_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La chapita española

Con el estilo cortés y simpático que le caracteriza, el presidente del Gobierno, señor Aznar, respondió el otro día a un periodista con la siguiente frase: "Yo no estoy aquí para hablar de chapitas". Se refería, como se puede intuir fácilmente, al asunto de las nuevas matrículas de automóviles. Casi a la misma hora, en el Congreso de los Diputados, el PP sacaba adelante en solitario su propuesta de matrículas, mientras el resto de los partidos y grupos políticos votaban en contra, después de una apasionada discusión. Total nada: tener a toda la oposición en contra era un simple asunto de chapitas. Está el PP tan metido en sí mismo que ni siquiera se ha percatado de la baza que ha perdido con su decreto sobre las nuevas matrículas de coches. Si en vez de imponer una E escueta y solitaria la hubiese acompañado de las siglas de las comunidades autónomas, ahora podría sacar pecho para decir a sus rivales nacionalistas que por fin quedaba claro que todas la autonomías son iguales, que no hay privilegios ni escaqueos y que todas están ahí, bajo la insignia de la E integradora. En vez de esto, el PP ha convertido un asunto que podía y debía negociarse con tranquilidad en un caso más de confrontación.

Ya sé que para mucha gente éste es un asunto menor. Sé también que son bastantes los demócratas que se alegran de la decisión del Gobierno, porque, hartos y furiosos como estamos todos ante la violencia de los asesinos etarras, a veces acaban confundiendo con ellos a todos los nacionalistas catalanes, vascos, gallegos y demás. Por esto les ruego que analicen el resultado de la votación en el Congreso: unos eran nacionalistas, otros -la mayoría- no lo eran, pero todos votaron en contra del PP porque entendieron que lo que allí se debatía era otra historia.

Hasta ahora, las matrículas estaban vinculadas a lo que podríamos denominar la vieja estructura territorial de España, o sea, las provincias. Pero las nuevas matrículas están concebidas para un espacio más amplio, el europeo, en el que los principales mecanismos serán los Estados, las regiones -o nacionalidades y regiones en nuestro caso- y las ciudades. La gran innovación de nuestra Constitución es precisamente ésta: la creación de unas entidades, las comunidades autónomas, que no sólo agrupan provincias y ciudades, sino que dan respuestas organizativas a la diversidad de identidades y de lenguas, y, como tales, tienen y tendrán cada día más un importante papel en la construcción de la Europa comunitaria.

Las matrículas de automóviles no son, desde luego, la panacea para la unificación de la futura Europa, pero son símbolos de su diversidad y de sus formas de organización política. Con el cambio de matriculación se tiende, pues, a unificar cada vez más los grandes espacios, pero también a reconocer el peso de las estructuras menores. Por esto, sólo los países pequeños se contentan con la letra E y, en cambio, los países grandes le añaden otros signos para realzar la importancia de sus diversidades administrativas y culturales.

Así, por ejemplo, países como Bélgica, Holanda, Finlandia, Portugal y Luxemburgo se limitan a colocar la letra E en la matrícula. Pero Alemania coloca en cada placa, junto a la E, el escudo del respectivo land, en Francia se mantiene el número de cada departamento, en Italia se coloca la sigla de cada región debajo del escudo de Europa y en Irlanda se mantiene la letra inicial de cada condado.

Pues bien, si en países grandes, como Alemania, Francia e Italia, se recuerdan y se reconocen los símbolos de la organización política como integrantes y miembros activos del espacio europeo, ¿por qué en España, con un sistema político en el que conviven diecisiete comunidades autónomas, cada una con su Gobierno, su Parlamento y su Administración, se ningunea esta estructura, se oculta el papel que tienen y que tendrán estos organismos y se convierte la sigla de España no en un elemento de integración, sino en un símbolo de centralismo aplastante? Por esto estuvieron en desacuerdo con el PP todos los grupos que votaron en contra suyo en el Congreso. Como decía, unos eran nacionalistas, otros no, pero ninguno aceptaba que en la proyección interna y externa de las siglas y los símbolos se eliminase el papel y el sentido de unas autonomías contrapuestas al viejo centralismo español y que van a tener que desempeñar un papel muy importante en la construcción de Europa.

Como no quiero ni pensar que la decisión del Gobierno es una mera respuesta a la confrontación política con los nacionalismos vascos y catalanes, la única explicación que se me ocurre es que el PP todavía no ha entendido bien lo que ha significado y significa la creación del Estado de las autonomías. Las raíces de su cultura política están en el nacionalismo unitarista y duro del viejo centralismo, y por ello percibe las autonomías actuales de una manera muy especial: las gobernadas por los nacionalistas son campos de batalla políticos, las gobernadas por los socialistas son espacios descarriados a recuperar y las gobernadas por él son formas de gobierno supeditadas a la dirección única del partido, más modernas algunas de ellas, más cercanas al viejo caciquismo otras. Les horroriza la palabra federalismo y les gusta poco la palabra autonomía, y, por ello, la única explicación de que decidan eliminar las siglas autonómicas en las matrículas es que éstas puedan recordar la diversidad de nuestro sistema político y de nuestra cultura.

No diré que detrás del asunto quedan todavía ramalazos de la España de antes, porque sería demasiado, pero ¿qué gana la España actual y, sobre todo, la España futura con querellas como ésta? ¿Por qué el PP no ha aprovechado la ocasión para dar más legitimidad y más presencia a las comunidades autónomas? ¿Por qué las ha marginado de la idea presente y futura de España? ¿Por qué nos quiere hacer regresar a la vieja idea de una España una y grande cuando nuestro futuro será el de una España plural en el seno de una Europa plural?

Jordi Solé Tura es senador por el PSC-PSOE.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_