Por una nueva Monarquía en Marruecos
Tanto en Marruecos como lo fue en España con la transición, ésta es una tarea a realizar desde la legalidad vigente, y tanto en Marruecos como lo fue en España es una operación que debe liderar la Monarquía. Pero no cualquier Monarquía, sino exclusivamente una nueva Monarquía moderna y progresiva, capaz de gestionar el difícil equilibrio de la transición, o más bien el delicado equilibrio de construir un nuevo régimen partiendo de reformas políticas consensuadas y pactadas.Al que en Marruecos aspiramos a llamarle, en un futuro cercano, viejo y antiguo régimen, se le denomina Majzen. El Estado del Majzen consiste en un sistema superestructual político-ideológico cuyas raíces se remontan a un pasado lejano y que perduran hasta nuestros días en su forma histórica. Se trata de un rasgo que no es posible omitir a la hora de tratar con la forma actual del Estado marroquí y con la que deseamos que posea en el futuro.
El llamado Majzen ha surgido en Marruecos de las entrañas de la misma sociedad en un momento histórico dado, y cuenta, sin lugar a dudas, con una legitimidad verificada a lo largo de la historia y arraigada en el imaginario colectivo del pueblo.
La Monarquía marroquí se ha asentado desde la aparición del Estado/Majzen y se ha constituido en la columna vertebral sobre la cual se articula el cuerpo complejo de este sistema; y ha sido, a lo largo del reinado de Hassan II, un factor de estabilidad política, a la vez que de desgaste de este sistema, que no podrá sobrevivir más tiempo a la nueva etapa que atraviesan tanto la región como el mundo.
Tanto el momento (auge del islamismo político radical) como la tarea son muy delicados y difíciles de gestionar, pues, por segunda vez (tal como ocurrió con la independencia cuando la Monarquía encabezó la lucha de liberación nacional), la oportunidad y la tarea de transformación y democratización del Estado sólo puede encabezarla la Monarquía, pero no cualquiera, sino una institución monárquica moderna, reformada y progresista.
Mohamed VI, en estos momentos cruciales para Marruecos, es el hombre adecuado y necesario en esta etapa clave y transformadora de nuestro entorno. Que alcance el triunfo en su tarea depende mucho de su habilidad y de nosotros: depende de que amplíe su entorno de consulta y diálogo, y de una valentía que hasta el momento ha demostrado que no le falta.
Ahora bien, y aprovechando la visita de nuestro joven monarca a España, quisiera insistir sobre cómo diseñar un proceso de transformación y reformas políticas en Marruecos, e insistir en la importancia de tener como punto de referencia y reflexión el modelo español. Sé que esta última insistencia levanta ampollas y recelos entre la élite política marroquí, tanto en la derecha como en la izquierda, y que cada vez que algunos lo planteamos nos tachan de simplistas, desconocedores de la realidad sociopolítica de Marruecos e intentan impedir cualquier debate sobre la misma.
El modelo español parece acomplejar hasta a algunos españoles de primera fila que apoyan la tesis francófona dominante por el momento en Marruecos. Nadie parece ver en el país, ni sus aliados demócratas quieren comprender, que los defensores de esta tesis no pretendemos copiar el modelo español sino aprovecharnos de las similitudes que hay entre ambos pueblos, entre ambas historias, ambos sistemas y ambas sociedades.
El proceso de transformación política en Marruecos no puede tener como referente la revolución francesa, sino uno obligado de reforma rupturista; un referente de autonomías para resolver, mejor y sin traumas, incluso el tema más espinoso de nuestra historia contemporánea, el del Sáhara, al que algunos desde el propio régimen marroquí lo ven en la tercer vía de autonomía plena, y qué proceso sino la experiencia española, al ser la más cercana tanto en el tiempo como en la geografía, puede decir mucho en este terreno. Esta transformación requiere entonces de mayor debate interno, así como de nuevos referentes que nos servirán, sin duda, para una mejor reflexión.
Estos nuevos referentes y las características específicas de la sociedad y Monarquía marroquíes son fundamentales para definir el modelo de Estado de derecho que aspiramos reconstruir en Marruecos. Es el punto de partida necesario e imprescindible para lo que hoy día todos reivindicamos bajo el nombre de "transición democrática".
Desde el consenso debemos rescatar ahora las reformas políticas aparcadas por el viejo nacionalismo a finales de los cincuenta. Desde el consenso, debemos sustituir el estrecho concepto de nación marroquí que predominó durante la etapa de la lucha por la independencia por un concepto de Marruecos como patrimonio común de las diversas comunidades regionales que existen en nuestro país.
