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El ballet ingresa en la historia en el antiguo teatro de Epidauro

La gala de danza reúne a los mejores bailarines del mundo

La gala mundial de ballet, bajo el título Homenaje a la danza, trajo anteayer por la noche por primera vez en los tiempos modernos, salvo una presencia de Béjart hace 20 años, a los grandes del ballet actual hasta el antiguo gran teatro de Epidauro (Grecia), una gigantesca construcción de hace 2.300 años consagrada en exclusiva al teatro clásico. Liderados por la veterana Carla Fracci, mostraron un repertorio clásico y moderno que convirtió la velada en verdadero acto sacro. En el público, entre otros muchos famosos locales, Irene Papas.

Balanchine

Es muy difícil hoy día hacer una gala internacional de danza que alcance el esplendor y la perfección deseados. La organización de esta gala mundial no escatimó esfuerzos para que en un solo día y excepcionalmente llegaran al teatro de Epidauro los grandes del ballet de hoy. Alejado este teatro monumental a más de 150 kilómetros de Atenas, parecía imposible de llenar con su capacidad para 10.000 espectadores, y, sin embargo, en la fresca noche a orillas del mar griego se congregaron algo más de 9.000 personas ávidas de ver un gran espectáculo.El gran teatro de Epidauro mantiene su graderío y orquesta intactos, y en su fondo el diseñador Damianos Zarifis evocó de manera sintética y moderna una ruina, un muro que se abría sobre el fondo natural de los árboles, que parecían, junto al azul del cielo, un gigantesco lienzo de Pousin. Allí, número tras número, los bailarines fueron elevando la temperatura hasta arrancar bravos larguísimos y aplausos interminables.

La noche comenzó con la única bailarina griega de gran carrera internacional, Helene Alexopoulos, y el danés Nicolai Hübbe, que hicieron primero el Apollon Musageta de Balanchine con la precisión y el estilo que se exige a dos destacados miembros del New York City Ballet. En la segunda parte bailaron Agon (Balanchine-Stravinski) con igual conciencia estilística.También se vio del Royal Ballet de Londres a Leanne Benjamin con Nigel Burley en un exquisito adagio de Kenneth McMillan sobre Shostakovich; le siguió la brillantez de dos primeros bailarines del American Ballet Theater, la argentina Paloma Herrera y el italiano Giuseppe Picone, en un exquisito Tchaikovsky pas de deux donde la técnica y los riesgos dieron sus frutos virtuosos. A continuación, Julia Majalina, del Marinskii de San Petersburgo, y el ruso Vladimir Malajov, también del American Ballet, un especial Espectro de la rosa. Malajov es una rara avis del ballet mundial de hoy y en la segunda parte enamoró a la totalidad del público con su seducción en el Narciso, de Goleizovski, que nadie baila como él.

La primera parte la cerró Carla Fracci con las Danzas de Isadora Duncan, en la reconstrucción de Milicent Hodson, demostrando a sus heroicos años que es la única gran diva del ballet clásico que se mantiene en activo y cuya dignidad y poder escénico trasciende el tiempo. En la segunda parte también tuvo lugar el estreno mundial de Emmeleia, creado por el coreógrafo Luca Vegetti sobre una música de Periklis Koukos, que contó con una eficiente orquesta y con la soprano Sonia Theodorieou, en una obra refinada y de intenso dramatismo de fondo helenista. No brillaron así Aurelie Dupont y Nicolas Le Riche en el Grand Pas Classique, que aunque correctos no puede catalogarse de brillantes.

Cerraron la noche la española María Jiménez y el argentino Maximiliano Guerra en Diana y Action, entregando una dosis de continuada bravura que fue un adecuado fin de fiesta. En el público estaba también el ministro de Cultura de Grecia, Theodoros Pangalos, y la actriz Irene Papas, que no dejó de aplaudir ningún número.

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