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Crítica:CANTO - TERESA BERGANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un mundo mágico que se extingue

Salió Teresa Berganza, de negro austero y elegante, y pudo contemplar cientos de butacas vacías. Insólito. Con su inseparable Álvarez Parejo al piano, hizo un recital que podría definirse como un encuentro alrededor de una mesa camilla o quizás como una lección de canto.Fue un recital de confidencias compartidas. A Berganza le faltó fuelle físicamente, pero su faceta interpretativa resultó impecable. Estuvo pendiente de dar las notas con corrección y su desenvoltura y su desparpajo se resintieron. El sonido en la zona aguda se abrió por momentos, pero la interiorización de algunas frases dramáticas alcanzó niveles magistrales.

Hubo detalles excelsos. Por ejemplo, Confusa-smarrita, de Pergolesi. O el inicio del Piangerò la sorte mia, de Haendel. O su Rossini.

Teresa Berganza

Teresa Berganza (mezzosoprano).J. A. Álvarez Parejo (piano). Canciones de A. Vivaldi, A. Scarlatti, G. Haendel, G. B. Pergolesi, G. Rossini, J. Guridi, E. Halffter, E. Granados y M. de Falla. Ciclo de conciertos Promoconcert. Auditorio Nacional, 28 de noviembre.

Madrileña bonita, Teresa Berganza dedicó la segunda parte del recital a la música española. Su dicción, su fraseo, la vinculación a la palabra, saltaron en Guridi, y especialmente en No quiero tus avellanas. O en la Asturiana de las Siete canciones populares españolas, de Falla. Y en la única propina, una canción de García Abril, se desinhibió, se desgarró, y los cimientos de la lírica se resquebrajaron porque no se puede cantar con más intensidad.

Teresa Berganza conserva la magnificencia del estilo, el rigor de la interpretación, la sabiduría de la inteligencia. Otra historia es el estado de la voz, la consecuencia inevitable de un mundo que se va. Le regalaron flores amarillas, ¡hay que ver! Con lo supersticiosos que son los cantantes. Y el público aplaudió y aplaudió, pero con un carácter muchas veces compulsivo, deseando alargar la leyenda. En media docena de momentos, Berganza tocó la gloria. El resto estuvo condicionado por la sombra de su propio pasado.

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