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Tribuna:EL APOYO A LA ACTIVIDAD CIENTÍFICA
Tribuna
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¿Ya no es prioritario el cerebro?

El autor del artículo lamenta que la Neurociencia haya desaparecido de la lista de áreas de investigación financiables

Los últimos años del pasado siglo han presenciado un progreso espectacular de los estudios sobre el cerebro y la mente. Desde los años 50 se estaba produciendo ya una notable acumulación de datos nuevos, pero los interrogantes que éstos abrían obligaban a dilatar las esperanzas de encontrar las claves del funcionamiento del sistema nervioso y de su tratamiento en situaciones de lesión o enfermedad. Hoy, el panorama ha cambiado. Y si pudiera señalarse como crucial para este cambio un único factor, creo que éste fue la conciencia de lo imprescindible que es una amplia multidisciplinariedad para poder abordar el estudio del cerebro. De esta actitud nació hace 30 años la propia Neurociencia, la más joven de las ciencias biológicas, que supo con rapidez atraer a su ámbito a una amplísima gama de investigadores, desde la Física a la Anatomía y desde la Biología Molecular a la Psiquiatría. Del éxito y la profundización en este acercamiento plural va a depender la aparición en el siglo XXI de nuevos paradigmas para la comprensión de los procesos mentales, así como la celeridad con que éstos se propongan. Hoy disponemos ya de herramientas y conocimientos necesarios para investigar genes y cascadas moleculares implicados en el desarrollo y morfogénesis del tejido neural, en la señalización entre neuronas, glia y vasos sanguíneos, y en los procesos plásticos que persisten en el sistema nervioso ya maduro. Podemos estudiar en gran detalle las intricadísimas redes anatómicas neurales, y las formas en que se procesa en ellas la información sensorial, se distribuyen mensajes asociativos y se generan patrones de actividad que producen las respuestas motoras o secretoras del organismo. Y en buena medida podemos hacerlo no sólo en animales, sino en el ser humano consciente y en uso de sus funciones mentales, gracias a las nuevas técnicas de neuroimagen.

Este campo de estudio ha tenido repercusiones sociales de gran calado en las dos últimas décadas
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Además de su trascendencia intelectual, el explosivo auge de la Neurociencia ha tenido repercusiones sociales de gran calado a lo largo de los dos últimos decenios. En éstos se fue creando la expectativa inédita de que la conjunción de la investigación neurocientífica fundamental y clínica podría esclarecer a medio plazo los mecanismos de -y, probablemente, encontrar terapias efectivas para- patologías neurológicas y psiquiátricas que, como el Parkinson, el Alzheimer, las patologías vasculares cerebrales, la epilepsia, la depresión, la manía o la esquizofrenia, constituían una dramática plaga social. Las sociedades desarrolladas respondieron al reto, y en ellas se incrementaron notablemente las inversiones en Neurociencia y se pusieron en marcha ambiciosos proyectos que difícilmente podrían haberse generado desde laboratorios aislados. Se multiplicaron las revistas internacionales neurocientíficas, e incluso las más prestigiosas revistas multidisciplinares, como es el caso de Nature, abrieron colecciones filiales dedicadas íntegramente a la Neurociencia.

Por todo ello sorprende y preocupa que la Neurociencia en su sentido más amplio e integrador haya desaparecido de la lista de áreas prioritarias financiables en planes tan importantes de apoyo a la investigación como es el Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica del Ministerio de Ciencia y Tecnología en su última convocatoria para el trienio 2001-2003, y el recientemente presentado anteproyecto del 6º Programa Marco para la investigación científica de la Unión Europea para el periodo 2002-2006. En ambos programas, la práctica totalidad de la investigación biomédica declarada de interés prioritario se refiere al análisis genético para el estudio de enfermedades hereditarias y el desarrollo de terapias y fármacos, el desarrollo de modelos genéticos de enfermedades, la epidemiología genética, la bioingeniería genética y el apoyo a empresas emergentes en el campo de la genómica. Si la convocatoria nacional produjo inquietud en diversos sectores científicos españoles, el anteproyecto europeo amenaza con consagrar un concepto restrictivo de la investigación biomédica en general y neurocientífica en particular sobre el que es preciso debatir abiertamente. De hecho, pocos días después de presentarse el anteproyecto europeo, su proponente, el comisario europeo P. Busquin, comenzó a recibir cartas de diversas entidades internacionales denunciando las omisiones del texto relativas a la investigación cerebral. Es significativo el hecho de que la primera de ellas proceda precisamente de una sociedad internacional de neurogenética y conducta (IBANGS).

