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Tribuna
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El imaginario colectivo

Cuando la editorial Salvat me propuso la traducción al catalán de Astérix y Latraviata, el que hace 31 en las historias del galo, acepté sin dudarlo ni un segundo. No es que yo sea un asterixólogo consumado, pero sus aventuras me habían divertido años atrás y, desde el punto de vista lingüístico, era un bombón que no podía despreciar. Sin embargo, el día en que fui a la editorial a buscar el original en francés me encontré con que el bombón llevaba sorpresa: fui invitado a firmar un contrato 'de confidencialidad' en el que me comprometía a no revelar bajo ningún concepto el contenido del nuevo Astérix que tendría entre manos. Se trataba, claro está, de una pura formalidad, pero el dato es útil para situar el alcance del fenómeno: Astérix es desde hace años un gran negocio francés que lucha por no perder comba entre sus seguidores, y la escasez de nuevas aventuras, servidas con cuentagotas, se palía con actos como el de anoche, en que la presentación global en todo el mundo del nuevo álbum actúa de caja de resonancia.

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En cualquier caso, ¿es tan importante el contenido de este nuevo álbum para que deba ser guardado en secreto? No, o no más que los anteriores, pero la decisión forma parte del espectáculo. Es cierto que esta vez Astérix se nos vuelve enamoradizo por primera vez y le quita la novia a Obélix, pero las aventuras de estos irreductibles galos están demasiado ancladas en el imaginario colectivo para que estos detalles puedan ir más allá de la estricta novedad. Lo comprobé mientras duró la traducción: cuando, con cierto regocijo, informaba a mis amigos del carácter confidencial del álbum, todos preguntaban excitados por las mismas cosas: ¿vuelven a salir los piratas gafes?, ¿se queda sin tocar el bardo de la lira en la cena?, y el pescado de Ordenalfabétix, ¿sigue oliendo mal?, y Obélix, ¿lanza algún menhir? 'Todo esto aparece, por supuesto, si no ya no sería el Astérix de toda la vida', respondía yo, sin miedo a vulnerar ningún contrato

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