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Columna
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La guerra no ha acabado

El presidente yugoslavo, Vojislav Kostunica, comienza a mostrar esa tendencia tan manifiesta en los líderes balcánicos de equivocarse tanto que al final sólo un disparate mayúsculo parece ofrecerles la salida del entuerto autoinfligido. Puede llorar hoy Kostunica cuanto quiera por la supuesta incomprensión de Occidente o la comunidad internacional hacia su política y actitud respecto a los criminales de guerra que viven en el barrio residencial de Dedinje, pasean por las aceras de Terazije en Belgrado o pastan aún en su Administración. Pero los demás no podemos compadecernos de actitudes adolescentes como sus últimas pataletas contra dichas supuestas incomprensiones. Los Balcanes vuelven a complicarse, y en gran parte por Kostunica y su actitud, políticamente perezosa, mojigata y, para muchos, cobarde, además de éticamente muy dubitativa. Todo esto se ve agravado por el hecho de que sus discrepancias con los políticos más lúcidos en Serbia no acaban de ser más que meros intercambios de acusaciones.

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Kostunica, y si él no es capaz, Zoran Djindjic, primer ministro serbio, tiene que entregar cuanto antes a Slobodan Milosevic a La Haya. El hecho de que Milosevic no esté ya preso fuera de los Balcanes es uno de los factores que más envenenan todo el escenario. Los croatas nacionalistas en Bosnia-Herzegovina claman ahora por la secesión después de que nadie impidiera un 'tratado especial de asociación' entre la Republika Srpska en Bosnia y la propia Serbia. Dayton deriva hacia el naufragio. En el sur, los albaneses radicales siguen con su política de hostigamiento y crimen contra los serbios en Kosovo y se lanzan a una ofensiva en la muy vulnerable región occidental de Macedonia poniendo en peligro un país que tanto ha ayudado a que los kosovares no fueran víctimas del genocidio y éxodo planeado por Milosevic. Albania está paralizada e inane. Montenegro, aunque fuera de las noticias estos días, sigue debatiéndose entre guerra de secesión y agravio continuo. Las fuerzas militares occidentales, en Bosnia y Kosovo, parecen tener como único objetivo no sufrir una baja en su estancia. Y ahora aceptan que fuerzas serbias entren de forma incomprensible a crear cordones sanitarios entre albaneses de Macedonia y albaneses de Kosovo. Todo es un inmenso disparate.

¿Dónde está la clave? Está en que todas las fuerzas implicadas consideran que la guerra no ha acabado. Para demostrarles que esa guerra ha concluido y nadie puede sacar beneficio de su continuación, Milosevic ha de presentarse ante el Tribunal Penal de La Haya. Cuando él, su general Ratko Mladic, su sicario Radovan Karadzic y otros varios -pero especialmente ellos- aparezcan en televisión en las salas de La Haya con o sin auriculares, el mensaje será definitivo. Quien a partir de entonces, y especialmente los más activos hoy, los radicales albaneses, mueva pieza de agresión debiera saber que tendrá encima a todas las fuerzas militares que en su día los salvaron a ellos y a sus familias. Pero la señal es imprescindible. Kostunica debería llorar menos y actuar de acuerdo con tantos serbios que saben que, si Milosevic fue la clave de la guerra, también lo es, como reo, de la paz. Mientras no entregue a Milosevic, la guerra no ha acabado.

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