrucción externa y la decadencia interna de nuestro tiempo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.