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Crítica:JAZZ - PAQUITO D'RIVERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Indomable

Definitivamente, la duda no entra en los cálculos de Paquito D'Rivera. Tan seguro parece estar de su autoridad instrumental que la música le fluye de los labios a borbotones, casi sin pensar, con brillantez instantánea y automática. Una actitud bien distinta a la que el día anterior había mostrado el octogenario Bebo Valdés, al frente de un espléndido cuarteto, a lo largo de un precioso concierto rebosante de encanto camerístico y vocación galante, ideal para una plácida tarde habanera de abanico y limonada.Alto como una vieja gloria del baloncesto, el pianista supo afianzarse en la percusión mesurada del diminuto Patato Valdés, un hombre de la envergadura aproximada de un yóquey de caballos de tiovivo, para realizar un didáctico repaso a la historia de la música cubana en su genuina versión autóctona.

Paquito D'Rivera quintet

Paquito D'Rivera (saxo alto y clarinete), Diego Urcola (trompeta), Darío Eskenazi (piano), Óscar Stagnaro (bajo eléctrico) y Antonio Sánchez (batería). Teatro Albéniz. Madrid, 18 de noviembre.

Bebo tuvo las dudas naturales de quien ve más de una solución fecunda al mismo tiempo, pero no dio ni una nota de más ni añadió un adorno sin justificar. Se le agradeció que, ante las ínfulas omnipotentes y protoexhibicionistas de los más jóvenes, defendiera la filosofía del pasito sobre la de la zancada. Ante su alarde de sabiduría melódica, la ausencia de Cachao no se notó demasiado, al menos hasta la interpretación de la pieza que figura en Calle 54, una maravilla de Miguel Matamoros titulada Lagrimas negras, en la que se añoró la titánica demostración de poder controlado del contrabajista.

Como ya se sospechaba, el concierto de Paquito tuvo méritos mucho más trepidantes: visto y no visto, como si se hubiera calzado las botas de las siete leguas, se lanzó a tumba abierta sobre un repertorio cortado a la medida de su robusto torso técnico. La extraordinaria facilidad con que tocó el saxo alto y el clarinete le confirmó, por si hacía falta, como rey vitalicio de la música cubana en su variante Miami. Cosmopolita hasta lo mundano, jugó a zamparse todo el orbe sonoro latino en Panamericana, otro tema de la película de Fernando Trueba, y a desgranar a velocidad industrial un popurrí de Ernesto Lecuona. El excelente trompetista argentino Diego Urcola se permitió ocasionalmente contravenir la tónica general, pero fue su compatriota Dario Eskenazi, un pianista a seguir, quien realizó las intervenciones solistas de mayor interés: lógicas, claras, sobrias y elocuentes.

La sección rítmica, integrada por el mexicano Antonio Sánchez a la batería y por el peruano Óscar Stagnaro al bajo eléctrico, triunfó en su función de realzar las pasmosas virtudes de D'Rivera: afinación impoluta, sonido depuradísimo y agilidad portentosa; contundentes argumentos a favor que no lograron disimular otros rasgos no tan halagüeños.

No pareció muy creativo que D'Rivera basase la mitad de ciertos solos en citas tirando a tópicas (Mona Lisa, la habanera de Carmen) o que buscara el aplauso fácil con piruetas caprichosas en el borde agudo de su instrumento: dos constantes de su estilo que, a la larga, terminan embotando el oído más discriminador como un pertinaz soniquete.

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