El plató AGUSTÍ FANCELLI
Ayer soñé con un programa de televisión. Era una especie de talk-show con público, yo me contaba entre él. Pero era un talk-show raro, pues no hablaban varias personas, sino sólo una que asumía a la vez las funciones de presentador, invitado, comentarista y regidor. En realidad, las que hablaban eran dos personas. Una, pequeñita, colocada a la izquierda del plató, se parecía a Pere Esteve. La otra, que se proyectaba en una mitad de la enorme pantalla colocada al fondo, se hacía pasar por Pere Esteve, incluso decía lo mismo que él, pero no era él. Era un presentador de televisión. Cinco cámaras, una de las cuales, robotizada, se encaramaba a una grúa, enfocaban al Pere Esteve pequeñito colocado tras la tribuna, mientras que el Pere Esteve suplantador aparecía en todos los planos imaginables: corto, medio, abierto, de frente, de perfil, de cogote...Tras el Pere Esteve que se parecía a Pere Esteve se hallaba la mesa del congreso, presidida por una señora cuyos rasgos recordaban a los de Carme Laura Gil. Pues bien, cuando esa mesa se asomaba a la pantalla ya no era la mesa del congreso, sino el puente de mando del Enterprise comandado por Miss Spock. Y lo mismo ocurría con la grada situada a la derecha de la tribuna, ocupada por personas muy parecidas a las que forman la ejecutiva del partido, pero que en cuanto salían retratadas, se convertían en estudiantes de periodismo de la Pompeu Fabra en el programa de Pedro Ruiz, prestos a titular la alocución de Esteve.
Descubrí todo este asunto de las suplantaciones la primera vez que pasó por pantalla un plano general del público. Aquél no era el público del que yo supuestamente formaba parte, sino un público de un talk-show cualquiera, pongamos Crónicas marcianas. Es cierto que ese público votaba levantando las cartulinas verdes, blancas o rojas como lo hacían los casi 2.000 delegados que me rodeaban, pero el mosaico resultante de la transmisión no era el que yo veía. De hecho, yo no veía ningún mosaico.
Lo que sí veía era la otra media pantalla que reproducía los titulares del discurso de Pere Esteve, tanto del pequeñito que se le parecía como de su doble ampliado. Titulares y también gráficos: cuando el orador se ponía a desgranar cifras electorales de los años en que había ocupado la secretaría general, a su espalda surgían unos cuadros infográficos que, como suele ocurrir con ese tipo de cuadros, no se podían leer.
Pero lo más sorprendente que ocurrió fue cuando el señor que se parecía a Pere Esteve abandonó la tribuna al final del discurso y avanzó hacia el público. "L'últim que haig de dir-vos és que plego", espetó al respetable, para aclarar a renglón seguido que su paso al frente quería representar justamente eso, que dejaba atrás el hábito de secretario general para volver a tomar el de simple militante guardado en el armario. Al suplantador de la pantalla parecía como si en ese momento se le hubieran humedecido los ojos: los actores siempre fingen. "He militat a Convergència des del 1975 i l'únic que puc dir és que haver pogut fet tot això és una passada", dijeron los dos Esteves a coro. Luego ambos -¿o eran tres?... a esas alturas, nadie podía ya estar seguro del número- fueron a abrazarse con el doble, o el triple, de Jordi Pujol.
Desperté del sueño cuando una compañera de tareas informativas, sector heavy, tronó a mi lado: "¡Este Pere Esteve, ni siquiera cuando se despide da un titular!". A mí, Pere Esteve me había metido en un bonito programa de televisión y me lo pasé bomba. Pero yo pertenezco al sector light y no necesito titular.
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