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Los dos últimos 'Hamlet' del siglo

Dos montajes de Hamlet coinciden en el Festival de Otoño de París. El primero, The tragedy of Hamlet (espectáculo en inglés subtitulado en francés), es una adaptación del texto de Shakespeare realizada por Peter Brook, quien firma asimismo la dirección del montaje. Se representa en el Théâtre des Bouffes du Nord hasta el 12 de enero (a taquilla cerrada, todo vendido). El segundo, Hamlet, se ofrece en la traducción alemana de Elisabeth Plessen y bajo la dirección de Peter Zadek, con subtítulos en francés. De este espectáculo se han dado tres funciones en el MC 93 de Bobigny.Brook no había vuelto a enfrentarse con Hamlet desde que en 1955 descubrió al actor Paul Scofield, el mejor actor de su generación. "Para montar Hamlet, primero hay que encontrar el actor", dice Brook. Peter Zadek, de 75 años, la misma edad de Brook, es considerado uno de los mejores directores del teatro alemán. Lleva estrenados más de 25 títulos de Shakespeare. Su montaje, hace unos años, de Mesure pour mesure en el Odéon-Théâtre de l'Europe, con Isabelle Huppert, causó sensación en París. Zadek, que ya había montado un Hamlet en 1977, piensa, como Brook, que para representar esta obra lo primero es dar con el actor adecuado. En este caso ha dado con él o, mejor, con ella: la gran actriz Angela Winkler.

Los dos últimos Hamlet del siglo, en cualquier caso dos de los más esperados, están servidos. Y uno se pregunta qué sentido puede tener la tragedia del príncipe Hamlet, esa pieza sabia y compleja en la que acaban matándose todos, unos a otros, en este fin de siglo, un siglo que ha conocido un número tal de guerras y de atrocidades de todo tipo que difícilmente podía imaginar Shakespeare.

En cierto sentido, Brook rehúye el tema. Su adaptación, su concentrado de Hamlet, rechaza toda complejidad, toda ambigüedad y, a la postre, toda lectura política, hasta el punto de prescindir de Fortimbrás, el príncipe noruego. El Hamlet de Brook se reduce, pues, a la historia de un hermano que asesina a su hermano, a una madre incestuosa, a un padre que exige, ordena la venganza del hijo, un hijo que es una excelente persona, que no adolece de ningún tipo de problemas psicológicos, que no está loco, pero que se encuentra frente a una situación intolerable. Y duda. Duda hasta el quinto acto, en el que se cerciora de que su tío y padrastro Claudio no sólo ha asesinado a su padre, sino que intenta matarle a él. Entonces, ante la revelación del dictador Claudio y de toda su crueldad, el príncipe Hamlet se comporta, según afirma Brook, como se comportaría un pacifista con revólver en el bolsillo ante la presencia de Hitler. "He pensado mucho en Milosevic mientras ensayaba esa escena", confiesa Brook. Ocho actores. Personajes doblados. Jefrey Kisson es Claudio, una especie de Negus desprovisto de la parafernalia que solía acompañar al etíope, y es a la vez el Espectro del padre de Hamlet, un Espectro que ya está ahí, no más empezar la obra; un Espectro que anda con pasos lentos, como un funámbulo, como deben andar los fantasmas. Bruce Myers es Polonio, un Carablanca, payaso sutil, y es también el sepulturero. Scott Handy es Horacio, el amigo, el confidente de Hamlet, un intelectual desengañado que, a falta de Fortimbrás, cierra la obra: la vida sigue. Natasha Parry, la mujer de Brook, es Gertrudis, la madre incestuosa, el personaje más convencional, con Ofelia (Shantala Shivalingappa), de todo el montaje. Adrian Lester, un joven actor inglés de origen jamaicano, es un Hamlet sorprendentemente solar, de una ligereza impresionante, gentil, buen chico, que se abraza emocionado con el espectro de su padre.

Estamos en Les Bouffes du Nord, uno de los teatros con más magia del mundo. El escenario se reduce a una alfombra roja, unos cojines, un par de cajas. Y como todo atrezzo, un par de bastoncillos, un par de calaveras mondas y lirondas, blancas, que se transforman en improvisadas marionetas. Todo es de una sencillez africana o asiática. El Hamlet de Brook es un cuento oriental que se va desgranando, limpio, claro, en la proximidad del público, en comunión con el público.

¿Qué queda de la tragedia de Shakespeare en ese cuento oriental? Lo esencial. La criatura Hamlet y su duda. Y su misterio.

El Hamlet de Peter Zadek es algo muy distinto. Empezando porque la lectura es decididamente, descaradamente política. El joven príncipe es un niño mimado que de un día para otro se ve enfrentado a unas situaciones políticas extremadamente complejas y que intenta descifrar. Zadek, por si quedara alguna duda, declara: "Es una pieza política que se desarrolla en un mundo político. Ensayé el espectáculo mientras ocurría la tragedia de Kosovo y no puedo evitar pensar en ello cada vez que monto esta obra". El inmenso escenario del MC 93 de Bobigny está practicamente vacío. En medio, un contenedor, el castillo de Elsinor. De ahí, de esa fortaleza-ratonera, entran y salen los personajes de la obra. Claudio (Otto Sander, extraordinario actor), una mezcla de Milosevic y de presidente de una república bananera, un tipo astuto y peligroso, que baila la rumba con Gertrudis, un putón verbenero, ligeramente idiota (Eva Mattes). Polonio (Paulus Manker), un mafioso con muchas horas de vuelo, de vuelo político, de corrupción política. Ofelia (Annett Renneberg), una niña pija. Laertes (Uwe Bohm), un chico listo, encelado de su hermana. Horacio (Klaus Pohl), un intelectual simpaticote. Y Hamlet (Angela Winkler), una actriz impresionante, de 56 años, con el mismo disfraz de Hamlet que lucía Sarah Bernhardt, sin olvidar el puñalito, convertida en un muchacho de apenas 20 años, con una voz atonal, con gestos de crío, dando la impresión de estar descubriendo el texto. La acción transcurre en un tiempo situado entre la década de 1950 y hoy mismo. Hiperrealismo tonante e insultante. En el Hamlet de Zadek no hay grandeza. Ese sí es un Hamlet de fin de siglo.

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