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Cambia la piel de la ciudad

Han transcurrido dos lustros o algo más desde que se incubó el proyecto de la Ciudad de las Ciencias al amparo del gobierno autonómico presidido por el socialista Joan Lerma. Ya es una realidad casi culminada después de abrirse estos días al público el principal de sus componentes, el Museo Príncipe Felipe, inaugurado tan precipitada como rocambolescamente hace algo más de un año por el heredero de la Corona. Un golpe propagandístico que ahora se ha reiterado, pero con la obra concluida y el correspondiente boato. Bien lo merece el fabuloso complejo arquitectónico concebido por Santiago Calatrava, el más universal de los valencianos con vida y coleando -si exceptuamos la firma Lladró- quien, además, ha conseguido la rareza de ser profeta en su tierra.Visto el gozo de los oficiantes -la crema gobernante del PP- en esta segunda efeméride inaugural nadie diría que una de sus primeras iniciativas, en 1995, fuera darle carpetazo a esta propuesta por el mero hecho de haberla alumbrado el PSPV-PSOE. No hay que ser muy memorioso para evocar las necedades que se dijeron y consumaron con el fin de desacreditarla o, cuanto menos, de barrer el rastro de su paternidad. ¡La de sofocos que causaría echar mano de las hemerotecas! Por fortuna, la obsesión liquidadora tropezó con los compromisos económicos contraídos y el rediseño improvisado del proyecto no pasó de ser un calentón entre pueril y ridículo, insuficiente, por más que lo intentasen, para hacer olvidar el cuño original socialista de la empresa. A cada cual lo suyo.

En este sentido, y una vez anotados esos titubeos y maquinaciones, justo es agradecer a los gobiernos del presidente Zaplana que no extremasen sus delirios y optasen, en cambio, por desarrollar este complejo museístico y lúdico que, con su impresionante costillar, ha cambiado en buena parte la piel de la ciudad, enorgullece al vecindario valenciano y pasma a cuantos lo visitan. La excepcionalidad y ambición de su trazado justifican sobradamente tal emoción, quebrando por otro lado la secular inercia indígena a quedarse a medio camino de todo cuanto emprende como consecuencia del encogimiento de espíritu que nos tipifica y ha condenado a lo pequeño, bonito y barato.

Sin más noticias que las divulgadas por los medios escritos y audiovisuales, no voy a caer en la temeridad de juzgar las maravillas ciertas o aparentes que se exhiben en ese contenedor gótico que por sí mismo y sin más aditamento nos conturba. No me es ajeno el riesgo de que tan monumental fábrica engulla o reduzca a quincalla cuantos ingenios se instalen para provecho y amenidad de las clientelas. Queremos confiar en la experiencia y solvencia científica de su director, Manuel Toharia, para que, como mínimo, este complejo para el ocio inteligente siga la estela de La Villette parisina, que algunos, en su bendita megalomanía, tienen por superada. Otra cosa es saber los dineros finalmente invertidos y los costes de mantenimiento previstos, de los que apenas se ha dicho una palabra, aunque tampoco es sorprendente, dada la opacidad que practica este Gobierno. Lo importante hoy por hoy es haber ejecutado este primer tramo del proyecto y acentuado la capitalidad de Valencia. De eso se trataba.

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