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GUIÑOS
Columna
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Libros

La foto puede ser crónica y también arte, capaz de generar duda entre realidad y ficción, puede descubrir nuevos mundos jamás vistos por nuestros ojos y enseñarnos el que nos rodea de manera distinta. Es lenguaje que campea libre de ataduras, rebasa las más insospechadas fronteras preconizando nuevos significados para las imágenes. Puede representar sencillamente el objeto, conformarse con el concepto, aunque también sea capaz de multiplicar las ideas desde la subjetividad creadora del artista.

Envuelta en esta amalgama de posibilidades se presenta este mismo lunes, en la Casa de Cultura de Elgoibar, la exposición Libros.

Es una iniciativa más del colectivo Ongarri que ha llegado de la foto-librería Railowssky de Valencia. Son cuarenta y cinco fotografías realizadas por treinta y nueve autores. Entre ellos están José Ronco, Alberto Adsuara, Gabriel Cualladó, Rafael Navarro, el escritor francés (ocasionalmente fotógrafo) Emile Zola o Chema Madoz, último Premio Nacional de Fotografía. En definitiva un encuentro que adquiere dimensión internacional.

Con su forma y estilo cada uno de los autores presentes nos ofrece una reflexión visual muy particularizada sobre el libro, eje central de la muestra. De esta forma, ese conjunto de hojas escritas, cosidas entre ellas para conformar un mazo de papel pegado a un lomo de cartón bisagra para sus tapas, multiplica para la ocasión su ya conocido abanico de significados. Lo instructivo y didáctico de sus textos queda enmascarado por sus formas externas. El lector debe convertirse en voyeur, palpar con la mirada su textura, disfrutar con sus variantes geométricas, contrastar los tamaños cuando se alinea con otros volúmenes en las baldas de una biblioteca, en definitiva auscultar el continente, incluso mitificarlo, antes de entrar a escrutar la magia de su contenido. Goce de bibliófilo que, al placer de la lectura y la promesa de un nuevo aprendizaje, añade la fuerza gráfica de una maqueta y todo lo que su belleza pueda sugerir.

El conjunto es generoso porque deja ver una amplia gama de criterios. Nadie marcó pautas ni guión a los fotógrafos. Las piezas están extraídas del conjunto de su obra. Son hijas del momento en que se interesaron por el libro como sujeto principal de su mirada. Ponen de manifiesto sus inquietudes con respecto al tema, plasman nuevas interpretaciones con absoluta libertad. De esta forma nos encontramos con algunas abstracciones donde las sugerencias son complejas de adivinar, el peso recae sobre un ejercicio de delineación donde prevalecen fundamentos estrictamente estéticos y alejados de cualquier guiño que pueda recordarnos el objeto de la toma.

En otros casos la identificación con el referente es claro. Así tenemos escenas donde la presencia del lector concentrado en los textos habla de la finalidad principal de los libros. Se trata de un momento intimo, una relación casi sensual con el objeto que proporciona nuevas fuentes de riqueza intelectual, capaces de abrir los más grandes paraísos de la racionalidad o la fantasía. Cuando llega el turno a los escritores, Julio Cortazar, Octavio Paz o Carmen Martín Gaite parecen estar aferrados a su biblioteca, se funden con ella como una prolongación de su personalidad, la admiran como caja de herramientas de artesano capaz de elaborar, guiados por la imaginación, las más preciosas joyas literarias.

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Otro tratamiento es el de Chema Madoz. Invita a que el espectador se pregunte por la función original del objeto. Manipula sus propiedades físicas, altera sus significados construyendo metáforas. Con los libros manifiesta un interés especial. Los puede apilar pegados por una masa de cemento formando un muro de ladrillos cara vista, construir arcos imposibles o, jugando con escala y dimensiones, sacar de las páginas de un volumen otro nuevo. Situaciones que junto al resto de los trabajos conforman un corpus seductor, ameno, que ensancha conocimientos y sugiere una reconsideración sobre planteamientos anteriormente aceptados.

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