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Crítica:TEATRO - 'JEKYLL & HYDE'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un mito o dos

Género

Jekyll & Hyde

Libro y canciones de Leslie Bricuse. Música: Frank Wildhorn, en versión española de Nacho Artime. Intérpretes: Raphael, Marta Ribera, Margarita Marbán, Guillermo Antón, José Ramón Henche, Enrique Sequero, Luis Amando, Paco Arrojo, Eva Diago, Eduardo López Pons, Noemi Masoi, Esteban Barranquero, Carlos Álvarez, Miguel A. Gamero, Emilio Cerdá, José Morales, Raquel Grijalba, Chus Herranz, Beatriz Luengo, Estrella Blanco, Lourdes Zamalloa, Yolanda Campa, Laura González, Carlos Solano, Georgina Cort, Jorge Esquirol, Pedro Gómez Timón. Escenografía: Luis Ramírez y Bengt Fröderberg. Vestuario: Luisa Rada y Camilla Thulin. Coreografía: Luka Yexi. Dirección musical: Juan José García Caffi. Director: Luis Ramírez. Teatro Nuevo Apolo.

Hubo unas contrautopías a principio del siglo, y vuelven ahora, al final. Era el tiempo en el que los progresos de la ciencia inquietaban a los moralistas -¡como ahora!-; el mito de Frankenstein, el del hombre invisible, el de la fragmentación de la personalidad del hombre en Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Aquí están: ni ceden, ni ganan. La cuestión era un problema con Dios, no fuera a sentirse celoso de los científicos. Y de los conservadores, sus agentes personales, que no querían que el mundo cambiara: ahora están un poco más convencidos, pero siempre que sea a su favor o puedan cobrar por ello.Hay un momento en que cualquier idea, cualquier conflicto, llegan a ser un musical de Londres o de Broadway, y eso le pasó a esta novela de Stevenson, de cuya doctrina queda una vulgarización: cantada. Por Raphael, en este caso, y por Marta Ribera, que está muy bien a su lado y debería tener su buen sitio en la cabecera del cartel: baila, canta, habla.

Vamos por partes. El tema lo adaptaron en Broadway, en 1997, un músico de 25 millones de discos (entonces), un letrista y compositor inglés que había hecho películas como Goldfinger y Tom y Jerry: una larga escala. Tuvo esta obra nominaciones importantes, premios Tony, representaciones sin fin (creo que aún sigue, y que el actor que lo hace se llama nada menos que Sebastián Bach): ese mismo montaje es el que ha llegado aquí. Dentro de las posibilidades del Nuevo Apolo, es un alarde de escenografía, luces y efectos especiales. Supongo que no estaría mejor en Broadway en ese aspecto de espectáculo. En otras traslaciones lo he comprobado. Dejando aparte el brío, el ritmo, la profesionalidad de quienes los hagan allí: han nacido en eso.

Raphael, que yo sepa, es otra cosa. Una de las grandes voces de la canción, junto a uno de los tonos más amanerados, y unas canciones con letras inquietantes desde un punto de vista intelectual: bastante para crearle un público fidelísimo, entusiasta, durante muchos años: había en el público del jueves por la tarde (riguroso público de taquilla que llenaba el amplio local) representaciones de todas las edades, desde aquéllas a éstas, y todos estaban contentos.

Yo, sin ser aficionado a Raphael, ni ahora ni nunca, creo que su condición de actor en este caso es demasiado buena para lo que debería hacer como estrella que es: tendría que apropiarse del escenario, salirse de la disciplina, no hacer caso a Luis Ramírez y cantar para ellos. Él le daría a una música tan aburrida su estilo personal, tan querido y admirado. A veces lo hace su compañera de reparto, Marta Ribera, a pesar de la inevitable sumisión de su papel, y el público lo nota. En este género, que es como una ópera más libre, menos rigurosa, parece que la dueña debe ser la estrella.

El otro gran protagonista es el espectáculo: funciona como una seda y está lleno de colorines, brillos, lucecitas, carras, trajes y trajes, como pide el género. Los sonidos también funcionan: la orquesta viva está muy amplificada y los micrófonos prestan fuerza a los cantantes. Algo me desconcierta, y es que, siendo una copia tan exacta, y sin que haya pérdidas de tiempo en la acción, ni actoral ni mecánica, dure aquí media hora más que en Broadway: pasa de dos horas treinta a tres horas, lo que parece ser mucho.Por lo menos, para mí, a quien no gusta ni el género, ni esta música, ni Raphael, ni la forma en que está trasladada la historia de Stevenson, ni Broadway (para nada, aunque me arrastren cada vez que voy a Nueva York); pero este dato de mi sufrimiento personal no tiene la menor importancia porque todo está hecho para otro tipo de espectadores, y éstos están absolutamente contentos.

Supongo que más, como digo antes, si Raphael estuviera más él, más libre, sin reparo ninguno para su condición de actor. Las ovaciones, los subrayados por el público de algunas canciones y de algunos alardes técnicos, la prolongada tanda de aplausos al final, son mucho mejor testimonio que el mío sobre lo que allí ocurre.

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