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Bush resucita la vieja política republicana en Oriente Próximo

Tras un año 2000 consagrado por Bill Clinton a un infructuoso esfuerzo por arrancar la paz entre israelíes y palestinos, George W. Bush, con el ataque a Bagdad del viernes, ha dejado claro que la agenda de Washington ha cambiado en Oriente Próximo. El pulso con Sadam Husein, relegado por Clinton en los dos últimos años de su mandato, vuelve a ser prioritario.

Antes de firmar su primer asalto a Bagdad, Bush ya había ordenado al Departamento de Estado que recibiera a Ahmed Chalabi, líder del opositor Congreso Nacional Iraquí, y le entregara más de 30 millones de dólares para promover revueltas contra Sadam. En cambio, Bush va a intentar no quemarse en el conflicto entre israelíes y palestinos, que muchos de sus asesores consideran insoluble.

El ataque del viernes contuvo un claro mensaje para Sadam: el segundo Bush va a por él. Y otro para el resto del planeta: los chistes sobre el político de Tejas y el debate sobre su legitimidad son obsoletos. Bush es el jefe en Washington y piensa dejar huella en los asuntos internacionales.

Nadie puede reprocharle inconsistencia en sus primeras semanas. Está aplicando su programa electoral. Tras informar a los europeos de que el escudo contra misiles (NMD) es irreversible y garantizarles que no habrá retirada precipitada de los Balcanes, Bush interpretó el viernes las dos melodías internacionales que más le gustan: amistad con México y hostilidad a Irak. Vendrán nuevos bombardeos, porque Bush declaró ayer que está dispuesto a 'hacer respetar las zonas de exclusión aérea', no apoyadas por las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Y el mero hecho de que los iraquíes enciendan un radar y lo orienten hacia esas zonas es considerado por el Pentágono una 'provocación' y una 'amenaza'. Como cabía esperar, Bush ya ha encontrado en Tony Blair su primer aliado incondicional.

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