_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una estrella oscura

En 1957 murió Humphrey Bogart, y al día siguiente de su entierro Hollywood empezó a buscar a alguien que se atreviera a ocupar el hueco de su leyenda de último hombre de la Frontera, un tipo duro secretamente tierno, desquiciado y errante, con un rostro tallado a cuchillo que irradiaba una oscura luz. El elegido fue un vigoroso actor de teatro de 37 años, conocido como intérprete de tragedias de Eugene O'Neill, llamado Jason Robards.La carrera cinematográfica de este sorprendente actor comenzó en 1959 con The Journey, y un año después con la adaptación al cine de la novela de Scott Fitzgeral Tierna es la noche. No fue un buen comienzo. La candidatura de Jason Robards al trono dejado vacante por Bogart no llegó muy lejos, aunque desde el primer momento le unieron a su modelo y maestro la afición a la desmesura y al alcohol. Dos coincidencias a las que se añadieron poco después las de su matrimonio con Lauren Bacall, viuda de Bogart, amor que terminó pronto y a tortazo limpio; y la de un aparatoso accidente de automóvil que le proporcionó unos cuantos costurones muy bogartianos.

Más información
Muere Jason Robards, uno de los grandes actores del cine y el teatro norteamericanos

No tenía Robards madera de estrella y su hora tuvo que esperar sobre las tarimas de los teatros de Broadway y los estudios de la televisión. Hasta que en su rostro asomaron indicios de esa vejez prematura que le preparó -con el presagio en 1963 de la adaptación por Sidney Lumet de Larga jornada hacia la noche, de O'Neill- para dar rienda suelta a un genio interpretativo sin antecedentes ni consecuencias visibles, de esos que cuando mueren se llevan consigo las claves y los enigmas de su arte.

El tiempo dorado de Robards es el de sus formidables aportaciones a Johnny cogió su fusil, dirigido por Dalton Trumbo; a Pat Garret y Billy the Kid, dirigido por Sam Peckinpah, y a las dos películas por las que ganó en 1976 y 1977 los oscars al mejor actor secundario: Todos los hombres de presidente, donde encarnó a Ben Bradley, director del Washington Post en los días del asunto Watergate, y Julia, donde llevó a cabo una prodigiosa recreación de la complejísima figura de Dashiell Hammett. Pero si algo de cuanto hizo Robards entrará por la puerta grande en la historia del cine es su asombrosa creación, dirigido otra vez por Peckinpah, en La balada de Cable Hogue, punto cumbre de este actor de especie única, junto con su paso -hace tan sólo dos años y ya acorralado por la muerte- por una de las más bellas secuencias de Magnolia.

El salto desde el humor de Cable Hogue a la gravedad de Magnolia es un ejercicio exacto de lo que alguien llamó luz negra en referencia a la mirada de algunos actores geniales e incatalogables. Gente de reparto, de los llamados secundarios que, como Warren Oates o Walter Brenan, están incapacitados para ser estrellas a la manera convencional, pero que son capaces de absorber la luz blanca de la estrella y apagarla cuando actúan frente a ella.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_