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Tribuna:
Tribuna
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Actuaciones impecables

Yo entiendo perfectamente las razones de nuestro Gobierno para actuar tan torpemente en este asunto de la legionella. No voy a decir que excuse su comportamiento, pero sí que comprendo los motivos que le han conducido a él. Y les aseguro que eran irremediables. A mí me preocupaba que, mientras nuestras autoridades repetían lo impecable de su actuación, los ciudadanos de Alcoy continuasen enfermando y la epidemia descontrolada. Había en todo ello una falta de lógica y una desvergüenza que me resultaban incomprensibles. Y, aunque hace ya tiempo que uno ha dejado de creer en la lógica y en la vergüenza de nuestros gobernantes, el asunto empezaba a convertirse en un despropósito.Yo había leído como en otras poblaciones, y ante situaciones semejantes, se había encontrado una rápida solución. En estos lugares, las autoridades habían actuado con un evidente sentido común y una gran discreción. Informaron a la población, explicaron cuál era el problema y, acto seguido, adoptaron unas medidas que, bien mirado, no tenían nada de excepcionales. Para aplicarlas no hizo falta emplear costosas maquinarias, ni grandes sumas de dinero, ni una logística complicada. Y, prácticamente, en todos los casos, y de una manera muy efectiva, acabaron con la legionella.

Sin embargo, observaba uno la actuación de nuestros políticos, leía sus declaraciones y el caso parecía complicadísimo. Escuchábamos a Serafín Castellano, a Eduardo Zaplana, a Font de Mora y estas personas aseveraban que todo se había hecho de la mejor manera posible. Las medidas que el Gobierno había tomado eran las adecuadas; las decisiones, las precisas; las investigaciones, las necesarias. Lo alarmante era que tanta perfección no parecía dar resultado alguno. La gente continuaba enfermando, el origen de la epidemia seguía sin conocerse y ver al alcalde de Alcoy bebiendo en público un vaso de agua, no hacía más que intranquilizarnos. Todo el mundo sabe que, cuando se recurre a esta clase de demagogia, el problema es muy serio y está fuera de control. Así pues, a medida que transcurrían los días, la percepción que de la epidemia tenía nuestro Gobierno y la que teníamos los ciudadanos, especialmente los ciudadanos de Alcoy, era completamente distinta.

La solución se me vino a la cabeza cuando escuché al señor Zaplana afirmar que las muertes ocurridas en Alcoy no podían atribuirse a la legionella. En ese momento, ya no me cupo duda de que nuestro presidente se habían instalado en la irrealidad más absoluta. Y ésta es, para mí, la clave de toda su actuación. A nuestro presidente, la realidad le sienta fatal, se enreda en ella, no acierta a sacudírsela de encima. Nuestro presidente, por el contrario, adora las grandes realizaciones que requieren un punto de imaginación, de fantasía, en las que puede dar su medida de hombre de gobierno. En esos menesteres, no tiene rival y sabe encandilar a los valencianos. Pero que una bacteria se convierta en un problema de salud pública, no puede entenderlo. Por ello, su reacción inmediata fue aplicar las mismas técnicas de prestidigitación que utiliza para los grandes proyectos. Y este ha sido su error. Los grandes proyectos son, por lo general, etéreos, dilatados. Y la legionella, por más que se trate de un bichito muy pequeño, es real y acaba uno tropezando con ella.

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