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El regreso electoral de Berlusconi abre una profunda brecha en la sociedad italiana

El líder conservador gana apoyo popular pese a sus juicios por fraude y corrupción

Las acusaciones de fraude fiscal que empañan el nombre del holding familiar, Fininvest, o al conflicto de intereses que plantea su condición de magnate televisivo, también pesan sobre la sociedad italiana. Pero otra parte de ella se dispone a cerrar filas en torno al candidato del Olivo, Francesco Rutelli, para impedir que el hombre más rico de Italia llegue otra vez al Gobierno.

La precampaña electoral, particularmente ácida, ha contribuido a ampliar el foso que divide a estas dos Italias electorales, hasta el punto de que algún comentarista político ha hablado de 'guerra civil metafórica'. Un término demasiado fuerte porque, a fin de cuentas, estamos en Italia, donde la sangre nunca llega al río y los enemigos irreconciliables encuentran a última hora una excusa para firmar la paz. Si la 'Italia de Berlusconi' se impone finalmente, como apuntan numerosos sondeos, seguramente no habrá una oleada de exiliados, aunque sí millones de ciudadanos hostiles, esperando en la sombra a que el inexorable péndulo de la política italiana desplace pronto al indeseado nuevo Gobierno.

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El supercandidato se presenta ante el electorado italiano con un discurso peronista refinado, porque la Italia de 2001 se parece poco a la Argentina de los años cincuenta. Invoca conceptos simples que afectan a los dos extremos del electorado: rebaja de impuestos especialmente interesante para las clases medias y altas, y aumento general de las pensiones mínimas.

Un aspecto esencial del discurso del Cavaliere es el que se refiere al federalismo, dado que la fuente esencial de votos del centro-derecha está en el norte de Italia, la zona más poblada y rica del país (Lombardía representa por sí sola el 30% del PIB italiano), que en las últimas elecciones regionales se decantó sin fisuras por el Polo y su aliada la Liga Norte. Las promesas de reforma autonómica profunda y clásicas recetas de liberalismo económico han sido fundamentales para atraerse a este electorado insatisfecho con el ritmo lento en materia de descentralización adoptado por los sucesivos gobiernos del Olivo y el bajo crecimiento económico de los últimos años.

El llamado federalismo ha sido una de las asignaturas pendientes de la anterior legislatura, aunque el Parlamento aprobó pocos días antes de su disolución una ley descentralizadora, sin los votos de la oposición, que tendrá que ser sometida a referéndum. En estos momentos existe un doble contencioso referendario, porque, además de la consulta nacional sobre la recién aprobada ley, la región de Lombardía tiene previsto celebrar otro referéndum consultivo (es decir, sin carácter vinculante) para conocer la opinión de sus habitantes sobre el traspaso a la región de competencias en materia de sanidad, orden público local y educación. El presidente de la región, Roberto Formigoni, una de las estrellas emergentes de la coalición de centro-derecha, está decidido, contra la opinión del Ejecutivo, a que se celebre el mismo día de las elecciones generales.

En el norte, Berlusconi ha tropezado al mismo tiempo con el escollo de la aristocracia económica (el presidente honorario del Grupo Fiat, Gianni Agnelli, o el de Pirelli, Marco Tronchetti Provera), aunque la hostilidad que suscitaba en 1994 es hoy mucho más tenue. Una reciente encuesta realizada por el semanario L'Espresso (en la órbita del principal enemigo de Berlusconi, Carlo de Benedetti) entre operadores de la Bolsa de Milán arroja alguna luz sobre las razones. Según los entrevistados -un 81% de los cuales da por descontada la victoria del centro-derecha-, la llegada al poder de Berlusconi no alteraría demasiado los mercados financieros nacionales, ya que, básicamente, dependen más de las decisiones de la UE que de las que se toman en Palazzo Chigi (sede de la presidencia del Gobierno italiano).

Pero, además, los expertos consultados creen que muchos de los títulos bursátiles se verían beneficiados por este cambio. En primer lugar sitúan las compañías de la casa, Mediaset, la Banca Mediolanum y la editorial Mondadori (tres nombres directamente ligados a Fininvest), pero no le irían muy a la zaga los títulos del Grupo Fiat, las aseguradoras, cementeras y empresas constructoras.

No en vano, una de las promesas que ha repetido Berlusconi es la de invertir ingentes sumas de dinero público en nuevas infraestructuras. El conflicto de intereses parece preocuparles poco a los operadores. Aun así, una minoría consistente de los entrevistados, en torno al 30%, cree que una Italia gobernada por Berlusconi correría un serio riesgo de perder imagen ante la comunidad financiera internacional.

Más allá de los estrictos cálculos de beneficio económico, los 30 días de campaña electoral pueden ser esenciales para ambas coaliciones en la batalla por la conquista del voto de los indecisos, un tercio, según los sondeos, de los 49 millones de italianos convocados a las urnas. Este segmento es esencial para el candidato del Olivo, Francesco Rutelli, que acaba de recibir el apoyo público de la Federcasalinghe, la federación de Amas de Casa italianas, que agrupa a un millón de mujeres. Curiosamente, la federación se ha inclinado siempre, en las últimas consultas electorales, del lado del futuro vencedor. En 1994 dieron su voto a Berlusconi y ganó, y en 1996 apostaron por el Olivo con igual resultado. Un tercer acierto daría mucho que pensar.

Enemigos y aliados

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