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Cherchez la femme

Soledad Gallego-Díaz

En Estados Unidos trabaja más gente, proporcionalmente, que en la Unión Europea. Pero sobre todo, trabajan muchas más mujeres que en la UE. Si se quiere explicar el impresionante incremento de puestos de trabajo registrado en Estados Unidos en los últimos años hay que prestar atención precisamente a ese punto.

Entre 1973 y 1998 la tasa de población activa empleada en EE UU pasó del 65% a casi el 74%; es decir, aumentó casi nueve puntos porcentuales. Pero en el caso de las mujeres, el salto fue del 19,4% (del 48% al 67,4%).

En Europa, según datos de la OCDE, la población activa femenina ha pasado en el mismo periodo de tiempo del 43,2% al 49%; es decir, un escuálido 5,8% de incremento. Y según la UE, el índice de empleo femenino varió en los Quince del 48,4% en 1994 al 51,2% en 1998.

El caso español resulta especialmente lamentable: en esas fechas pasó del 30,2% al 34,8%.

La importancia de estos datos para explicar el tan alabado éxito de la economía estadounidense queda patente en un estudio publicado recientemente en el National Bureau of Economic Research por Richard B. Freeman, del Center for Economic Performance. Para Freeman se trata del dato más decisivo sobre el crecimiento del mercado de trabajo en EE UU. Si el empleo femenino hubiera crecido en Estados Unidos al mismo ritmo que en Europa, el cambio económico hubiera sido casi marginal.

Resulta especialmente espectacular la transformación experimentada en Estados Unidos por las mujeres casadas y con hijos menores de seis años. En 1960 trabajaba un 18,6% de ese segmento de población. En 1998 había pasado a ser el 63,7% de ese grupo. En conjunto "hay más mujeres norteamericanas con hijos pequeños y trabajando que todas las mujeres europeas empleadas, contando incluso las que no tienen hijos", asegura el estudio.

Así que los expertos que quieran sacar alguna lección de lo ocurrido en el mercado de trabajo de Estados Unidos, quizá deberían dejar de obsesionarse con la desregularización laboral y dedicarse, simplemente, a chercher la femme. Porque, además, afirma Freeman, tampoco es cierto que el mercado de trabajo de EE UU sea un mercado libre y falto de normas. Hay tantas, no sólo federales sino también estatales, opina, que para no tener que acudir a los tribunales, muchas empresas y trabajadores prefieren solicitar la ayuda de comités de mediación que resuelvan sus contenciosos.

Es probable que Freeman exagere la amplitud de la legislación laboral de Estados Unidos, sobre todo si se la contempla con ojos de la UE. Pero también es cierto que algunos economistas europeos ultraliberales pretenden ignorar -u ocultar- la existencia de esa legislación, que, sin embargo, es también parte de la historia y de la tradición norteamericana que tanto admiran. Estados Unidos dispone, por ejemplo, de un salario mínimo desde mucho antes de que las socialdemocracias europeas se plantearan su existencia: el Estado de Massachusetts lo aprobó en 1912 y en 1933 el Congreso dio luz verde a la National Industrial Recovery Act que atribuía al presidente de la República la autoridad para establecer un salario mínimo y un horario máximo. En 1937 la competencia pasó al propio Congreso.

En 1990, 1991, 1996 y 1997 los congresistas aprobaron revisiones del salario mínimo, que hoy día está establecido a nivel federal en 5,15 dólares la hora, lo que viene a suponer unas 140.000 pesetas al mes, por 35 horas semanales (siete horas diarias, cinco días a la semana). El salario mínimo interprofesional en España es, en la actualidad, de 71.000 pesetas.

solg@elpais.es

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