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LA IDENTIDAD DE LOS VASCOS

Breve historia de Euskadi

Todo libro estimula especulaciones muy lejanas de las intenciones de su autor, pero lo mío empieza a ser obsesivo. He leído la Breve Historia del Mundo, de Ernst Gombrich, y mi cabeza no hacía sino girar alrededor del título y repetirme que para breve, la historia de Euzkadi, más bien la del nombre de Euzkadi, porque la brevedad que se me revelaba era la de los avatares del término que hace escasos cien años acuñó Sabino Arana para designar la patria de los vascos y sobre el que últimamente se advierten indicios de escaso entusiasmo por parte de algunos de sus más conspicuos herederos. Seguramente, entre capítulo y capítulo, se me había colado por la tele Joseba Egibar hablando de Udalbiltza o algo así.

Sabino Arana fundó el PNV y dio el nombre de 'Euzkadi' al territorio que le correspondía. En la concepción del fundador ambos eran inseparables; ser vasco conllevaba la adhesión a la comunidad anunciada por la doctrina del fundador. Pero muy pronto el PNV resultó ser algo más y algo menos que lo que indicaban sus orígenes; resultó ser un partido, es decir, una parte dentro de un todo, al punto de que cuando Euzkadi se convirtió en 1936 en la denominación de un Gobierno del mismo formaban parte no solo representantes del PNV, sino también republicanos, socialistas, comunistas y hasta nacionalistas laicos heterodoxos. Euzkadi designaba a la patria de los vascos, pero ya no sólo como la había querido Sabino Arana, y en los tiempos de derrota, represión y resistencia, la reivindicación de su autogobierno fue bandera común no sólo de los ciudadanos vascos, sino de los que en toda España, aspiraban a la recuperación de la democracia, entre cuyos elementos constituyentes se incluía.

Euzkadi, o Euskadi, tanto da, denotaba un nuevo significado, susceptible de ser aceptado como propio por sectores de la población más amplios que los estrictamente nacionalistas. La plasmación institucional de este proceso fue la instauración del Estatuto, mediante el cual el pueblo vasco se constituye en comunidad autónoma para acceder a su autogobierno, bajo la denominación de Euskadi o País Vasco (artículo 1 del Estatuto de Autonomía). El establecimiento del autogobierno suponía tomar en cuenta las razones de quienes habían reclamado el reconocimiento de una personalidad política específica y eso se reflejó, lógicamente, en los resultados electorales y en el papel preponderante que correspondió al PNV. Pero, en cualquier caso, con el nombre de Euskadi se designaba a una comunidad política plural y libre, cuyos componentes lo eran en tanto ciudadanos, ya que la condición política de vascos se atribuye a quienes tengan la vecindad administrativa en cualquiera de los municipios de la comunidad autónoma (artículo 7).

No se trata de que el término hubiera perdido la significación doctrinaria con que fue concebido. El patriotismo civil promueve pocas emociones y la emoción parece componente imprescindible de toda definición identitaria. Pero eso, por sí mismo, no tiene por qué suponer un problema: el respeto a la pluralidad puede convivir con la emotiva afirmación identitaria, siempre que no se pretenda que el convecino obligatoriamente la comparta o, en su defecto, se le excluya. ¿En qué situación estamos nosotros? Los horrores que vivimos, las complacencias que les acompañan, los dislates que escuchamos, son tan abrumadores que parece esconderse la posibilidad de mantener un espacio de convivencia civil y civilizado. Observemos, sin embargo, que los que están empeñados en dividir y enfrentar a los ciudadanos de este país, en obligarlos a elegir entre una u otra identidad excluyente y contrapuesta, cada vez lo hacen menos con el nombre de Euskadi. Ahora su nombre parece ser Euskal-Herria. Dirán que es porque quieren referirse a la totalidad del territorio que reivindican, pero eso mismo es señal de hasta qué punto el viejo término Euskadi puede emanciparse de sus peores connotaciones sectarias y se identifica con las instituciones democráticas de las que nos hemos dotado los vascos. El nombre de Euskadi vive, pues, sobre todo, en el Estatuto de Gernika y su historia puede ser definitivamente breve, dadas las amenazas que sobre el mismo se ciernen. La última paradoja de nuestra historia es que para que Euskadi sobreviva, parece imprescindible que retiremos de su gobierno a aquellos que lo inventaron.

La Breve Historia del Mundo de Gombrich acaba con esta frase: 'Esto tampoco sucedía antes, y es señal de que tenemos derecho a seguir esperando un futuro mejor'. Ya ven ustedes: uno siempre pensando en lo mismo.

Ignacio Latierro es librero.

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