Reinventar los Balcanes
El vuelco en Serbia abre, por vez primera en una década, la posibilidad de pacificar los Balcanes. La democratización de Serbia era -es- condición indispensable para la estabilidad de la región. Naturalmente, antes habrá que asegurar que Milosevic no sólo ha dejado el cargo, sino también el poder, pues, como dicen los americanos, puede que esté "out of office, but not out of power". Kostunica tiene aún que desmadejar los hilos del poder, entrecruzados por el régimen anterior en unas complejas instituciones yugoslavas.Pacificar, democratizar y estabilizar los Balcanes no será una tarea fácil, y va a requerir paciencia y perseverancia por parte de todos, incluidos los aliados de la OTAN, cuya problemática presencia militar en el terreno va para largo. El cambio en Belgrado puede complicar la situación en Kosovo, en Montenegro y en ese Estado formalmente independiente, pero inestable y tutelado por la OTAN, que es Bosnia-Herzegovina. Pero a la vez, estos problemas se podrán formular de una manera distinta que hasta ahora, y ser discutidos de una forma democrática y, es de esperar, más pacífica.
Kostunica habrá podido sentir en el Consejo Europeo de Biarritz, en la reunión de la familia europea a la que fue oportunamente invitado, que la UE y sus Estados miembros no tienen ningún deseo de facilitar nuevos cambios de fronteras en los Balcanes. La línea política predominante hoy en la UE es la de mantener las actuales fronteras y respetar las integridades territoriales, como objetivo en sí, y para facilitar -"no humillar"- la tarea de Kostunica. Si antes del cambio en Belgrado se podía contemplar, aunque no apasionara, la opción de un Kosovo ha perdido valedores, salvo entre los albanokosovares, pese a que dos millones de ellos vivan allí, frente a los sólo 50.000 serbios que quedan que, previsiblemente, intentarán, antes o después, algo para lograr este fin. Aunque bajo protectorado efectivo de la OTAN, Kosovo, aparte del valor mítico que tenga para los serbios, sigue siendo formalmente parte de Serbia, según la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU, que puso fin al conflicto, aunque cabrían fórmulas más flexibles.
Tampoco hay ya ningún entusiasmo en la UE sobre una eventual independencia de Montenegro, que, incluso en un referéndum que podría aceptar Kostunica, no es seguro que ganara el presidente de la pequeña república, Djukanovic. Sin embargo, sí son posibles esquemas en los que la cuestión de la soberanía formal pierda valor, ya sea en el seno de una federación, aunque deje de llamarse Yogoslavia, o en el conjunto de los Balcanes. En cuanto a Bosnia-Herzegovina, un socio político de Kostunica, Vladimir Ilic, ha pedido ignorar los acuerdos de Dayton e integrar a los serbios que allí habitan en Serbia, lo que indica que el asunto va a resultar complejo de resolver, o, al menos, de conllevar.
La situación no es estable, y las terribles guerras no han resuelto todo. El futuro de Serbia, y de la aún llamada Yugoslavia, y sus relaciones con la UE van a depender de cómo enfoque Belgrado las relaciones con sus vecinos. Hay que reinventar el espacio balcánico, empujando a una mayor cooperación a sus protagonistas e integrando a Serbia en el Pacto de Estabilidad para Europa del Sureste. No cabe excluir que, medio siglo después, pudiera volver a hablarse de una confederación balcánica. La estabilidad pasa también por una generosa ayuda europea y por abrir la perspectiva no tan lejana de una integración eventual en la Unión Europea, una posibilidad que no se incluyó en el mapa de la UE esbozado por el Consejo Europeo de Helsinki, en diciembre de 1999.
No es ésta sólo la ocasión de superar la última trágica década, sino la más profunda línea de separación en Europa que, más que entre Roma y el islam, marca una división que ha perdurado a lo largo de casi mil años, entre el mundo cristiano occidental y el oriental ortodoxo, desde el cisma de 1054, y aún más en los últimos 500 años. Eso es lo que está en juego: superar un milenio de historia. Aunque Europa se conformaría con algo menos.
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