_
_
_
_
EL CIERRE DE LA CENTRAL DE LA CATASTROFE

La pesadilla de un nuevo éxodo

Mientras el presidente ucranio, Leonid Kuchma, ordenaba desde Kíev apagar el tercer reactor de la central nuclear de Chernóbil, Larisa Gusheva, directora del centro infantil del barrio armenio de Slavútich, la ciudad dormitorio construida tras la catástrofe del 26 de abril de 1986, expresaba así sus sentimientos: "Ánimo, muy bajo; presión, muy alta; esperanza, por los suelos". Eran la cara y la cruz de un día histórico en el que, según Kuchma, se desactivó "una mina de acción retardada en el corazón de Europa". Para los 25.500 habitantes de Slavútich, sin embargo, significaba un futuro de paro, salarios bajos y emigración.Nina Kostalskaya, cocinera del centro, casada con un operario de Chernóbil, estaba embarazada el día fatídico. Vivía en Pripiat, la ciudad de más de 40.000 habitantes situada apenas a tres kilómetros de la central. El día 27, más de 1.000 autobuses la evacuaron en apenas unas horas. Les dijeron que se llevasen lo justo para tres días. Nunca volvieron. La comida se pudrió en el frigorífico. Muebles, electrodomésticos, ropa y enseres fueron retirados después, y acabaron en un horno o bajo tierra.

Más información
Ucrania paraliza Chernóbil para siempre a cambio de ayuda para otros dos reactores

La familia de Nina fue acogida en una aldea de la región de Chernígov, compró luego un apartamento en Kíev y, finalmente, en 1989, recibió una preciosa casa en Slavútich, de dos pisos, construida con piedra rosa traída expresamente de Arme-nia. Cuadrillas de obreros de ocho repúblicas soviéticas se esmeraron en levantar una ciudad modelo, cada una de ellas un barrio que, en homenaje a aquella muestra de solidaridad, lleva hoy el nombre de la capital del país de origen: Vilnius, Tbilisi, Bakú, Yereván... Allí, Nina y los suyos han sido felices. La vida que llevaba en el vientre el día del horror nació sin problemas y hoy es un muchachote de 14 años de nombre Denís.

Entre Nina y su marido, al que conoció en Pripiat, ganan 1.200 griv-nas (unas 40.000 pesetas), un privilegio en la empobrecida república ex soviética. Pero su futuro está en el aire, y Nina, que sufrió una operación de tiroides que debe al invisible veneno radiactivo, dice que no imagina la vida sin la central y arrastra incluso despierta la pesadilla de otro éxodo.

Slavútich, un prodigio de planificación urbana y de dotaciones sociales, depende por completo de la central. De una población activa de 12.000 personas, 9.000 están en la nómina de Chernóbil, pero eso se acabará probablemente en cuestión de meses, pese a las promesas de Kuchma.

Larisa, la directora, espera que su salario de 412 grivnas se reduzca a la tercera parte, y ni siquiera está segura de que su marido, que trabaja en el reactor número 3, vaya a conservar su empleo. Pero lo que parece preocuparle más es el futuro de su centro, que impresiona por su pulcritud, por unas instalaciones que incluyen gabinete médico y oftalmológico e incluso una piscina con paredes de mármol, y por detalles como que una niña de tres años llore desconsolada en su segundo día allí porque su madre se la quiere llevar a casa.

Historias como éstas de Slavútich marcaron ayer el fin oficial de Chernóbil, visto por la mayoría de los ucranios como un día negro y una decisión estrictamente política.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_