Ir al contenido
_
_
_
_

Residencias exclusivas para mujeres: combatir una “realidad invisible” desde los servicios sociales

Barcelona cuenta con cuatro centros de este tipo para la prevención del sinhogarismo femenino en la ciudad

Personas sin hogar
Una persona sin hogar duerme en un banco del paseo Picasso de Barcelona, en una imagen de archivo.Albert Garcia (EL PAÍS)

Mariela tiene 28 años, nació en Perú y aterrizó en Madrid en septiembre de 2023. Aunque llegó al país con la intención de hacer voluntariados a cambio de un lugar donde residir, pronto se encontró sin hogar, en la calle. Viajó entonces hasta Barcelona y pasó varias noches en el aeropuerto. “Por el hecho de ser mujer, los hombres ven facilidad de acceso a tu cuerpo”, relata sobre la vulnerabilidad a la que están expuestas. Después de pasar por un centro transitorio, donde solo podía quedarse un mes, finalmente accedió al Centro Residencial de Primera Acogida Sant Gervasi, en el cual reside desde marzo del año pasado.

Este centro, situado en la parte alta de Barcelona, dispone de hasta 100 plazas para evitar que las mujeres duerman al raso. Aquí, las residentes cumplen con un horario que se va cantando a través de la megafonía y que les ayuda a recuperar ciertos hábitos que perdieron estando en la calle.

En el caso de Mariela, se muestra especialmente agradecida con la asistenta social que le ha aportado el centro, quien la apoya tanto profesionalmente como a través de “un trato humano, de tú a tú”. Además, todas las internas reciben ayuda por parte de trabajadores que les enseñan a potenciar sus currículums, a crear perfiles en páginas de trabajo o a inscribirse en distintos cursos de idiomas. Gracias a ello, Mariela ha conseguido un trabajo como profesional de la limpieza y encara el futuro con la intención de ahorrar para poder acceder a un piso que le permita quedarse a vivir en Cataluña.

En la ciudad de Barcelona existen, a parte del centro que acogió a Mariela, tres residencias más únicamente para mujeres en situación de exclusión social. La primera en abrir, en plena pandemia, fue La Llavor, situada en el barrio de Sant Genís dels Agudells. Un año después se inauguró La Violeta, en Sarrià-Sant Gervasi, y hace menos de un año, el Hogar Rosario Endrinal, ubicado en el mismo distrito.

Todas estas iniciativas forman parte de. programa para la prevención del sinhogarismo femenino y la introducción de la perspectiva de género en la atención a las personas sin hogar en Barcelona, aprobado por el Ayuntamiento en enero de 2020. A raíz de esta decisión impulsada durante el mandato de Ada Colau, muchas mujeres como Mariela han podido seguir adelante en su nuevo país.

El sinhogarismo, reducido a veces a aquellas personas que duermen al raso, abarca un margen mucho más amplio. La Federación Europea de Entidades que atienden a Personas Sin Hogar (FEANTSA por sus siglas en francés), propone la Tipología europea de sinhogarismo y exclusión residencial. Esta clasificación consiste en cuatro categorías: sin techo, sin vivienda, en situación de vivienda insegura y en situación de vivienda inadecuada.

Sonia Fuertes, comisionada de Acción Social del Ayuntamiento de Barcelona, indaga en todas estas categorías y describe la situación de las mujeres sin hogar como “una realidad que muchas veces es invisible”. Aboga por el “papel de los servicios sociales básicos” no necesariamente en situaciones de pernocta en la calle, sino también en casos donde, por ejemplo, la mujer se vea obligada a residir en un “hogar inseguro”.

En referencia a la vulnerabilidad que experimentan, Fuertes añade que “es mucho más duro, ya que están mucho más expuestas” y alude al “estigma que se crea en torno a una mujer que ha fracasado”. Además, la mayoría de estas coyunturas son muy difíciles de identificar, pues muchas veces son “dinámicas invisibles” como “relaciones sexuales a cambio de una vivienda compartida”, apunta la comisionada. Es por esto que el seguimiento que se les da una vez pasan a estar atendidas por los servicios sociales es muy importante; con un primer ingreso en los centros de primera acogida donde se trabajan especialmente los recursos formativos y se diseñan itinerarios específicos para cada caso según su red de acogida o la cercanía de sus familiares.

Montserrat, que nació en Barcelona y tiene 50 años, pasó por varios hostales y pensiones después de divorciarse de su marido, perder la custodia de su hijo y quedarse sin casa. Acabó ingresando, hace poco menos de dos años, en La Llavor. Montserrat recuerda su primer día: “Estaba nerviosa, pero enseguida me gustó”, y agradece el hecho de que “todas las trabajadoras son mujeres, cosa que ayuda mucho”. Hablando de estas trabajadoras, celebra que están allí las 24 horas del día y que “siempre tienen un momento para estar por ti, para que no te quedes encerrada en la habitación”.

Toda la vida ha sido bastante independiente, comenta, y su trabajo actual -entrenando a una IA- lo encontró ella misma a través de un portal de internet. Montserrat cree que ya está “en la rampa de salida”, aunque asegura que el siguiente paso, el de apañarse ella sola, le da un poco de vértigo. “Ahora me siento más segura de mi misma y me valoro más; me han enseñado a quererme”, concluye al definir la importancia de su paso por La Llavor.

Después de la estancia en estos centros, uno de los recursos que se proporcionan desde el Ayuntamiento son los pisos de protección oficial. Es el caso de Natàlia (Malgrat de Mar, Barcelona), quien, tras más de un año residiendo en La Llavor, ahora cuenta con una vivienda protegida en el barrio de la Trinitat Vella. Natàlia, que actualmente tiene 46 años, partió un día de su casa -donde vivía junto a un marido que la maltrataba y dos hijos muy pequeños- y se encontró sin nada; vagando de pensión en pensión y llegando a dormir hasta en tres ocasiones en la calle. Detalla su estancia en La Llavor como un cierre de etapa gracias al cual se ha convertido en “una Natàlia mucho más fuerte y más valiente”.

Cuatro años después de su huida, intenta adaptarse a su nueva situación, aunque comenta que ciertos aspectos básicos como cocinar le está costando mucho. Asegura que está “muy contenta” y que después de pasar por tantos hostales y albergues agradece ”no tener que compartir un baño con otras 50 mujeres”.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_