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Tribuna:DEBATE | ¿Juicio a la generación del 68?
Tribuna
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Fischer y los resentidos

Josep Ramoneda

El principal delito cometido por el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joschka Fischer, es que toda su vida ha sido un antihitleriano radical. Fue por antinazi que militó en la extrema izquierda en los años sesenta, como otros muchos de su edad que se sentían asfixiados por una generación -la de sus padres- que fue incapaz de afrontar la cuestión del nazismo y que transmitió a sus hijos una historia increíble de medias verdades y grandes mentiras. Del antinazismo pasó al antitotalitarismo y éste ha sido el hilo conductor de toda su biografía: contra Hitler, contra el comunismo, contra el neofascismo, contra la nueva barbarie en Europa. ¿Esto es lo que resulta insoportable a una parte de la biempensante sociedad alemana representada por la democracia cristiana lanzada a una hipócrita guerra de desprestigio contra Fischer? ¿Cuántos nazis ha escondido a lo largo de la historia la democracia cristiana en sus filas? ¿Un partido que fue incapaz de afrontar la pesada carga del nazismo que lastró la conciencia alemana tiene el cinismo de lanzarse a la cacería de un hombre por haber lanzado piedras a la policía hace treinta años? ¿Cuántos ministros quedarían en Francia si se aplicara este sistema de limpieza política? Incluso del Gobierno conservador de España debería caer más de un ministro, si se impusiera el fervor exterminador de los nietos de Adenauer. Josep Piqué ha tenido el gesto honorable de solidarizarse con su colega, recordando que él también había militado en el izquierdismo, a diferencia de otros, a derecha e izquierda, obsesionados en esconder su pasado.

Joschka Fischer es el político alemán con mayor popularidad. Quizás sea por esta mezquina razón que la oposición se ha lanzado contra él. El liberal Hans-Dietrich Genscher también tiene politiqueras motivaciones para sumarse al acoso: echar a los 'verdes' de la alianza con la socialdemocracia y colocarse en su lugar. Por ello, no sólo se apunta a este lamentable espectáculo, sino que trata de extender la ofensiva al ministro de Medio Ambiente, el también 'verde' Jürgen Trittin. Pero además de estas miserables razones -que desgraciadamente son a menudo el supremo horizonte intelectual de nuestros políti-cos- pervive en cierto sector de las élites alemanas un atormentado sentimiento nacional al que resulta insoportable una mentalidad abierta como la de Joschka Fischer. La que inició la campaña contra el ministro fue nada menos que una de las dos hijas mellizas de Ulrike Meinhoff que, junto al que fue abogado de su madre, ha evolucionado hacia posiciones xenófobas de extrema derecha. Democristianos y liberales deberían reflexionar sobre este nuevo ejemplo de la alianza entre lo rojo y lo pardo a la hora de la intransigencia. Al contrario: siguen en plena ofensiva, aun a riesgo de alejarse más todavía de una sociedad que, de momento, no parece muy sensible a las agresiones contra Fischer.

Las movidas antisistema de los jóvenes europeos de los sesenta tenían también una importante componente antisoviética. Y provocaron una profunda transformación en los hábitos morales y sociales de Europa occidental. Para muchos fue el principio del abandono del marxismo. Joschka Fischer fue uno de aquellos jóvenes. La mayoría de ellos emprendieron después el camino de integración en la democracia, ya fuera por la vía de la socialdemocracia o del pacifismo. Unos pocos, muy pocos, se perdieron en el camino sin salida del terrorismo.

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Fischer contaba a André Glucksmann en 1980 que uno de los factores decisivos en su alejamiento del marxismo había sido la tragedia de los 'Boat people' vietnamitas. Después militó en el pacifismo y en el ecologismo. Con ellos llegó al poder. En 1995, Fischer pronunció un famoso discurso ante los 'verdes' en el que explicó que las imágenes de Srebrenica, separando hombres, mujeres y niños, antes de la matanza, le habían recordado las imágenes de la entrada de Auschwitz. Estas separaciones siempre acaban con la muerte y el horror. Y ante esta evidencia, él, que se sentía antiamericanista y antimilitarista, creía que no era posible quedarse con los brazos cruzados, que había que intervenir. Naturalmente, quedó en minoría en su partido. Siendo ya ministro, la misma idea le hizo aceptar la intervención en Kosovo. ¿Son estas cosas las que no resultan aceptables para la élite conservadora alemana?

Lo peor de todo, para sus detractores, es que Joschka Fischer es de los pocos políticos europeos que tiene una idea de Europa no como simple club de países ricos, sino como realidad geográfica y cultural. Un político europeo que no piensa en el Este o en los inmigrantes como una amenaza, sino como el futuro de Europa, como el horizonte para el que hay que trabajar en vez de entretenerse inútilmente en discursos identitarios que sólo sirven para aplazar las cuestiones de fondo. Esto es lo que realmente irrita a los conservadores.

Mientras la derecha alemana hurga inútilmente en la juventud de Fischer, mientras la justicia alemana se ensaña con Hans-Joachim Klein, un hombre derrotado que lleva 25 años huyendo de la policía y de los terroristas, en España se concede la medalla al mérito civil al torturador franquista Melitón Manzanas. Se diría que vivimos tiempos de restauración. Es una lástima que Josep Piqué además de solidarizarse con su colega no haya expresado al Gobierno del que forma parte su indignación por dar una distinción democrática a un torturador.

Josep Ramoneda, periodista y filósofo, es autor de Después de la pasión política.

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