Un ensayo persigue a los piratas del Caribe a lo largo de los siglos XVI y XVII

Cruz Apestegui se empezó a interesar por las embarcaciones deportivas de remo cuando estudiaba ingeniería naval, y más tarde amplió sus investigaciones en la arquitectura naval de galeones de época. Desde finales de los ochenta ha colaborado en las campañas arqueológicas de Culip VI (Girona, 1989); el barco romano de Grum de Sal (Ibiza, 1991-1992); las embarcaciones venaqueras Orio I y II (Orio, 1992-1993); el proyecto Galeones de Azogue, donde se documentó el galeón Nuestra Señora de Guadalupe (Bahía de Samaná, República Dominicana, 1994-1995), y el Proyecto Bahía de Mejillones, con el estudio del navío San Martín (Chile, 1995-2000).

Frente a la leyenda, Cruz Apestegui ha entrado a fondo en el Archivo General de Indias, de Sevilla, el de Simancas y el Histórico Nacional y las bibliotecas Nacional y del Museo Naval de Madrid para contar la historia de la piratería, corso y bucanerismo de los siglos XVI y XVII en aguas atlánticas europeas y en las indianas.

Con los documentos españoles y las fuentes inglesas, francesas y holandesas a través de publicaciones, el autor sitúa a los países y la lucha por el dominio del mar y la navegación. En los distintos capítulos se plantean los orígenes de la piratería; la leyenda de las riquezas de las Indias y el monopolio del imperio español; la respuesta de Inglaterra, Francia y Holanda; los corsarios en tiempos de guerra (1588-1604); el periodo de paz; la expansión de las compañías de comercio y el nacimiento de los filibusteros (1621-1654); los bucaneros, filibusteros y corsarios entre 1655 y 1671; los personajes Francis Drake, Juan Florín y sir John Hawkins, y el final de una época dorada, entre 1672 y 1700. La edición combina el relato histórico, con abundante información gráfica, y los resúmenes en cajas aparte sobre aspectos concretos.

Cruz Apestegui declara que sólo ha podido ofrecer una visión general por la amplitud de las fuentes, ya que los ladrones del mar son tan antiguos como el comercio y las nuevas vías de comunicación, aunque la flota americana se ha visto rodeada de un 'sentido mítico' por sus tesoros. En realidad, el autor sólo documenta tres grandes capturas de barcos, a cargo de personajes como Jean Fleury, Pieter Piet Heyn y el almirante Blake en zonas de Azores o Canarias. 'La captura permanente no se dio nunca, ya que un barco pirata no era enemigo para un galeón español de 20 cañones'. Aparte de algunos hallazgos, como la figura de Benito Arias Montano, sobrino del humanista; la colaboración de españoles en actuaciones de los ingleses y las campañas de Drake, el autor afirma que 'no ha sido localizada ninguna de las míticas flotas perdidas con sus grandes tesoros'. Además de su difícil localización, incluso con las coordenadas de la última tecnología, los barcos hundidos en aguas muy profundas han sido tapados con arenas, fango o coral. Un lugar privilegiado para los ladrones del mar, que esperaban cerca de los puertos de destino, era la costa andaluza entre Cádiz y Sanlúcar, en cuya barra los barcos permanecen sepultados por los limos.