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57º FESTIVAL DE VENECIA

Woody Allen inventa una ingeniosa idea cómica que se agota prematuramente

Bellísima y arriesgada tragedia colombiana dirigida por el francés Barbet Schröder

ENVIADO ESPECIALEn Small time crooks, Woody Allen promete mucho en el comienzo y da poco en el final. La divertida e incendiaria comedia, que arranca de una idea deslumbrante, se apaga a mitad del metraje, lo que no impide que algunas chispas de gracia y humor salten de cuando en cuando de la pantalla. Lo contrario le ocurre al extraordinario filme colombiano La Virgen de los Sicarios, dirigido por Barbet Schröder, pues empieza por todo lo alto, promete mucho y da más de lo que ha ofrecido. Gran película y violentísima tragedia de ahora mismo.

Infierno cotidiano

La idea de donde arranca Small time crooks es un hallazgo argumental de deslumbrador ingenio. Una pandilla de chorizos de poca monta, cuyo jefe es Woody Allen -esta vez fuera de su personaje habitual, sombra de sí mismo-, alquila una tienda colindante con un banco para desde ella atracar a éste a través de un túnel que excavan. El robo les sale una absoluta chapuza, pero, en cambio, la tienda de pasteles que han puesto en marcha les funciona tan bien que les hace velozmente millonarios y de rebote dueños del banco que no han atracado por las malas, y que han terminado atracando por las buenas. Y entonces, cuando en la pantalla todo debe llevarnos a volar, la imaginación de Allen se atasca y a su filme se le rompen las alas.La gracia inicial de Small time crooks se le atraganta a Allen, hasta el punto de que hacia la hora de película comienza a hacer maniobras aceleradas de aterrizaje en una zona corta, sosa y mal resuelta del relato, pues dos o tres chistes verbales o gags visuales no bastan para sostener el exacto y complicado armazón de una comedia, cuando está bien construida. Hace falta algo más, algún invento argumental o situacional que esté como mínimo a la altura del ingenio desplegado en las primeras escenas de la película. Pero Woody Allen no da con este invento, no hace crecer la línea de interés de la historia y ésta se nos desinfla como un globo pinchado entre los ojos en el momento más inoportuno, cuando le era imprescindible remontar el vuelo en busca de un desenlace digno del arranque.

Si la comedia de Allen está mal hecha, si es deficiente como construcción, pues va de más a menos, a la arriesgadísima tragedia colombiana dirigida por el francés Barbet Schröder le ocurre exactamente lo contrario, va con total rectitud y firmeza de menos a más, y nos arrastra con ella. Es formalmente modélica, no tiene hilos sueltos y está perfectamente cerrada sobre sí misma. La Virgen de los Sicarios, basada en la novela de Fernando Vallejo, es gran cine y detrás de él se adivina un terrible y fascinante relato, al mismo tiempo lírico y documental, que discurre con los ojos muy abiertos sobre la ciénaga urbana de Medellín, o Medallo o Metrallo, como llaman a la ciudad los niños y adolescentes que se mueven y se mueren en los laberintos de sus míseras y dolorosas colinas, en busca de esquinas donde ejercer su oficio de portadores de mal sexo y mala muerte.

Una veintena de fríos, gélidos asesinatos ocurre ante nuestros ojos, y nada hay más lejano a la secuencia de un thriller que este rosario de crímenes despojados de cualquier calidad y cualquier emoción -el único vuelco emocional lo crea la muerte de un perro, pues la muerte humana allí es norma y carece de poder conmovedor- que no sea la puramente informativa.

Es literalmente un infierno cotidiano lo que poderosamente construye y registra la, seca y carente de matices, cámara de vídeo que Barbet Schröder emplea a posta para filmar, sin tentaciones de hacer cosmética de planos bonitos, este espantoso, pero enormemente tierno, relato de amor y de desesperanza.Es la historia del lento suicidio de un escritor -Fernando Vallejo da algunos indicios de que habla de sí mismo- que desde su exilio en Europa vuelve a los lugares donde transcurrió su infancia en Medellín y allí encuentra, y enlaza su destino con él, a uno de los incontables niños adultos que ejercen de chaperos y de asesinos a sueldo en las calles de la ciudad. Un niño adolescente del que el escritor se enamora y del que se deja llevar al recorrido salvaje, desquiciado y perturbador de un itinerario que conduce al fondo de la más absoluta miseria física y moral, allí donde reina el embrutecimiento y el estacazo de la muerte violenta, cualquier día en cualquier esquina, dentro de la encerrona del más cruel lugar de América.

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