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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reformas educativas

El Ministerio de Educación está considerando, entre las reformas de la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), la introducción de un examen de conjunto al final del bachillerato, una 'reválida', y la desaparición del examen de selectividad como prueba única, para sustituirla por otra específica de cada universidad y grupo de estudios. La propuesta -o globo sonda- presenta aspectos interesantes, pero también algunas dificultades de fondo.

La selectividad nació en 1974 con el objetivo declarado de asegurar que los aspirantes a estudiar en la Universidad tuvieran las aptitudes mínimas para aprovechar su paso por la misma. A ese fin se le sumó el de distribuir a los estudiantes en los centros de acuerdo con su expediente y resultado de esa prueba. El sistema ha tenido virtudes, como la de combinar el rendimiento global a lo largo del bachillerato y el resultado de una prueba homogénea que pueda corregir las diferencias, a veces interesadas, en las calificaciones de los centros. Las desventajas de utilizar una misma prueba con dos finalidades distintas se han manifestado a la hora de elegir carrera y se han intentado paliar introduciendo diferencias en la prueba según la opción del bachillerato elegida. La búsqueda de otra solución ha llevado ahora a plantear la separación de pruebas de aptitud y selección de estudios.

La supresión de la selectividad puede fomentar la desigualdad en las posibilidades de acceder a la Universidad según el centro de procedencia, y su diversificación puede dificultar la movilidad estudiantil y cerrar cada universidad a los aspirantes de fuera. Por otra parte, su mera existencia introduce un factor de exigencia en el bachillerato, pero, al tiempo, tiende a convertir su último curso en una preparación del examen de acceso. La reválida podría tener la virtud de permitir una planificación del bachillerato menos condicionada por la selectividad y servir para evaluar su rendimiento de una forma más global. Pero, sumada al examen de selectividad, por muy específico que éste sea, supondría duplicar las pruebas a superar entre la enseñanza secundaria y la Universidad.

En lo que a la selectividad se refiere, una prueba más adaptada a los estudios que se desean cursar permitirá una selección más acorde con las capacidades y motivaciones de los alumnos, pero toda fragmentación, por universidades o por carreras, restringe las posibilidades de elección del estudiante, hace que ésta sea más irreversible y dificulta la movilidad. El balance de ventajas e inconvenientes de la propuesta dependerá crucialmente de los detalles de su aplicación: dónde se haría la reválida y el grado de autonomía de institutos y centros privados en su organización, el grado de especificidad de las pruebas de selectividad, las posibilidades de acceder a varias universidades al mismo tiempo o cuál sea la situación de un estudiante con la reválida aprobada que no haya superado una prueba específica de acceso, entre otros.

En todo caso, el problema más grave de la enseñanza secundaria no se sitúa en estos momentos en el paso del bachillerato a la Universidad, sino en la enseñanza secundaria obligatoria (ESO). A los cinco años de su plena aplicación, los dos primeros cursos siguen, en muchos casos, sin impartirse en los institutos, lo que redunda en el nivel con que se accede a la segunda etapa. Y sigue sin resolverse el problema de las diferencias de motivación y preparación en esta segunda etapa, así como el de la transición de la ESO al bachillerato, más urgente que el de éste a la Universidad. Toda reforma, además, supone una reorganización de los centros y del trabajo de los profesores, que se ven abrumados con demasiada frecuencia por cambios que no tienen tiempo de digerir ni de aplicar. En este sentido, es condición imprescindible que se pulse la opinión de los enseñantes, tanto sobre los contenidos de las reformas como sobre los ritmos con que deben aplicarse. Son ellos quienes sufren en primera línea las deficiencias del sistema vigente y quienes mejor pueden valorar las posibles soluciones. Conseguir su apoyo y combatir su desánimo es hoy la tarea primordial en los centros de enseñanza.

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