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Columna
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Yo confieso

Confieso que tengo miedo, dijo el jueves el magnífico rector de la UPV, Manuel Montero -un título, el de magnífico, no protocolario en este caso; la universidad, toda ella, se enorgullece de quien sabe encabezar con esa lucidez la defensa de su estatus de libertad-. Miedo a perder mi libertad, nuestra libertad, decía el rector -y podía decir 'a perder mi vida', y no mentiría-, 'a que se consume la supresión de la libertad de pensamiento, a que sucumbamos a la amenaza del terror. Tengo miedo al silencio', a que miremos para otra parte, y que, con ello, se cercene de forma decisiva la capacidad de reflexión, diálogo y libertad de pensamiento y tolerancia que, desde su creación ya en la Edad Media, ha representado siempre la universidad. Y tengo miedo, lo confieso -y esto ya va de mi cosecha-, de que ése pueda ser el primer paso hacia una más general opresión y limitación de la libertad en toda la sociedad, a gestos de limpieza ideológica, de exclusión y totalitarismo que podamos sufrir todos. Un miedo que nos pone alerta y nos anima a resistir, que nos impide mirar hacia otro lado, que es el primer gesto -al reconocerlo- para no dejarnos vencer. Un miedo que nos lleva a exigir que toda esa estructura institucional democrática que tanto nos costó obtener (Parlamento, Gobierno, colegios profesionales elegidos, ayuntamientos democráticos, decanos y juntas de Facultad, policía democrática, jueces libres, etcétera) actúe, que ejerza sus funciones en defensa de la libertad. Ésta no puede estar al albur del heroísmo del ciudadano particular. No, cuando nos hemos dotado de unas instituciones que tienen su razón de ser precisamente en el reconocimiento de la libertad y en un principio democrático. Son ellas las que deben activarse decididamente y actuar.

La UPV, con su rector a la cabeza, lo ha hecho y ha dado ejemplo. Éste es el acto más digno que una universidad a la altura de su tarea puede representar ante una sociedad. Puede la universidad, en una situación normal, dotar a la sociedad de técnicos, de investigadores, ofrecerle una tecnología más avanzada y una cultura rica y variada. Pero en los momentos críticos, cuando todo eso está amenazado en su origen, cuando se está cuestionando la libertad misma (y con ello la propia sociedad), ha de señalarlo, sin más. Lo ha de decir ante sus conciudadanos. Como dijo el rector, sólo tenemos la palabra (que no es poco, y que no nos la quiten los totalitarios).

El jueves, la UPV se colocó a la cabeza del movimiento de exigencia de libertad para el País Vasco. El jueves, la UPV logró reunir al lehendakari y al diputado general de Álava, logró que todos los partidos democráticos aplaudieran, puestos en pie, su gesto. Ése es el camino. Si las universidades alemanas hubieran asumido en 1931, frente al nazismo, este papel digno y humanista que hoy asume la UPV, si la sociedad alemana hubiera sabido ponerle puertas a la intolerancia, tal vez el Holocausto no hubiera sido.

'Yo confieso'. Qué distancia frente al 'Yo acuso' de Émile Zola en L'Aurore del 13 de enero de 1898. Qué distancia y qué proximidad en el fondo. Distancia entre una sociedad política libre en la que puede acusarse, como la francesa de la III República, y proximidad en el mismo afán de dignidad frente a la injusticia, la defensa de la verdad y la proclamación de la libertad, del liderazgo y compromiso de los intelectuales (permítanme esta expresión, un tanto manida) ante la sociedad. Pero confieso que aún tengo miedo. Confieso que aún las cosas están por hacer.

Confieso que aún en la UPV se ponen pancartas enormes que llaman a sabotear un acto por la libertad con aditamento de tuercas y tornillos con los que amenazar a los asistentes. Confieso que más de un profesor censura sus clases para no molestar a la bestia (y no ser amenazado de muerte). Confieso que, frente a la docencia libre, solvente, en euskera y castellano, algunas autoridades académicas conceden locales para alguna herri eskola en la que se da una formación sectaria e intransigente. Confieso que con el dinero de todos se escriben pancartas amenazantes contra el rector y otros profesores. Confieso que también yo y otros tenemos miedo. Y que el miedo nos mantiene alerta.

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