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El agobio económico de los ciudadanos

El problema económico no es nuevo, y las consecuencias están a la vista en las calles, en las miradas de los grupos de niños abandonados que deambulan sin destino. Argentina cumple 30 meses de recesión económica continuada. La hondura de la crisis puede medirse en dólares de la deuda externa, que llegará en 2001 a 174.000 millones. El 17% del presupuesto debe destinarse sólo a pagar los intereses que vencen en ese periodo. Pero el drama también podría apreciarse en personas: 14 millones de pobres, más de tres millones de indigentes, más de dos millones de desocupados y otro tanto de subocupados. Sin contar los trabajadores en negro, sometidos a regímenes esclavistas de producción.A la hiperinflación desatada hacia finales del Gobierno del radical Raúl Alfonsín en 1989, tras el fracaso del llamado Plan Austral, le sucedió el Gobierno del peronista Carlos Menem, que apagó los fuegos del incendio con la supuesta agua pura que traerían las privatizaciones. Protegido por el paraguas político de que todo se vendía para invertir luego en salud, educación, justicia y seguridad, Menem liquidó sin control, sin medida y sin contemplaciones las empresas en poder del Estado. Las denuncias de corrupción devastaron la credibilidad de su Gobierno, que obtuvo la reelección y se agotó en ese esfuerzo. El país crecía, pero sólo un 20% de la población entraba en el reparto. El resto, a la calle.

No había programas

El problema estaba allí, las decisiones que se aguardaban eran políticas. Los líderes de la Alianza entre radicales y peronistas disidentes, con la única promesa de ser honestos y transparentes en la gestión, ganaron las elecciones y asumieron el poder hace un año. La realidad se impuso a sus deseos, detrás de las caras no había programas ni políticas consensuadas. La necesidad de créditos y asistencia financiera obligaba a aplicar las recetas ortodoxas del Fondo Monetario Internacional (FMI), se aumentaron los impuestos, se rebajaron los salarios de la Administración pública y se anunciaron medidas aún más drásticas. Quién manda aquí era la pregunta en las calles. Los primeros estallidos sociales hicieron detonar el conflicto político como una bomba en el interior del Gobierno de coalición. La fractura producida por la renuncia del vicepresidente Carlos Chacho Álvarez, líder del Frepaso, tras los escándalos por los sobornos a senadores de la oposición peronista para que aprobaran las reformas a las leyes laborales, no ha podido cerrarse. Por ese abismo entre el Gobierno y los ciudadanos que le apoyaron hace sólo un año se escapa cada día la ilusión del cambio y la posibilidad de un futuro algo mejor.

La debilidad política del presidente Fernando de la Rúa es ostensible, está expuesta y a la vista de todos, como el problema económico. Ni siquiera la firma, esta misma semana, del pacto fiscal con los gobernadores peronistas para congelar los presupuestos provinciales hasta 2005 logró calmar definitivamente a los mercados. ¿Qué quieren ahora? ¿Van por el presidente?

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