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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Perú, campo minado

La estrella de Alberto Fujimori se ha eclipsado tan bruscamente como surgió hace 10 años. La decisión de quedarse indefinidamente en Japón es la culminación lógica de un proceso -acelerado como el cine mudo- que hacía insostenible su mantenimiento desde que se conociera en septiembre pasado el vídeo en el que su mano derecha, Vladimiro Montesinos, sobornaba a un parlamentario. Decidiéndose por el país de sus ancestros, el ya ex presidente conjura un más que probable procesamiento en Perú por sus vínculos con el fugitivo Montesinos, una sociedad que albergaba las semillas de la destrucción de Fujimori.La espantada postal del autócrata quizá ayude a los peruanos a recobrar la confianza en sus propias capacidades para regresar a la normalidad. La implicación de Fujimori durante los últimos años en un rosario de escándalos y componendas secretas hacía de él un hombre claramente incapaz de dirigir con transparencia el viaje de Perú hacia las elecciones anticipadas de abril próximo. Pero instituciones y partidos han sido tan minuciosamente pervertidos durante una década que su súbita desaparición de la escena política añade incertidumbre al desarbolado país andino.

El dúo Fujimori-Montesinos ha dejado Perú convertido en un campo minado. Al futuro presidente interino, previsiblemente Valentín Paniagua, un jurista opositor de prestigio, le hará falta más que carácter y buena fe para cumplir su tarea. Es cierto que algunos obstáculos hacia una transición civilizada han sido removidos en los últimos días: desde la destitución de Marta Hildebrandt al frente del Congreso hasta los nombramientos de nuevo fiscal general y nuevo responsable del tribunal electoral. Pero permanecen en sus puestos altos cargos militares que utilizaron bochornosamente su poder a favor de Fujimori. Y subsiste el hecho cierto de que nadie sabe quién manda de hecho en estos momentos en Perú.

La batalla por la sucesión de Fujimori se inicia no sólo en condiciones precarias de estabilidad, sino en ausencia de un favorito claro y con la oposición dividida, pese a la pretensión de Alejandro Toledo de representar a más ciudadanos que a sus seguidores de Perú Posible. Harán falta dosis masivas de sentido común y de renuncia a personalismos caudillistas para sacar a Perú de una de sus horas más inciertas.

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