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CRÓNICAS
Columna
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Una modesta proposición...

Juan Cruz

... para acabar de una vez por todas con las polémicas que año tras año y durante tantos años genera la concesión anual, persistente, tortuosa, preparadísima del Premio Cervantes que un jurado reunido en Madrid, dónde si no, concede a un solo escritor, a uno solo cada año, del ámbito difuso, enorme, irreductible de la lengua española...

Nadie ha hecho jamás un censo de escritores, pero sin duda hay miles y millones; los escritores se multiplican como se quintuplica el vegetal en la selva; y todos los escritores llevan en su alma el ego que a Juan José Millás le llevó un día a concretar lo que desayunan sus colegas: desayunan, claro, egos revueltos.

El rumano Emil Cioran escribió una vez en sus propios diarios, que ahora publica Tusquets: 'Esta tarde he ido a pagar mi cotización a la Sociedad de Escritores. En un año no han citado nada absolutamente de mí ni en la radio ni en ninguna otra parte, ya que en mi cuenta no había nada. ¿Boicoteo? ¿Indiferencia? Me he instalado en la cómoda condición de filósofo desconocido'. Es decir, si incluso Cioran tenía a flor de piel estas miserias, ¿cómo no van a ser los egos revueltos los desayunos principales de los creadores de la pluma? De la pluma, del pincel, del arpegio...

Por lo cual, cada año y cada premio, nacional, local, multinacional, literario, pictórico, etcétera, desata siempre tal cantidad de adrenalina inesperada que las meninges intelectuales de los creadores se desestabilizan, y muchas veces con toda la razón... Por eso es tan saludable ver que algunos -García Márquez, Goytisolo...- se desenganchan de la carrera, se muestran dispuestos a firmar ante notario que no quieren determinado premio -en estos casos, el Cervantes- y dejan expedito el camino para que contiendan otros... Pero esas deserciones no alivian la perspectiva anual de polémica... Decía el otro día Gonzalo Suárez que cada vez que se acerca un premio al territorio de sus colegas los escritores (y de sus colegas los cineastas, que él es colega de muchas castas) encuentra como que la gente se vuelve mucho más adolescente, e incluso ha advertido en algunos que se preocupan por esta anual rebatiña una sensación de niñez que ya les afecta toda la vida... 'Son como niños', concluyó de forma muy coherente...

Les preocupan (a los escritores, a los pintores, a los cineastas...) los críticos; decía el otro día El Roto en EL PAÍS que para eso hay un remedio, tener un crítico de cabecera: 'Antes creía', decía el artista que retrataba El Roto, 'que debía tener un estilo y ahora resulta que lo que debo tener es un crítico'.

Es difícil resolver el problema de los críticos, pero acabar con la polémica anual del Cervantes es muy sencillo, y ésa es la modesta proposición que me atrevo a hacer hoy... Se trataría de dar, al mismo tiempo y con carácter universal, el mismo Premio Cervantes a todos los escritores de lengua española que ya estén en edad de merecer; se partiría de la edad del más joven que ya lo haya reclamado (el otro día declaraba un joven escritor, ya, que el Cervantes está cubierto de mierda; pues a él primero que nada) y se seguiría inmediatamente, pero en la misma lista, con todos y cada uno de los componentes del inabarcable censo de aspirantes al premio más codiciado de las letras españolas. El orden alfabético (de nuevo Millás) sería perfecto para resolver los problemas de prelación. Las academias de los países respectivos tendrían un problema añadido, pues los premiados suelen luego reclamar su ingreso en tales instituciones... Pues que se arreglen.

La única condición para los que reciban este premio multitudinario: se daría sin dotación, pero todos estarían obligados a ponerlo en sus respectivas solapas literarias. 'Yo también tengo el Cervantes', sería el lema. Y lo entregaría en un estadio el guiñol de Hilario Pino, con su famosa letanía de despedida: 'A todos, todos'.

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