En definitiva, los actuales herederos del régimen, incluida la Corona, deben entender que el monopolio del patriotismo y los procesos de reforma unilaterales complicarían aún más la situación y alejaría a muchos demócratas de la deseada transición, así como abonarían el camino a las posiciones radicales, violentas e intransigentes.
El consenso del cual hemos hablado antes debe incluir a todos los actores actuales del mapa político marroquí, incluidos los islamistas y los partidos nacidos al calor del régimen. Las reformas, por su parte, deben afectar, además de al Estado, a todas las instituciones e instancias que pretenden o que deben participar en la reconstrucción democrática en Marruecos. No habrá un Estado nuevo, moderno y democrático sin partidos renovados, modernos y democráticos; tampoco habrá una Monarquía parlamentaria y moderna sin modernizar la institución monárquica para adaptarla a los nuevos tiempos.
Para construir este Estado no es necesario, sin embargo, abolir ni transformar por completo el Estado majzení actual; de lo que se trata es de extender el respeto y la protección de los derechos fundamentales, que deben tener la primacía frente a la tradición y a la especificidad de cualquier sociedad, incluida la marroquí.
No es fácil ni rentable tampoco olvidar el factor del islam en nuestra esencia sociopolítica, ni el papel que puede jugar el monarca como príncipe de los creyentes en este aspecto, pues es un elemento de estabilidad y equilibrio positivo que hay que consolidar.
El islam representa para nosotros, los marroquíes, una base de existencia como nación y como pueblo. Una base que no tiene por qué chocar con la modernidad y mucho menos con la democracia. Es necesario entonces plantear en primer lugar la necesidad de que la sociedad civil asuma el protagonismo político que le corresponde, así como emprender un gran esfuerzo de modernización social y política. Esta modernización tampoco debe significar la aniquilación de la tradición y la marginación de la religión islámica.
La Monarquía de Mohamed VI puede ser el futuro de un Marruecos moderno, democrático y justo, que no caerá como un regalo de cielo ni va a depender sólo de la voluntad del monarca, sino que será el resultado del esfuerzo de todos, ganándolo a pulso, sin extremismos, pero sí con rigor y seriedad.
La realización de este proyecto de transición política se enfrenta, sin duda, con actitudes extremistas y extorsionadoras. La solución que aquí propongo no puede ser otra que una tercera opción frente a la antirreformista y la radical, una tercera opción que implica emprender unas reformas desde la legalidad vigente y con el liderazgo del actual monarca. Pero unas reformas que deben acabar constituyendo una nueva legalidad alternativa que acabará en ruptura con el anterior régimen y sus instituciones. Sólo así podremos anunciar, a medio y largo plazo, el nacimiento de un nuevo sistema democrático en el que haya sitio para todos y que goce del respaldo de la inmensa mayoría de los marroquíes.
Mohamed VI debe haber pensado, al igual que otros demócratas de su generación, en todo lo expuesto en este artículo, y debe saber, mucho mejor que otros, las dificultades y desafíos que se encuentran para plasmar semejante proyecto en la realidad. Debe conocer el lamentable estado de los partidos políticos, tanto del Gobierno como de la oposición.
Desde la certeza de su saber acerca de esta realidad, me atrevo a plantear la urgente tarea (además de los grandes gestos que ha protagonizado en tan corto tiempo de su reinado) de emprender el paso más decisivo: el de las reformas. Este paso requiere, a mi entender, un Gobierno de tecnodemócratas con la participación de un ministro por cada partido constituido, y presidido por una persona de prestigio, neutral y de confianza. Un Gobierno de estas características y composición puede ser, en lo que quede de legislatura, el promotor de las reformas con el debido debate que debe acompañarle en la sociedad; debe ser nuevo y representativo de la mayoría generacional a la cual pertenece el propio monarca, sin despreciar el papel fundamental de nuestros sabios-ancianos. Es un Gobierno que a mi entender debe constituirse junto a las dos Cámaras actuales (legalidad vigente), un poder constituyente que bajo el liderazgo del Rey ordenará la deseada transición.
Beyuki Abdelhamid es presidente de la Asociación de Trabajadores e Inmigrantes Marroquíes en España (ATIME) y autor del libro La transición en Marruecos (Editorial Vosa, SL).
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