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PERFIL | SLOBODAN MILOSEVIC

El incendiario de hielo

A Milosevic sólo le importaba el poder y engañó a Occidente durante años

Cumplirá los sesenta el 20 de agosto en la cárcel si el proceso que comenzó ayer sigue su camino, por lo que sería muy posible que no saliera de ella vivo. Todavía no se sabe dónde esperará juicio ni dónde cumpliría la sentencia de ser condenado. Dentro de poco casi todos aquellos miles de entusiasmados delegados que le vitoreaban en los congresos de su Partido Socialista Serbio (SPS) pretenderán haber sido resistentes al régimen de su otrora reverenciado Slobo, Slobodan Milosevic, por fin detenido en su casa del barrio residencial de Dedinje por la policía serbia. Atrás quedan una carrera de aparatchik en la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, 12 años ejerciendo como máximo líder serbio, cuatro guerras y un aterrador mar de sangre.

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En el pasado los personajes de similar catadura y trayectoria morían en la cama o en un confortable exilio. Milosevic se había preparado concienzudamente para la eventualidad de pasar una vejez cómoda lejos del país que hundió en la miseria. Se le calcula un patrimonio cercano a decenas de millones de dólares escondidos en diversas partes del mundo. Pero los últimos años han demostrado que los tiempos de la impunidad para los sátrapas de un signo ideológico u otro están tocando a su fin. Aunque hay quien dice que el deterioro psíquico de esta personalidad de por sí enfermiza se había disparado en los últimos años, que pasaba día y noche saturado de fármacos y whisky y algunos creen que en realidad estaba añorando el castigo.

Pero la única persona que sabe lo que puede estar pasando por la cabeza de Slobodan Milosevic es Mirjana Markovic, su mujer, quien también podría tener que responsabilizarse de no pocos crímenes cometidos durante su satrapía bicéfala. Nacida como Milosevic en Pozarevac, hija de una familia de comunistas influyente pese a que su madre fuera ejecutada por los partisanos por su supuesta colaboración con los nazis, ha compartido todo con su marido desde la adolescencia y su influencia ha sido determinante en el ascenso al poder de Slobo, en su política y en la conversión de Serbia en una cleptocracia político-mafiosa.

La familia de Milosevic tiene un pasado al menos tan desgarrado como el de Mirjana Markovic. Sus padres, montenegrinos establecidos en Pozarevac, se suicidaron ambos, primero el padre, que según algunas fuentes era un pope ortodoxo. Se disparó un tiro en la cabeza cuando el joven Slobodan tenía 21 años. Diez años después se ahorcaba su madre. Antes ya se había suicidado un tío suyo. Milosevic estudió derecho en Belgrado y en 1969 ingreso en el partido, en el que fue un aparatchik clásico que fue subiendo escaños y trabajó en Estados Unidos con el Banco de Belgrado, Beobanka, donde aprendió ese inglés que tan útil le fue muchos años para engañar a los líderes occidentales durante la pasada década. Fue presidente de Beobanka gracias a Ivan Stambolic, presidente de la Liga Comunista de Serbia, a quien en 1986 habría de arrebatar el puesto. Pero no fue aquella revuelta palaciega la peor experiencia que el mentor de Milosevic tuvo con su protegido. En septiembre del pasado año, Stambolic desapareció sin dejar rastro. Pocos dudan de que la orden de secuestrarlo y asesinarlo partió de Milosevic o de su mujer.

Milosevic vio pronto el potencial que ofrecía el nacionalismo para sustituir como referencia ideológica al comunismo en pleno desplome ya en Europa Central. En 1989, ya como presidente serbio y con el entusiasta apoyo de la inmensa mayoría del pueblo serbio, Milosevic abolió las autonomías de Kosovo y la Vojvodina establecidas en 1974 por Tito y organizó una revuelta en Montenegro para poner a sus hombres en la dirección de esta república. Como las autonomías tenían un voto del mismo valor que las seis repúblicas yugoslavas, Milosevic se hizo así con cuatro de los ocho votos de la presidencia colectiva, con lo que podía bloquear todas las reformas que las septentrionales Eslovenia y Croacia demandaban.

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En 1991, bloqueó así la rotación constitucional del presidente de la presidencia que desde la muerte de Tito se había instituido. Meses después en junio, las dos repúblicas del norte proclamaban su independencia y comenzaba el rosario de guerras que habrían de anegar de sangre los Balcanes. A Eslovenia, que logró su independencia con una guerra de apenas una semana, siguió Croacia, mucho más cruenta, y Bosnia-Herzegovina, que se convirtió en una carnicería no vista en Europa desde las matanzas nazis en Europa oriental. Todas estas guerras las perdió Milosevic. En 1997, ante la imposibilidad legal de renovar mandato como presidente serbio, se hizo elegir presidente yugoslavo. Y poco después estalló el conflicto en Kosovo, donde él, en 1987, el 28 de junio, 600º aniversario de la legendaria batalla de Kosovo, había comenzado su cruzada nacionalista, que ha incendiado hasta hoy toda la región. También esa guerra la perdería, y finalmente en septiembre del pasado año perdía incluso las elecciones. Volvió a calcular mal y volvió a intentar que otros pagaran su error, con la sumisión o la muerte. Pero ya eran demasiados los errores, excesiva la miseria, absoluta la corrupción y enajenación de su régimen y general la indignación por sus fraudes.

Así llegó finalmente la revuelta de los serbios contra el caudillo al que habían encumbrado y que los había llevado como un flautista de Hamelín al precipicio económico, político, militar y moral. Milosevic nunca ha sido nacionalista. Las vidas de los serbios le importaban tan poco como las de albaneses, croatas o musulmanes bosnios. Ha sido un demagogo que engañó durante mucho tiempo a Occidente y más aún a su pueblo. Su cinismo y falta de escrúpulos han sido proverbiales. Solo le importaba el poder. Lo perdió. Ayer perdió la libertad. Ahora se abre un proceso que quizás aclare algunas de las muchas incógnitas sobre la psicopatología de este último gran sátrapa europeo del siglo XX.

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