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Columna
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Pintura pura

Hoy, al enterarme de la muerte de Balthus en su chalé de la Rossinière, recuerdo con nostalgia cómo empezó nuestra gran amistad.

Cuando a principios de 1949 llegué a París no se hablaba de la obra ya muy importante de Balthus, que, sin embargo, tenía sus incondicionales admiradores entre sus amigos escritores, artistas, gente de teatro e igualmente un reducido y selecto núcleo de coleccionistas. Quizá por el hecho de que su pintura se alejaba del surrealismo y que en aquellos años la no-figuración se iba extendiendo como única forma de la 'modernidad', su concepto de la pintura se distanciaba de las corrientes que imperaban.

Creo que la obra de Balthus es un TODO, siempre mágica y cautivante, como cuando pintó en su estudio de la Cour de Rohan Nature morte (1937), La Vicomtesse de Noailles, Joan Miró et sa fille Dolores, Thérèse en rêvant y el año anterior el impresionante retrato de su admirado amigo el pintor André Derain, sólo para citar unas obras insuperables que definen ya toda su profunda intensidad.

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Pero Balthus, lento e infatigable pintor, nos da, una vez instalado en Chassy, la quintaesencia de su materia pictórica con sus maravillosos cuadros, Nu devant la cheminée y el paisaje Le champ triangulaire, los dos de 1955. Si Antonin Artaud, su hermano Pierre Klossowski, Gaëtan Picon, Pierre Jean Jouve, Raymond Mason, Jean Leymarie y el cineasta Federico Fellini han comentado y analizado la obra de este gran pintor, ¿qué podría yo añadir de nuevo y mejor?

Sólo imploro al visitante de una exposición de Balthus el profundo silencio y la total sordera a los comentarios del público que llena los muesos, y que acaricie con su mirada la PURA PINTURA y descubra luego sin prisa su mundo apacible e inquietante a la vez.

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