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Velázquez regresa a Roma en una de las mayores exposiciones del pintor

El Palacio Ruspoli reúne 32 obras del artista

Velázquez regresa a Roma por tercera vez, con la síntesis de su arte magistral: 32 cuadros propios o a él atribuidos que se exhiben en el Palacio Ruspoli a partir de hoy y hasta el 30 de junio y que constituyen la mayor exposición sobre la obra del 'pintor de pintores' organizada fuera de España. A la inauguración, ayer, de la muestra, que incluye más de una docena de cuadros 'excepcionales', asistió la infanta Pilar de Borbón.

Roma, la ciudad donde Velázquez (Sevilla 1599-Madrid 1660) estudió el arte cálido de los pintores venecianos y adonde, ya artista consagrado, volvió para adquirir una serie de cuadros con destino a la Corte española, festeja con una amplia exposición al mayor artista del Siglo de Oro español.

Los italianos no encontrarán las obras más famosas del pintor sevillano. 'Sería una insensatez descomunal sacar del Prado Las meninas o Las hilanderas', explica Felipe Garín, ex director del Prado, comisario de la exposición romana. 'Son obras tan delicadas y de tal valor que no pueden afrontar los riesgos del más insignificante desplazamiento'. Pero la muestra que se inaugura en Italia contiene más de una docena de cuadros excepcionales, que hacen de ella una visita obligada para especialistas y admiradores de Velázquez, según Garín.

La exposición se inscribe en el acuerdo de intercambio cultural firmado hace dos años entre Italia y España, que concluye en diciembre próximo.

Sevilla, Madrid y Roma fueron las tres ciudades fundamentales en la vida de Diego Velázquez. La Ciudad Eterna, que visitó en dos ocasiones, le aportó mucho en el plano humano y artístico. En el segundo viaje, ya cincuentón, Velázquez mantuvo una relación extraconyugal de la que nació un hijo que murió, al parecer, muy joven. 'La muestra está pensada en función de Roma, o de la experiencia romana del pintor', dice Garín, y su preparación ha sido sumamente laboriosa porque en el Palacio Ruspoli (de la Fundación Memmo) se exhiben varios lienzos esenciales en la trayectoria de Velázquez procedentes de museos de Europa y América, además de algunos cuadros que son todavía objeto de debate por la dudosa autoría.

En la sala inicial, la sevillana, el visitante se encuentra con algunos lienzos de los años juveniles del pintor, que se formó en el taller de Francisco Pacheco. Están, por ejemplo, Las lágrimas de san Pedro, El apóstol santo Tomás y El almuerzo, un cuadro que recuerda otras escenas de vida popular retratadas por Velázquez y en el que algunos críticos encuentran huellas de la influencia flamenca pero también de Caravaggio. En una segunda sala están algunos de los cuadros de los primeros años en Madrid, como el retrato de Luis de Góngora del Museo Lázaro Galdiano, durante años considerado como el original hasta que fue descubierto no hace mucho el verdadero Góngora de Velázquez, muy superior en ejecución y profundidad, propiedad del Museo de Boston. Destaca, por lo desproporcionado y descomunal, el primer retrato del conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, cuya ejecución, dicen, le abrió a Velázquez las puertas de la Corte española, así como el espléndido retrato de María de Austria, la reina de Hungría. En la sala italiana, dedicada a las obras realizadas bajo la influencia del primer viaje de estudio a Italia, se pueden contemplar Las tentaciones de santo Tomás, cedida por el Museo de Orihuela, y una obra de arte absoluta prestada por el Museo del Prado, una de las dos versiones de Villa Medici, pintada por Velázquez durante su primer viaje a Italia (según la mayor parte de los estudiosos), entre 1629 y 1631. Figuran también el célebre Marte, que se conserva en el Prado, colocado junto a la escultura que lo inspiró, Ares Ludovici, restaurada por Bernini, aunque el cuadro de Velázquez transpira una melancolía que contradice la fuerza de las armas.

Retratos

Una sala completa de la exposición está dedicada a las obras que fueron propiedad de Francesco D'Este, duque de Módena, ferviente admirador de Velázquez. Se pueden admirar también lienzos poco conocidos como La costurera, de la National Gallery de Washington, delicado retrato de una joven cosiendo que podría ser la hija del pintor, y un ramillete de cuadros que reflejan la dimensión de Velázquez como pintor de Corte. Un Retrato ecuestre de Felipe IV del que el maestro pintó únicamente la cabeza y los trazos generales, y un espléndido retrato, el de la infanta Margarita, niña, en el que la maestría de Velázquez se deja ver en la descripción deslumbrante del traje de la princesa y en el delicado trazo de las manos. Cierran la exposición tres autorretratos célebres: dos de procedencia italiana, que no le pertenecen, y el espléndido retrato que procede del Museo de Bellas Artes de Valencia.

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