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Tribuna:EL FUTURO DE LA PRODUCCIÓN ELÉCTRICA
Tribuna
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Energía eólica y espacios naturales

La energía eólica en Cataluña debe retrasar significativamente el cambio climático y contribuir a implantar un modelo energético sostenible

Aunque nadie puede declararse contrario al desarrollo de la energia eólica, que es, con mucho, la más limpia desde el punto de vista ecológico de todas las energías renovables (y no hablemos ya respecto a la nuclear o los combustibles de origen fósil), la oposición por parte de aquellas personas que consideran que los parques eólicos amenazan los espacios naturales y la consiguiente polémica entre la sensibilidad conservacionista y la sensibilidad ecologista son ya conocidas. Cataluña no constituye ninguna excepción a este fenómeno.

Los motivos que permiten entender por qué se dan desacuerdos entre personas que comparten muchos puntos de vista sobre los cambios necesarios para construir una sociedad más sostenible vienen determinados por dos factores: de una parte, el actual modelo de producción, distribución y consumo de energía, y los impactos directos que provoca sobre el medio ambiente (desde la lluvia ácida hasta la acumulación de residuos nucleares); de otra, la urgencia de promover cambios para hacer frente a dichos impactos, urgencia en la que el proceso de cambio climático, actualmente en sus inicios, es un factor determinante.

El debate sobre la energía se produce en un ambiente crispado por la falta de una política coherente

Para que un parque eólico contribuya realmente a cambiar el modelo energético y a retrasar los efectos del cambio climático (sustituyendo horas de funcionamiento de las centrales térmicas), la primera condición que ha de cumplir es funcionar a pleno rendimiento durante el mayor número posible de horas anuales, lo que significa que ha de estar situado en una zona de velocidad de viento media anual elevada. Por ello, desde el movimiento ecologista defendemos la construcción de parques eólicos en función de su eficiencia, de su contribución eficaz a combatir la destrucción que ya están padeciendo los ecosistemas.

Los datos disponibles sobre el potencial de viento existente en Cataluña muestran que esta condición de eficiencia no se da en cualquier lugar, indican más bien que los mejores aprovechamientos se encuentran en zonas elevadas, zonas que, en muchos casos, se corresponden con áreas poco frecuentadas, con diferente nivel de riqueza natural y elevada biodiversidad. Y aquí surgen los desacuerdos cuando se trata de determinar cuáles son las zonas que han de ser mantenidas al margen de la construcción de parques eólicos.

¿Podría darse un aprovechamiento de los recursos eólicos de Cataluña plenamente compatible con la preservación de todas las zonas que ya gozan de calificaciones de protección? La respuesta a esta pregunta está en función de la respuesta a otra que es fundamental (y que la complementa): ¿qué potencia eólica mínima sería necesaria en Cataluña para que se produjese un retraso en el proceso del cambio climático y se diesen cambios reales hacia un modelo energético sostenible?

Evidentemente, la formulación de estas dos preguntas no se realiza en el curso de un sosegado debate académico, marcado por la curiosidad científica y la voluntad de construir una sociedad respetuosa con el medio ambiente, sino en un escenario lleno de trampas, en un ambiente social crispado, en el que el Gobierno de la Generalitat ha dejado pasar décadas sin aplicar una política coherente de desarrollo de las energías renovables; un escenario dominado por un mercado energético desregulado, en el que se acumulan de manera desordenada proyectos de parques eólicos y de centrales térmicas de gas de ciclo combinado, y un escenario en el que el sometimiento al dogma neoliberal ahoga las declaraciones de supuesta responsabilidad ambiental de las empresas y reduce a la nada las conclusiones de las conferencias internacionales sobre la protección del medio ambiente.

A todo esto hemos de añadir un marco en el que las personas del movimento ecologista percibimos intensamente el peligro de que el proceso del cambio climático, que ya está actuando, destruya a medio plazo los espacios naturales que tan férreamente defendemos a corto plazo. Pero ni podemos ni debemos eludir dar respuesta a las preguntas anteriores.

Algunos hemos intentado determinar cuál sería la potencia eólica necesaria para reducir significativamente las horas de funcionamiento de las siete centrales térmicas de combustible fósil que existen actualmente en Cataluña. Nuestros datos, con todas las incertidumbres y aproximaciones que un cálculo de este tipo lleva implicadas, nos indican que sería necesario instalar entre 2.000 y 3.000 megavatios de potencia eólica, dependiendo de la potencia de las máquinas y del número de horas de velocidad mediana de viento aprovechable en cada zona (no da el mismo rendimiento un parque eólico en una zona de 5 metros por segundo de velocidad media anual, que en una zona de 7), para reducir significativamente el papel que actualmente desempeñan las centrales térmicas. En todo caso una cantidad muy superior a los 1.200 megavatios planteados por el Plan Director de Parques Eólicos (1997 - 2010) de la Generalitat.

Este resultado sitúa a todas las personas preocupadas por el medio ambiente en una posición incómoda: dada la distribución territorial de las áreas con potencial eólico, será necesario instalar parques en espacios que actualmente están catalogados como protegidos si queremos que la energía eólica sea un mecanismo eficaz para ganar tiempo ante el cambio climático y en la transición hacia un modelo energético sostenible. Por este motivo, desde Ecologistes en Acció de Catalunya hemos presentado 38 alegaciones al proyecto del Plan de Parques Eólicos de la Generalitat, con el objetivo de que permita combinar el máximo desarrollo de la energía eólica con el máximo nivel de protección de los espacios naturales.

Miguel Muñiz, portavoz de temas de energía de Ecologistes en Acció de Catalunya.

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