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'Ser o no ser' en el siglo XXI

La tragedia de Hamlet muestra su vigencia con múltiples representaciones y una nueva película

A la muerte de sir John Gielgud, ocurrida en mayo pasado, el gran actor británico era recordado por los críticos como el primero que consiguió llevar las obras de Shakespeare al teatro comercial sin desvirtuar por ello el espíritu, ni tampoco el verso, del dramaturgo universal. Desde que el artista fallecido hiciera suya la soledad de Hamlet en los años treinta, otros colegas y directores han abordado el personaje que vuelve a su patria danesa, descubre un crimen y desencadena luego la tragedia que será su perdición. En la escena londinense, en el Teatro Nacional y el teatro El Globo, en el que el propio dramaturgo estrenó algunas de sus obras más emblemáticas, se han visto dos nuevas versiones que presentan a un príncipe inteligente pero perdido. En París, el director Peter Brook ha creado también su propia versión, esta vez tendiendo a una meditación sobre la obra, que demuestra estar, al comienzo del nuevo siglo, más vigente que nunca.En cine, Hamlet, la nueva película del estadounidense Michael Almereyda, recién estrenada en el Reino Unido, es la cuarta oportunidad para el espectador británico esta temporada para explorar al príncipe en lo que ya puede calificarse de "año de Hamlet". La melancolía del joven es tratada hoy más como una sangrienta historia familiar donde, el más puro de sus miembros, en plena crisis de identidad, es forzado a matar e inmolarse sin haber podido tomar sus propias decisiones.

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"¿Por qué Hamlet, de nuevo?" se preguntó el director al comienzo del rodaje. La respuesta pudo darla apenas concluido: "La obra me perseguía en Nueva York con producciones escolares y de aficionados por toda la ciudad. En Londres, los teatros estaban llenos de ecos del danés. Y concluí que el hijo abandonado de Shakespeare seguía vivo en nuestra contradictoria sociedad actual. Hamlet acaba bañado en sangre en una de esas reacciones en cadena que vemos a veces en los dramas familiares reales". En la película de Almereyda, el actor Ethan Hawke encarna a un Hamlet asediado por la obligación de vengar el asesinato de su padre -que en vez de rey danés es el presidente de una empresa de comunicación en el Manhattan actual denominada Dinamarca Corporation- y perdido en el dilema moral creado por la satisfacción de dicho agravio. Para deleite de Almereyda, actores como Sam Shepard, Bill Murray, Diane Venora y Kyle MacLachlan aceptaron aparecer en la cinta por unos sueldos mínimos.

No es de extrañar que la pasión mostrada por Elvis Mitchell, crítico de cine del New York Times, al calificar el Hamlet de Almereyda de mejor película del año haya obtenido escaso eco en la patria del escritor de Stratford-upon-Avon. A fin de cuentas, los británicos llevan varios siglos oyendo sus versos y están acostumbrados a las adaptaciones más curiosas. Una de ellas, el pasado verano en el Festival de Edimburgo, contó con la particularidad de que el personaje del príncipe era interpretado por una mujer, la actriz Angela Winkler, en el papel principal. Lo que sí ha logrado el director estadounidense es reavivar la discusiones acerca del personaje en el que Susanna Clapp, experta teatral del rotativo The Observer, ha cifrado la ansiedad del turbulento año 2000. Según Clapp, la avalancha de hamlets de este año se debe a su condición de paradigma de las contradicciones del milenio que acaba.

Sin necesidad de apartarse tanto del escenario original como Almereyda, Laurence Olivier, con el pelo teñido de platino, arrastró a la perdición a su Ofelia, la actriz Jane Simmons, en unos decorados en blanco y negro llenos de brumas de estudio. Era el año 1948, y el primer actor que fuera nombrado lord por la soberana inglesa asombró al público de Estados Unidos. No era un pionero, porque el actor Jonston Forbes-Robertson ya había interpretado a Hamlet en 1913 en el cine mudo, una de las once adaptaciones de la obra filmadas sin voz por diversos directores en Dinamarca, Francia, Alemania e Italia. Pero cuando Olivier pronunció en su primoroso inglés el "ser o no ser, esa es la cuestión", el verso y el resto del monólogo no sonaron fuera de lugar en una sala de cine. Era cine de calidad, a medio camino entre el cuento de hadas y los estudios psicológicos tan en boga en los años cuarenta, y el actor se fue a casa con dos oscar bajo el brazo.

Otras adaptaciones de Hamlet a la pantalla son menos conocidas. En 1964, el cineasta ruso Grigori Kozintsev dirigió una auténtica epopeya de 8.000 millones de pesetas al cambio actual y construyó una réplica del castillo de Elsinore en las costas de Estonia. Una década después, su colega español Celestino Coronado hizo todo lo contrario. Filmó un Hamlet de 65 minutos en el Royal College of Art por algo más de un millón de pesetas.

Pero tal vez tres de las películas más recordadas, junto con la de Olivier, deban su lugar en el cine a motivos ajenos a Shakesperare mismo. La primera es Ser o no ser, la aguda farsa en clave de comedia negra firmada en 1942 por Ernest Lubitsch. Trasladada la acción a Varsovia en plena ocupación nazi, el actor Jack Benny interpreta a José Tura, estrella de la escena polaca cuyo Hamlet vanidoso irrita de tal modo al invasor con su verbo pomposo que fuerza a un oficial de la temida Gestapo a decir en un inglés pésimo: "Estamos haciendo con Polonia lo que Tura ha hecho con Shakespeare".

La otra versión es del italiano Franco Zefirelli. En 1990, y cuando nadie daba un duro en el cine serio por el joven actor australiano Mel Gibson, famoso por sus papeles en la serie de Mad Max, el ex policía más duro de la crisis energética planetaria, el director le cortó y tiño el pelo y le puso al frente de un reparto internacional. Para sorpresa de los puristas, Gibson salió bien parado. Las críticas fueron para un guión de poco peso donde el verso había desaparecido casi por completo. La tercera obra es de Akira Kurosawa, que sacó en 1960 Hamlet de su contexto histórico para hacer una obra contemporánea en The bad sleep well. Algo parecido a lo de Almereyda, pero con la autoridad de un director legendario que adaptaría luego Macbeth y El rey Lear.

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