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¿Déficit cero? Depende

Joaquín Estefanía

Un Gobierno ordenancista aprobó en el último Consejo de Ministros un anteproyecto de ley de estabilidad presupuestaria por el cual, a partir del año 2002, las administraciones públicas no podrán gastar más que lo que se recauda. Además, ha introducido el equilibrio de las cuentas públicas en los Presupuestos Generales del Estado de 2001. Ambas medidas conforman el marco de la política económica para el futuro inmediato.La obsesión cuasireligiosa de los responsables económicos del Gobierno con el déficit cero no deja de ser sorprendente: no tiene que ver con la realidad. ¿Déficit cero? Depende en qué condiciones, Depende de la coyuntura; depende de factores que en el momento en que se decidió implantarlo de modo mecánico no estaban planteados. La mayoría de las crisis que afectan a la economía son imprevisibles. Sacralizar un objetivo que es un saldo parece cosa de brujos, no de economistas. ¿Quieren decir que un déficit de uno o dos puntos del PIB pone en cuestión el crecimiento, el empleo, el futuro de las próximas generaciones como, a sensu contrario, dijo hace unos días el ministro de Hacienda Cristobal Montoro? Y por el lado opuesto, si aparece un nuevo maná, como el que recientemente ha desaprovechado el Ejecutivo con las licencias de la telefonía móvil de tercera generación y hay superávit de las cuentas públicas, ¿se contará como un desequilibrio nocivo?

¿Cómo se combatirá una recesión? ¿Cómo se va a cubrir el déficit de convergencia real con los países de nuestro entorno? Para los españoles, Europa no era sólo la tierra de las libertades, sino también los niveles de bienestar (pensiones, educación, salud, etcétera) y de infraestructuras públicas (carreteras, aeropuertos,...) de los países de nuestro entorno. En este contexto, el Gobierno adquiere un compromiso muy restrictivo en el gasto que no poseen esos mismos países. Son más papistas que el Papa. Un país como España, que aún tiene muchas necesidades de welfare y de infraestructuras, ¿puede permitirse el lujo de legalizar el déficit cero?; ¿tiene el mismo sentido el equilibrio presupuestario en un país pobre que en uno rico?; ¿está verdaderamene equilibrado el presupuesto presentado para 2001, cuando se han sacado de él partidas de pérdidas y endeudamiento, como las de Radio Televisión Española, incluidas a partir de ahora en la SEPI? ¿En qué partidas se van a incluir los compromisos adoptados con agricultores, pescadores y transportistas?

Conceptos fundamentalistas como el del déficit cero por ley tienen distintas virtudes para el Gobierno. Puede dejar en segundo término el debate sobre otros elementos muy significativos de los presupuestos. Por ejemplo, la composición del gasto. En qué y cómo se gastan los ingresos público; adónde van las subvenciones. En este sentido fue admirable el debate televisado que mantuvieron los candidatos a la presidencia de EEUU. Habiendo anunciado Clinton un superávit excepcional en el presupuesto federal, el demócrata Al Gore y el republicano George Bush explicitaron dos concepciones ideológicas muy distanciadas. ¿Incrementar la inversión? ¿aumentar las prestaciones sociales, con especial énfasis en la educación y en la cobertura sanitaria de niños y ancianos? ¿Recorte generalizado de impuestos? Ojalá en España el debate parlamentario aclarase esas concepciones en el PP y en el PSOE.

Otra virtud es la de la vanidad. Con el anteproyecto de ley de estabilidad presupuestaria, el Ejecutivo cumple sobredamente con las normas de la ortodoxia macroeconómica. Aznar podrá presumir en las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno de la UE, y Rato en el Ecofin. Pero ¿cuál es el precio de utilizar un instrumento obligatorio pase lo que pase? Como decía el poeta andaluz, pero ¿dónde los hombres?

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