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Un gesto, un reconocimiento

Alicia Moreno Espert dio un respingo y saltó como una gacela al escenario del teatro Albéniz en la inauguración del Festival de Otoño el pasado lunes para traducir las explicaciones que Ute Lemper estaba dando sobre una repentina indisposición vocal. Pidió una tregua a los espectadores hasta que las dudas se aclarasen y consiguió, con ese ramalazo de coraje responsable, el aborto inmediato de un posible conflicto. Así se hacen las cosas. Con rapidez, dando la cara, con un par de frases sencillas y oportunas, con la espontánea naturalidad de una explicación a tiempo. La consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid se convirtió de improviso en la protagonista involuntaria de la noche por su arrebato cívico, asumiendo el relevo de Ute Lemper, cantante de lujo que iba seduciendo lentamente a una audiencia entregada con un poquito de Kurt Weill y otro poquito de Tom Waits. Fue un gesto hermoso que a mí me trajo de inmediato el recuerdo del homenaje a Alfredo Kraus en el Teatro Real, con su dejación de responsabilidades y sus explicaciones tardías. Los comportamientos normales causan a veces asombro. Así nos va. Ariel Goldenberg, director del Festival de Otoño, y Alicia Moreno volvieron a comparecer ante el público para anunciar la suspensión definitiva del recital ofreciendo, por supuesto, la devolución de las localidades y mostrando un signo fatalista en el pronóstico de recuperación inmediata de la cantante alemana. El sentido del humor, entre la realidad y el deseo, tuvo un punto de apoyo en Camarón con la frase "al cielo se lo pedí y el cielo me lo negó", elegida por Goldenberg para cerrar el acto en tono desdramatizado. El Festival de Otoño salía curiosamente reforzado de la desgracia. Al fin y al cabo, nadie está libre de quedarse sin voz en un momento determinado. El tenor Plácido Domingo ya sufrió esa experiencia en Bayreuth en 1995 mientras estaba cantando Parsifal. El virus de las cuerdas vocales: los cantantes cruzan y cruzan los dedos, y tocan madera sin cesar. Los otros cantantes, los mudos casi siempre, los de la llamada gestión cultural, esta vez han dado el do de pecho.

En la misma página de este periódico en que se informaba anteayer de todo esto figuraba en unas pocas líneas una de esas noticias que producen una satisfacción inmensa: el reconocimiento a José Luis López Muñoz (Madrid, 1934) con el Premio Nacional de Traducción. Se citaba su importante labor en la literatura de lengua inglesa con autores como Henry James, Jane Austen, John Dos Passos, E. M. Forster, William Faulkner, Scotz Fitzgerald y Patricia Highsmith, y no se hacía mención a un creador, bueno, a una creadora, fundamental. Me refiero a George Eliot, de la que López Muñoz nos ha regalado traducciones impagables de títulos tan emblemáticos e imprescindibles como Middlemarch o El velo alzado. No sé si me estoy excediendo en una preferencia quizá demasiado personal por la autora inglesa, pero he contrastado con un par de sus admiradores la opinión sobre las traducciones, y la coincidencia en la importancia de las mismas es absoluta.

"Los traductores somos seres paradójicos, porque hacemos una labor de creación del idioma, al mismo tiempo que damos a conocer al autor del libro que traducimos", ha manifestado López Muñoz. Qué razón tiene. Están la mayoría de las veces los traductores oscurecidos por la potencialidad de los autores y, sin embargo, de ellos depende en parte la verdad profunda y última del creador original. El pensamiento y la belleza literaria de Thomas Bernhard volcados al español se deben de una forma sustancial a un traductor como Miguel Sáenz, como los de Peter Handke están estrechamente relacionados con Eustaquio Barjau, y, en el caso que ahora nos ocupa, de George Eliot con López Muñoz.

Gestos, reconocimientos. Gracias a estos, llamémosles así, intermediarios de lujo, a estos seres paradójicos que nos hacen vibrar con las palabras de otros, a estos organizadores que lidian sin perder la compostura con la adversidad, la apariencia de normalidad, del paso fértil de los días, se restablece. No es poco tal como soplan los vientos en estos tiempos, otra vez, de ruido y de furia.

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