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Fernando Savater

Cuando yo estaba estudiando en la jurásica Universidad Central del franquismo, uno de nuestos profesores -ya fallecido- invitó a su clase a don Luis Recasens Sitches, un sociólogo por entonces muy mayor que había hecho toda su carrera en el exilio mexicano (el recientemente nombrado embajador de México en España me comentaba el otro día que fue alumno suyo). No era precisamente don Luis un revolucionario, pero llegaba a nosotros nimbado por su prestigio de republicano y desterrado: de su charla no recuerdo piadosamente nada, salvo que calificó a Mussolini de 'payaso trágico', y esa denominación impresionó tanto ética como estéticamente a mi ingenua mocedad. Muchos años después leí la novela It, de Stephen King, en la que un duradero monstruo espectral adopta la apariencia de payaso nocivo para hostigar a los jóvenes protagonistas, y recordé caprichosamente a don Luis Recasens y su caracterización dramática del líder fascista. Ambos episodios me volvieron otra vez a la memoria ayer, al enterarme de que la representante de EH en el Ayuntamiento de Lasarte que se negó a condenar el obsceno asesinato de Froilán actúa en sus ratos libres como payaso ante públicos infantiles. De nuevo me impactó el contraste entre la bonhomía ingenua del abigarrado personaje dedicado noblemente a hacer reir y la vocación sanguinaria latente bajo chafarrinones de purpurina.

Pero es que también en el horror ya enquistado que padecemos los vascos y por extensión perversa otros muchos españoles no faltan rasgos propios de un circo aciago. Si no acumulásemos tantas víctimas, tanto espanto envilecedor, tanta tristeza por lo que ha pasado y tanta angustia por lo que se nos viene encima... sería para reírse. No me digan que no tienen gracia, por ejemplo, las reacciones que ha suscitado el informe sobre Euskadi del comisario Gil-Robles. Lo único que ha hecho es poner negro sobre blanco una pequeña parte de lo que todo el mundo que vive allí y no está en nómina del nacionalismo en fase terminal comenta cada día: probablemente también lo que le dice en privado Iñaki Anasagasti a su amatxo cuando se acuerdan del incidente aquel del autobús incendiado y suspira al verse paseando en coche blindado.

Pero a la hora de calificar públicamente el informe, Iñaki habla de 'panfleto antidemocrático' y de 'golpe sucio y bajo'. ¿Por qué? Uno: porque el comisario estuvo en la CAV sólo dos días y no visitó Navarra. ¡Como si para entender lo que sucede en la CAV fuera obligatorio pasar también por Navarra! ¡Como si convivir dos semanas o dos meses con los amenazados, con la impunidad de los violentos, con la propaganda deformadora y criminógena, quizá incluso como si esperar a ver un asesinato en directo fuese a mejorar la opinión del comisario sobre nuestra feliz Peneuvelandia! Si se llega a quedar más tiempo, Gil-Robles hubiera asistido a la detención de los asesinos de un ertzaina dos horas después de cometer su crimen, eficacia admirable que contrasta con otras muestras de indolencia más inexplicables y contribuye evidentemente a reforzar las críticas de ERNE. Los otros reproches de Anasagasti al documento europeo resultan aún más raros: le acusa de haber omitido las reservas sobre las críticas a la educación del escrito formuladas por el rector de la UPV después de que el informe se hiciera público y sobre todo que éste apareciera antes de la cita electoral de mayo. Claro, lo ideal sería informar de lo que pasa cuando ya se hubiera votado, para que la turbia realidad no pueda comprometer ni modificar la nitidez tenebrosa del programa electoral nacionalista. ¿Payasos? Gabi, Fofó y Miliki hacían reír con comentarios menos grotescos...

