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El precio del talento

Hace dos lunes, en este rincón del periódico, y acerca de las miserias con que topa la supervivencia del cine español frente a la colonización de Hollywood, dije una verdad que en pocos días ha dejado de serlo. Dije que el cine español, que el año pasado ofreció síntomas de estar en alza, en 2000 los había perdido y estaba bajo lo que quienes conocen el subsuelo de nuestro mercado de películas consideran la línea de aguante, esa bajo la cual nuestra producción cinematográfica cruza la línea de sombra de la agonía y entra en una dinámica de extinción. Esta línea es la del 10% del taquillaje. De ahí que obtener este año en su propio, y prácticamente único, territorio una cuota de mercado de alrededor del 9%, que es lo que le ocurría al cine español hasta octubre, es, en un tinglado que este año ha producido nada menos que 82 largometrajes, una mortal migaja, un sueldo de miseria comparado con el más del 80% que se embolsa Hollywood por las 10 o 15 buenas películas que hace cada año y las 200 memeces que forman con ellas un paquete introceable que, por ley del embudo, hay que tragar entero y que copa hasta envilecerlas las pantallas españolas.¿Qué milagro surreal aritmético ocurrió en octubre para que lo que era una fúnebre verdad hasta él, dejara repentinamente de serlo y el agonizante cine español del año 2000 volviera a erguirse a su habitual mal respirar, con otro porcentaje mendrugo algo menos mísero, me dicen que cinco o seis puntos por encima de ese crítico 10% del que bajar es bajar a la tumba? Hay constancia estadística de este repentino salto, pero no hace falta aquí, porque se trata de una de esas rarezas que suenan, no se sabe bien por qué, a más que verosímiles, a evidentes. Lo que ocurrió en octubre es que, en las mediciones de la cuota de mercado, irrumpió una inesperada cuota de talento, la proporcionada por Álex de la Iglesia, Carmen Maura y el resto de profesionales que han ideado, hecho y estrenado una película llena de ingenio y vida, La comunidad, que en pocas semanas recaudó alrededor de 1.000 millones, sacando momentáneamente de su hoyo al cine español.

Resulta así que el guiso de números de toda una industria depende, al menos aquí, de una calentura de la imaginación, de que un puñado de cineastas asalariados y en estado de gracia le saquen las castañas del fuego. Es lo que ocurrió en 1999, cuando los políticos se felicitaban unos a otros por los signos de optimismo que salían del mercado español, cuando estos signos provenían en realidad de otras intromisiones del talento en el corral, desierto de imaginación, de los números redondos de los burócratas. Fueron Almodóvar y Todo sobre mi madre, Benito Zambrano y Solas, Fernando Trueba y La niña de mis ojos, y pocos más, quienes elevaron al cine español por encima de ese 10% mortal bajo el que ha vuelto a caer este año, hasta que Álex de la Iglesia le hizo volar con un simple, aunque en verdad

muy complejo, tirón de ingenio.

El otro día lo dijo aquí con esta sencillez Sergi López: "El cine es un negocio y las cuentas le tienen que salir, pero nuestra baza está en las historias y en los autores. En EE UU la primera premisa es la rentabilidad, pero nosotros tenemos que luchar por mantener el sello del autor, que haya alguien que quiera contar una historia independientemente de si la actriz de turno se tiene que poner una falda más corta para conseguir más público". A Sergi López le acaban de proclamar el mejor actor de Europa y se mueve como pez en el agua en el cine francés, que es el único europeo que ha sabido frenar las aplastantes cuotas de mercado de Hollywood y conservar frente a sus embestidas colonizadoras porcentajes de existencia superiores al 30%, que no obstante los cineastas franceses consideran insuficientes y empujan para elevarlos.

No sería extraño que lo lograsen, pues preside Francia Jacques Chirac, un liberal de pura cepa -del que nuestros beatos del culto al mercado tienen mucho que aprender- que no tiene inconveniente en proclamar, y actuar en consecuencia, que el cine y el audiovisual son asuntos demasiado serios para dejarlos a merced de la iniciativa privada, que es lo que aconseja -hablé ya aquí de ello, y lo que sigue no es un refrito, sino una insistencia- el CES, Consejo Económico y Social, al Gobierno español, ahora que éste quiere afinar la normativa de cine: "Es indispensable actuar sobre las condiciones de competencia que rigen en el mercado..., que está claramente dominado por un número muy reducido de empresas, todas ellas norteamericanas". Más claro, ni el agua.

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