Contratiempos
Nos han aguado las fiestas. Cuando estábamos en el cénit de nuestra orgía de cava y langostinos, en plena borrachera de éxitos, decididos a que nada ni nadie perturbara nuestra triunfal entrada en el tercer milenio, satisfechos por el descenso de los precios de la gasolina, y orgullosos porque el euro comience a plantar cara al dólar, resulta que la prensa y la televisión comienzan a asfixiarnos primero con noticias e imágenes sobre inmigrantes que mueren cruzando un paso a nivel, y luego con historias de veteranos de guerra enfermos de cáncer. Todo un contratiempo.
Lo de los inmigrantes ecuatorianos se veía venir. Con tanta campaña a favor de los derechos de los emigrantes y en contra del racismo, con tanta ONG protestando contra la Ley de Extranjería, y tanto blando como hay por el mundo dispuesto a solidarizarse con cualquiera, las cosas tenían que acabar desembocando en ésto, en una escandalera como la que se ha armado. Y ahora resulta que detienen a un empresario por contratar ilegalmente a esta pobre gente y pagarles cuatro duros a cambio de trabajar de sol a sol. ¡Qué culpa tiene él! ¿Acaso fue el responsable del desgraciado accidente? Lo único que había hecho era dar trabajo a personas que se lo pedían. Y van y le detienen.
Recuerdo que mi padre solía contar con cierto escándalo una noticia de prensa de los primeros años del siglo pasado -del XX, sí, que ahora ése es el siglo pasado- que daba cuenta del descarrilamiento de un tren y en la que, aludiendo a las víctimas producidas en el siniestro, se informaba textualmente de que los muertos, 'afortunadamente', habían sido todos de tercera. Eso sí que tenía que dar tranquilidad y sosiego, y no como ahora que tenemos que atragantarnos las uvas con tanto complejo de culpabilidad como quieren crearnos ante cualquier desgracia.
Y luego vienen con lo de los Balcanes. ¡Con lo contentos y orgullosos que estábamos de la labor desarrollada por los contingentes de soldados prestando ayuda humanitaria a estas gentes incapaces de entenderse y de vivir en paz! Ahora resulta que nos han engañado, y que habíamos mandado a nuestros jóvenes a lugares contaminados por la radiactividad. Dicen los de la OTAN que todo es mentira y que es imposible que los cánceres y las leucemias detectados tengan algo que ver con las bombas de uranio empobrecido, que a ver si hay alguien que pueda demostrar que los soldados mueren por eso, que no han contraído la enfermedad en cualquier otro lugar. Y seguramente tendrán razón, pues ya se sabe que algunos aprovechan cualquier pretexto para armar follón contra la OTAN. Esos de siempre, que no pierden oportunidad para pescar en río revuelto.
Pero, de todos modos, por si acaso, después de todo eso que se contó de la guerra del Golfo -y que seguramente sería también mentira- podían haber tenido un poco de cuidado. Podían haber lanzado la ayuda humanitaria desde helicópteros para no correr riesgos innecesarios. A fin de cuentas, una cosa es que se contaminen aquéllos a los que hemos ido a ayudar -ya se sabe que toda buena acción puede tener efectos colaterales no deseados-, y otra es que enfermen nuestros soldados. Además, ahora nadie va a querer ir en misión de ayuda humanitaria, y es una lata tener que comer los langostinos sin la tranquilidad que da saber que otras personas están haciendo el bien en nuestro nombre. Y hasta es posible, dicen algunos, que sea todavía más difícil a partir de ahora conseguir gente para que se aliste en el ejército profesional. Lo que nos faltaba.
En fin, que es un contratiempo haber empezado así el siglo y el milenio. A ver si cambian un poco las cosas, y así usted y yo podemos disfrutar tranquilamente de nuestro descanso, que bien merecido lo tenemos con todo lo que trabajamos al cabo del año.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.