Tampoco deja de tener su triste gracia que a estas alturas haya que justificar una pancarta que dice 'no' tanto a ETA como a sus cómplices. ¿O es que acaso ETA no tiene cómplices, con mayor o menor grado de deliberación y responsabilidad penal? Que son cómplices los que señalan a sus vecinos y dan información a los verdugos para que los maten no puede dudarlo nadie cuerdo. Pero ¿acaso no hay complicidad alguna en quienes hablan de 'conflicto político' después de cada crimen, en quienes condenan aparatosamente la violencia pero comprenden obstinadamente a los violentos, en los que proclaman tener idénticos objetivos de radicalismo étnico que los terroristas, en quienes vienen sembrando desde hace décadas el odio y la mentira como fundamentos de la construcción nacional y luego califican de enemigos de dicha entelequia nacionalista a los que denuncian el odio y la mentira? Tengo en las manos una revista infantil, distribuida generosamente por todas las escuelas y pagada con subvenciones oficiales, en la que -junto a historietas de las hermanas Gilda o Mortadelo- se propone en la sección de entretenimientos la siguiente adivinanza: 'No es español/a ni francés/a, está bajo el yugo de España o Francia, vive en Euskal Herria y sabe euskera'. Respuesta: vasco/a. ¿Carecen tales comeduras de coco de toda complicidad con la violencia? ¡No me hagan reír!

Pero sigamos carcajeándonos (rire jaune le llaman los franceses a esta hilaridad). Aquí llegan los invictos representantes del izquierdismo hispánico para sostener que el resultado de las elecciones no decidirá nada (después de haber dicho que no hay solución policial, tampoco el método político tiene su beneplácito), para afirmar que no habría mayor catástrofe que un Gobierno no nacionalista pese a que todas las catástrofes hasta ahora han ocurrido bajo el Gobierno nacionalista, para denostar el pacto por la libertad y contra el terrorismo -el mínimo común denominador de la democracia en el País Vasco- como algo sectario, tramposo e inhumano. Son los pontífices a lo Haro Tecglen, a los que todos los puentes se le han caído, menos mal, pero que no por eso dejan de pontificar. Y se indignan de que alguien les suponga complicidades o complacencias con ETA. No, hombre, no, pueden estar tranquilos. ETA es una organización perversa pero eficaz y nunca admitiría como colaboradores a inútiles semejantes, que no sirven ni para poner bombas ni para explicar racionalmente la realidad política.

¿No haría también reír, si tuviésemos ganas de reírnos, el cacareado pánico a la posible y hasta inminente 'fractura social'? De tan grande peligro, si hemos de creer al señor Trías de CiU, todos somos culpables: tanto la gente como Froilán, que charlaba paciente y civilizadamente con sus delatores, como quienes le delataron a la bestia y quizá como la bestia misma que le ejecutó. ¡Qué cosas! Ahora no hay fractura, sólo personas que no pueden moverse ni realizar campaña política sin escolta, gente en el corredor de la muerte, gente que no se atreve ni a decir a los encuestadores lo que va a votar... y otros que les miran, les compadecen, de labios para fuera (aunque critican su obstinación en no dialogar, es decir, en no ceder ante quienes les amenazan) y unos cuantos más que planean fríamente su eliminación. Fractura social de la buena no habrá, según ellos, hasta que al día siguiente de un atentado de ETA tengan más miedo de salir a la calle los que vitorean a los criminales que las demás posibles víctimas. ¡Qué gran desgracia sería! Ja, ja, ja.

Bernard Crick comienza su excelente En defensa de la política (ed. Tusquets) con estas palabras: 'Uno de los grandes riesgos que corren los hombres libres es aburrirse de las verdades establecidas. El hastío les proporciona una excusa en los tiempos difíciles para evitar redefinir las cosas con inteligencia e imaginación, o para escudarse en la indiferencia académica o en la imparcialidad científica, en lugar de hacer fecundos los viejos tópicos'. Viejos tópicos como constitución, estatuto, ciudadanía frente a etnicismo. Sí, lo que faltan es políticos -eso que cualquier demócrata debe ser- y sobran payasos. Y payasadas.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.

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