'Hay una red intrincada entre ciencia y beneficio económico'
Santiago Grisolía, valenciano de 78 años, médico y bioquímico, trabajó en Estados Unidos desde 1945 a 1977, año en el que regresó a España para dirigir el Instituto de Investigaciones Citológicas de Valencia, cargo que ejerció hasta 1992 centrando sus estudios en las proteínas. Académico de la Real Academia de Farmacia desde 1979, en 1988 fue nombrado presidente del Comité de Coordinación Científica de la Unesco para el Proyecto Genoma Humano y, en 1990, recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Ha sido presidente honorífico de los congresos que sobre terapia genética y terapia genética aplicada al cáncer se han celebrado esta semana en Valencia.
'Es una barbaridad que un becario esté danzando 10 años por laboratorios para luego decirle que no hay un puesto para él'
Pregunta. ¿Cómo actúa la terapia génica?
Respuesta. Todavía no se puede coger un gen que está mal y hacerlo bueno, lo que sí se puede es ponerle un reemplazo. También podemos evitar que un gen malo se exprese, o sea, funcione.
P. ¿Cuáles son los principales problemas que se está encontrando la terapia génica?
R. Básicamente son cómo transportar la información y dirigirla al gen que tú quieras. Se han desarrollado tecnologías muy ingeniosas que consisten en transportar el gen de interés con un virus que se integra en el genoma de la persona y lo modifica. Otras técnicas que no usan virus transportan el gen en liposomas. Lo que ahora es más prometedor es el uso de lentivirus, que son virus relativamente lentos; o las técnicas antisentido, que son trozos parecidos al ADN que se conjugan con la doble hélice para que no se expresen ciertos genes. Se están desarrollando técnicas muy ingeniosas.
P. La terapia génica ha visto grandes éxitos y grandes fracasos.
R. Hace unos ocho años, Blae-se y Anderson aplicaron la terapia génica a unas niñas burbuja con una deficiencia inmunológica tremenda debido a una falta de adenosin desaminasa en la sangre, que fue un éxito. Pero hace un año ocurrió algo muy negativo. Jesse Gelsinger, de 18 años, tenía una deficiencia de ornitina trascarbamilasa, un mal hereditario del hígado al que se puede sobrevivir bastante bien con una dieta adecuada. Pues bien, tras inyectarle, Jesse murió porque la cantidad de virus transportador era excesiva. La consecuencia fue que el grupo de la Universidad de Pensilvania que llevaba el programa de trabajo y su director, Jim Wilson, ya no pueden ejercer la terapia génica.
P. ¿En qué plazo de tiempo se calcula que estos tratamientos tendrán éxito?
R. La terapia génica es una de las medicinas del futuro y a la larga tendrá éxito, pero hay que ser muy cautelosos porque si anuncias con gran entusiasmo la solución de enfermedades que afectan a mucha gente, puedes llevarte luego la sorpresa de que el éxito no llega tan pronto, como ha ocurrido con el cáncer.
P. ¿En qué enfermedades se está investigando la terapia génica?
R. La terapia génica nació para curar enfermedades monogénicas, o sea, las que afectan a un solo gen como la diabetes, la hemofilia, la fibrosis quística o la de las niñas burbuja. Se conocen de 4.500 a 5.000 de ellas. Pero la mayor parte de las enfermedades son poligénicas, afectan a más de un gen, como es el caso del cáncer, y las sufre un mayor número de gente. Lo que ha sucedido es que el 70% de la investigación se ha centrado en ellas, especialmente en el cáncer. Lógicamente, las enfermedades que afectan a mucha gente atraen más tanto al investigador como a las compañías farmacéuticas. Pero no hay que olvidar las monogénicas, que en conjunto afectan al 2% de la población.
P. ¿La terapia génica puede evitar la transmisión de las enfermedades a los hijos?
R. Aunque todas las enfermedades son en cierta medida genéticas, también dependen del medio ambiente, de manera que no se pueden eliminar porque estamos continuamente expuestos a mutaciones.
P. ¿En qué medida ayudará al avance de la terapia génica conocer el mapa del genoma humano?
R. Se ha anunciado varias veces que tenemos un primer borrador del mapa, luego un segundo..., pero depende de para qué lo quieras. Si tienes un mapa de un territorio puedes encontrar una ciudad fácilmente, pero si quieres encontrar una casa dentro de la ciudad necesitas un mapa más detallado. Eso está sucediendo con el del genoma humano. De todos modos, no hay que esperar necesariamente a completarlo. A muchos investigadores sólo les interesa una parte, y si la tienen ya pueden trabajar.
P. ¿Qué opina de Celera Genomics?
R. Su presidente, Craig Venter, estuvo en Valencia en la segunda reunión que tuvimos sobre ética y genoma humano y la lideró. En aquel momento trabajaba en la sanidad pública estadounidense. Respecto a las patentes opinaba que puesto que la investigación estaba hecha con dinero de todos, debían ser para todos. Lo que pasa es que luego se embarcó en la empresa privada.
P. ¿Cuál ha sido su acierto?
R. El proyecto público intentaba coger cromosoma por cromosama y ver los genes que los componían. Lo que ha hecho Celera es romperlo a pedazos y crear un puzzle que ha reconstruido con poderosos computadores. Además, ha usado información del proyecto público.
P. Parece injusto.
R. Hay que tener en cuenta que Celera ha desarrollado técnicas que la investigación pública veía difícil.
P. ¿Cree que la competencia y el afán de lucro hacen avanzar la ciencia?
R. Sí, todo tiene una base económica. El genoma es patrimonio de la humanidad, pero es posible y deseable que los productos de los genes que sean utilizables, que sean una novedad, se patenten. Y se han hecho muchas patentes ya. Por si acaso. Hay una red intrincada entre ciencia y beneficio económico. En Estados Unidos, la mayoría de la investigación la hace el Estado, pero las empresas que están interesadas contribuyen.
P. ¿Por qué España ha tenido una participación tan escasa en el proyecto genoma humano?
R. Mucha gente acusa de ello al Gobierno y es cierto que España no gasta aún suficiente dinero en investigación. Pero no hay que olvidar que en los inicios del proyecto genoma humano, cuando éramos muy pocos los que creíamos en ello, propusimos un plan nacional y no interesó a los españoles. Quizás porque a la mayoría nos gusta más ser cabeza de ratón que cola de león.
P. ¿Qué opina de la situación de los jóvenes investigadores en España?
R. Nuevamente es falta de dinero. Yo tenía gran fe y esperanza en el Ministerio de Ciencia y Tecnología. He dado mucho la lata para que se crease, pero parece que va más despacio de lo que nos gustaría a todos. Por otro lado, no ha habido una política científica adecuada. No es lógico que produzcamos profesionales sin saber las necesidades del país; es una barbaridad tener un becario danzando de laboratorio en laboratorio durante 10 años para luego decirle que no hay un puesto de trabajo. Si las cosas siguen así para 2010 tendremos 24.000 médicos en paro, y eso es muy caro. El número de universidades en España es excesivo.
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