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Reportaje:

Bien de interés madrileño en Recoletos

El palacio del marqués de Salamanca gozará a partir de ahora de la máxima protección urbanística

La noticia es que el palacio del marqués de Salamanca, en el madrileño paseo de Recoletos, acaba de ser declarado bien de interés cultural por el Gobierno regional. Aunque más noticioso es todavía que su declaración como tal se haya demorado tanto: procede de mediados del siglo XIX, es uno de los emblemas de la estética burguesa más característicos de la ciudad y ha resistido, bravamente, el asolamiento sufrido por los palacios del cercano paseo de la Castellana, entre otros estropicios urbanísticos que violentaron el ensanche de Madrid.

Tres hiladas de piedra berroqueña componen la base del palacio, ajardinado al estilo isabelino y de dos plantas, de inspiración dórica la primera, toscana la segunda, edificado en ladrillo y columnada su principal fachada por 12 fustes pétreos de basa ática y molduras, entablamentos y cornisas de gran belleza. A partir de ahora, el palacio resulta intocable. Desde 1876 alojó el Banco Hipotecario, para pasar a albergar, ya finalizado el siglo XX, la sede de Argentaria, y hoy, la vicepresidencia del fusionado BBVA. Durante el primer mandato del Gobierno del PSOE, a comienzos de los años ochenta, éste estudió la posibilidad de emplear este palacio como sede de la Presidencia, aunque finalmente desechó la idea por cuestiones prácticas y de seguridad.

Fue barajado como sede de la Presidencia del Gobierno durante el mandato del PSOE
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Arquitectura pictórica

A grandes rasgos, no parece haber sufrido adversos tocamientos, pese a experimentar una extensa modificacion funcional a manos de Luis Gutiérrez Soto en la década de los cuarenta; más bien muestra haber recibido ciertos cuidados y miramientos, como cabe comprobar hoy en el esplendor de sus salones. Pero su adaptación a tareas bancarias alteró su primigenia distribución representativa, para la que fuera levantado por encargo de su propietario, José de Salamanca y Mayol, el financiero más importante del Madrid del XIX. El encargo de esta pieza arquitectónica única le fue asignado al alarife Narciso Pascual i Colomer. El arquitecto ya había singularizado Madrid con dos obras de evidente importancia, al poner en diálogo la por él reconstruida iglesia de San Jerónimo el Real, sede plateresca de las Cortes de Castilla, con el Congreso de los Diputados, edificado en 1850 bajo sus directrices en el declive de la Carrera de San Jerónimo.

En el palacio del paseo de Recoletos, Narciso Pascual i Colomer intentó y, al decir de todos los especialistas, consiguió también aunar con un único emblema tres propósitos distintos: satisfacer el gusto artístico del marqués, resaltar la brillantez incorporada a la ciudad por una modernización pilotada por la burguesía y, por último, hacer permanente, en su arquitectura, la estética de un segmento social ascendente, como la burguesía financiera ilustrada que, de este modo, arrebataría la hegemonía urbana a la declinante, en la Corte, aristocracia de la sangre.

Todo ello tuvo por escenario el confín de un barrio que comenzaba a desplegarse sobre una geometría urbana racional y eficaz, pensado para ser vivido y disfrutado: el barrio de Salamanca, a la que el marqués diera su nombre. Por todo ello, este edificio ahora protegido definitivamente es el verdadero buque-insignia de la burguesía ilustrada madrileña, que vio dar satisfacción en sus muros a su admiración por el arte italiano, su atención a la distribución espacial francesa y al gusto palaciego de las élites británicas. Y ello, sobre la base de una serie de fachadas ricamente ornamentadas que van componiendo conjuntos pictóricos a modo de cuadros, éstos impriman sobre el paisaje urbano madrileño un homenaje renacentista, según afirmara el profesor Delfín Rodríguez Ruiz, uno de los mejores expertos del arte de la época, estudioso con detenimiento de este palacio.

En su interior, el edificio cuenta con una de las escaleras más originales y bellas de Madrid, así como con uno de los patios mejor trazados de cuantos alberga la ciudad. Son abundantes y de excelsa calidad las pinturas que cuelgan de sus paredes, donde Francisco de Goya brilla destellante en un Carlos III cazador. Encofrados, lámparas, medallones y pilastras se exhiben hoy con el mismo esplendor que mostraran en su origen, antes de que el azaroso zozobrar de los mercados financieros pusiera en peligro la riqueza de su dueño.

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