No puede en absoluto minusvalorarse la importancia del estudio de las funciones de los genes recientemente identificados y de las proteínas que codifican para el progreso biomédico, incluida la neurología y la psiquiatría. Pero el cerebro y las actividades mentales, en condiciones de salud y enfermedad, implican una íntima interacción entre esos genes y proteínas y el entorno del individuo, tanto presente como pasado: sólo a partir de esa interacción pueden llegar a entenderse el aprendizaje, la memoria, la conducta emocional y afectiva, incluso los sistemas sensoriales y motores. Además, si se centra el énfasis investigador únicamente en genes y moléculas, quedarán aparcadas áreas de investigación y desarrollo esenciales para la comprensión y el tratamiento de las enfermedades neurodegenerativas, la patología traumática y vascular cerebroespinal y las enfermedades psiquiátricas, que desde los años 80 han sido objeto de atención prioritaria en las agencias de financiación de la investigación. Si se consagra esta marcada tendencia reduccionista, quedarán arrinconados los estudios funcionales de los sistemas que nos permiten ver, oír y tocar, del sueño y de la vigilia, de la actividad motora, de los sentimientos y las emociones, del cálculo o del lenguaje. Y también se marginarán desarrollos en lo que lo tecnológico y lo conceptual se asocian estrechamente, como son la neuroimagen, que nos permite observar el cerebro funcionando en el sujeto consciente; o la modelización neural, que busca diseñar modelos de funcionamiento del cerebro sobre la base de aplicar poderosas herramientas matemáticas y de computación a diseños basados en las estructuras y funciones nerviosas. Y, de modo especial, pensemos en el desarrollo de tratamientos paliativos, rehabilitadores o reconstructivos de patologías cerebrales y de la médula espinal ante las que hoy estamos prácticamente inermes: las devastadoras parálisis producidas por traumatismos medulares, especialmente en jóvenes, o los infartos y hemorragias cerebrales, o multitud de enfermedades degenerativas. Parecería así que el impresionante auge actual del diseño de neuroprótesis (implantes cocleares o visuales, extremidades computerizadas artificiales, etcétera), que progresa en paralelo al conocimiento de los sistemas sensitivos y motores correspondientes, o los ensayos de trasplantes celulares para reparar vías nerviosas lesionadas, por poner dos ejemplos con inmediata aplicabilidad biotecnológica, deberían frenarse por falta de apoyo prioritario.

Resulta ingenuo, desde un punto de vista científico, pensar que la hazaña tecnológica que ha representado el desarrollo del Proyecto Genoma Humano ha abierto la única vía para entender y tratar las enfermedades, volviendo obsoletas las aproximaciones a nivel de tejidos, órganos u organismos, cuando, por otra parte, los Institutos Nacionales de Salud de EE UU, o fundaciones internacionales prestigiosas como la Alianza Dana, establecen calendarios para este decenio inicial del siglo XXI en que se contempla el progreso y la financiación de la investigación del cerebro sano y enfermo desde multitud de enfoques. Son cada vez más los científicos que reclaman la defensa de la investigación multidisciplinar como única vía de llegar a entender el cerebro sano y enfermo, y que piden no supeditar la investigación a modas pasajeras y a la creación de expectativas de resultados prácticos a corto plazo. La responsabilidad de los neurocientíficos en la consecución de este objetivo es grande, como lo es también el compromiso que la sociedad y los organismos que financian y promueven la investigación deben asumir para aportar con generosidad y amplitud de miras los medios necesarios para conseguirlo. Los beneficios previsibles bien merecen la pena.

Carlos Avendaño es presidente de la Sociedad Española de Neurociencia (SENC).

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