Modelo francés
Cuando la evolución de la economía mundial es contemplada con razonable inquietud como consecuencia de la inflexión en el ritmo de crecimiento de la de EE UU, el área euro se presenta como la única susceptible de amortiguar esa desaceleración. Son las dos principales economías de la zona, Alemania y Francia, las que transmiten esa garantía de un crecimiento aceptable y, desde luego, compatible con la estabilidad. Dos años después de la entrada en vigor de la moneda única, ambas economías vuelven a ser referencia frecuentemente invocada para las orientaciones de política económica de los demás países de la Unión.
Son países con Gobiernos de inspiración socialdemócrata. Los buenos resultados de sus respectivas políticas económicas han desautorizado a quienes pensaban que en el actual entorno económico, dominado por la globalización, sólo los partidos liberalconservadores podrían aprovechar a fondo las nuevas oportunidades. En el caso de Francia, en particular, se cuestionaba la compatibilidad entre su programa electoral y las exigencias de estabilidad y crecimiento. Actualmente, sin embargo, la confianza de los franceses en su economía se encuentra en el máximo de los últimos 30 años. Razones no les faltan. La tasa de crecimiento del PIB es superior al 3%; el paro ha descendido a un ritmo hasta hace poco insospechado, situándose en el 9% de la población activa, y se han creado un millón de empleos en los últimos tres años. Todo ello sin poner en peligro las finanzas públicas y con una inflación inferior al 2%, lo que ha permitido avances en la competitividad exterior de sus empresas.
Las decisiones sobre la reducción de la jornada a 35 horas semanales, o el fomento de los nuevos 'yacimientos de empleo de proximidad', de marcado carácter social, han sido controvertidas. Dada la insuficiente evidencia empírica, no cabe aún juzgar su impacto real, pero de momento cabe afirmar que existe compatibilidad entre esas medidas y un crecimiento equilibrado.
Tal vez ello tenga que ver con la existencia de un clima social más pacificado, lo que no es poco en Francia. Pero ese clima es seguramente inseparable de una distribución menos desigual que en otros países y de una creación de empleo en alguna medida relacionada con esas decisiones. Pero la prueba decisiva de las 35 horas semanales se producirá este año, en que la ley, hasta ahora sólo ensayada en las grandes empresas, se extenderá a las pequeñas, lo que exigirá una mayor flexibilidad en la adaptación a las condiciones de cada centro de trabajo.
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