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El MoMA termina su ciclo sobre el milenio y cierra su vieja sede con la exposición 'Open ends'

El museo reúne las obras más significativas de los últimos 40 años de la producción artística

A punto de cerrar su histórica sede de la calle 53 para iniciar un largo proceso de ampliación, con el jardín en obras y recién salido de una huelga de sus empleados, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) termina el ciclo que inició a principio de este año dedicado al milenio con la exposición Open ends, un recorrido temático por las últimas obras del siglo. El MoMA recupera así algo de su identidad perdida, la de dedicarse al arte contemporáneo, juntando las obras más clásicas de su colección con sus más recientes adquisiciones.

Es, como su nombre indica, una apertura y un final: el cierre de la serie de exposiciones que el museo, trastocando completamente la distribución habitual de su colección, dedicó a las creaciones del siglo pasado y el principio de una nueva etapa, con las obras de remodelación que incluyen el colindante Dorset Hotel, en el nuevo proyecto del arquitecto japonés Yoshio Taniguchi. Las excavadoras ya han empezado el trabajo de derribo en el jardín del centro. Sus árboles han sido plantados momentáneamente en Central Park, a la espera de la apertura de la nueva sede en 2004.El MoMA repasa los últimos 40 años de la actividad artística, empezando por el pop, la explosión de colores y la superficialidad que siguen influyendo a muchos creadores contemporáneos. La bandera americana de Jasper Johns, las sopas Campbell de Andy Warhol o las esculturas blandas de Claes Oldenburg se juntan con obras posteriores que se inspiraron de estos clásicos. Damien Hirst, que actualmente exhibe sus últimas obras en la galería Gagosian de Nueva York, retoma el grafismo de las etiquetas de medicamentos en sus 13 pósteres de la La última cena; en la misma sala, el gigantesco sujetador de acero de Vito Acconci deja escuchar el sonido de una respiración grabada.

La fumadora, de Tom Wesselmann, unos descomunales labios rojos que sujetan un pitillo encendido; la Pantera Rosa, de Jeff Koons, una escultura de cerámica que va más allá del kitsch, muy similar a otra obra del artista que se vendió recientemente en Sotheby's por millón y medio de dólares, y las recreaciones fotográficas de Cindy Sherman también recuerdan el aspecto erótico-festivo del pop.

Una cosa tras otra, la segunda parte de la muestra, explora el proceso de repetición al que recurrieron los artistas de los sesenta y setenta para ilustrar la mecanización y la producción en masa. En Materia, las obras hablan de la sustancia de las cosas. Las esculturas de fieltro de Robert Morris se dejan caer por su propio peso en la pared del museo, frente a un angosto y agobiante pasillo de cera de abeja de Wolfgang Laib. En un botecito como de paté, Piero Manzoni recuerda su concepto de la "mierda del artista" y Edward Rusha despliega las diversas incidencias de varias manchas, desde lejía hasta sangre, en 76 hojas de papel.

Hacia el final del recorrido, Rabbit, de Jeff Koons, una escultura metalizada inflable; las fotos de niños con caras de viejos de Diane Arbus; las 124 fotos de Objetos favoritos, de Christian Boltanski, o las esculturas hiperrealistas de Charles Ray dan otra visión de la niñez en Infancia y experiencia, el último capítulo de la retrospectiva.

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