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Columna
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Gallinas

El domingo pasado oí por primera vez que el Gobierno vasco iba a definir un estándar para la gallina autóctona. No caí en la cuenta. El apasionante mundo de la gallina, esa gran desconocida, resulta ajeno a mis inquietudes inmediatas y, por otra parte, el domingo no es buen día para afinar el oído, máxime cuando el trabajo de uno, en teoría, supone estar permanentemente alerta ante los medios. Impasible, inconsciente, casi cómplice, pasé ante la información (literalmente hablando: la estaban dando por la tele) como si nada me fuera en ella.

Sólo eso puede explicar mi absoluta negligencia, mi irrecuperable insensibilidad ante un hecho de dimensiones históricas. Representante acabado de la vileza ética y moral en que se ha sumido gran parte del pueblo vasco, inerte víctima ideológica de la desinformación, la confusión y la tregua-trampa, producto final de la mentira y de la mitografía, no soy consciente de lo que se está jugando, hoy mismo, en esta entrañable y querida región vascongada.

Un periódico logró al día siguiente abrirme los ojos. 'El Gobierno vasco fija un estándar racial para las gallinas autóctonas', denunciaba. 'Eliminará las que pongan en peligro la pureza genética de la especie', subtitulaba. En definitiva, una afrenta en toda regla. No ya mi patética incompetencia profesional, sino mi profunda doblez antidemocrática podría explicar que pasara ante la noticia con la irresponsabilidad de un analfabeto. En efecto, allí se estaba cociendo algo. Afortunadamente hay gente con miras mucho más amplias: los severos columnistas, los insobornables vindicadores de la libertad, empezaron a echar mareas de luz sobre mi reblandecida conciencia. Durante los días siguientes, la gallina fue protagonista de severas epístolas morales donde su buen nombre giraba en torno a conceptos como racismo, Rh negativo, Arzallus (sic), términos como limpieza étnica, xenofobia, Ibarreche (también sic).

Comprendí, una vez más, que yo era una mera víctima, una conciencia enfangada en la mentira y el error. No sé absolutamente nada de este país en el que vivo (tantas veces me lo repiten desde lejos), ni siquiera de las torvas operaciones de exterminio que se llevan a cabo en los caseríos nacionalistas. Pero la prensa independiente sirve para poner las cosas en su sitio. Seguí leyendo sobre las gallinas, un día tras otro, gallinas y más gallinas. Las gallinas conseguían kilómetros cuadrados de espacio periodístico. Las gallinas, siempre las gallinas, en torno a términos fascistoides o resueltamente nazis como zorcico (sic), bachoki (sic), chapela (sic); aberchales (sic), etcétera. La gallina vasca era la pieza que daba forma a un universo de argumentaciones bien fundadas, como si todo un sistema de planetas, equilibrios galácticos y asteroides hubiera conseguido gracias a ella su conjunción final. La gallina, sí, la gallina aleteando entre chistus (sic), eusquera (sic), caseríos; la gallina dando forma al Athletic, a los chocos (sic) y al puerto de Bermeo; la gallina convocada en torno a boinas y aizcolaris (sic); manejada a vuela pluma entre icastolas (sic), la Real y versolaris (sic); la gallina vasca como metáfora final, como clave del arco levantado en el preciso informe de Gil-Robles.

Los artículos de opinión de esta semana venían trufados de metáforas, de sencillas y preclaras moralejas: la zorra y las gallinas, el gallo y las gallinas, la gallina vasca y Hitler y Pol Pot. Sí, teníamos que haber sospechado las dimensiones de la farsa: la denominación de origen Rioja Alavesa, el invento sabiniano del eusquera (sic), el perro pastor del Gorbea, el juego de la pelota, las bellotas del árbol de Guernica (sic), las cocochas (sic) en salsa verde, maniobras basadas en la mentira histórica y la descomposición separatista.

Aguardaba, estremecido, el desenlace de esta nueva tropelía cuando el Gobierno del PP decide tomar cartas en el asunto. El mismo diario que había aireado la denuncia traía ahora un tranquilizador y ecuánime mensaje: 'Agricultura rechaza la existencia de una gallina de pura raza vasca. El Gobierno protegerá a todas las aves, sin discriminar por Comunidades'. Por fin una respuesta contundente a la conspiración nacionalista. Un suspiro de alivio recorrió la Nación (también sic) tras varias jornadas de aflicción, zozobra y desamparo. En palabras del carnívoro ministro Cañete: 'Las gallinas son netamente españolas, y como tales vamos a tratarlas'. Así sea.

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